No sé qué tiene Twitter, que se ha llenado últimamente de jueces. En cuanto espacio público de discusión esta masiva incorporación debía aportar riqueza al debate jurídico social. Sin embargo, por desgracia, no siempre es así.

En cuanto ciudadanos, los jueces tienen derecho a la libertad de expresión para dar a conocer sus ideas políticas y sociales. Sin embargo, en cuanto poder del Estado tienen un deber de neutralidad. La disyuntiva se resuelve bien si quien se posiciona públicamente en cuestiones ideológicas no se identifica como juez. La endiablada dinámica de Twitter lleva a que muchos jueces no puedan resistir la tentación de presentarse públicamente como tales. Saben que, como magistrados, su opinión alcanza un prestigio social que no tendría en otro caso. Y abusan de ello.

Así que no se cortan en resaltar su posición. Por si alguien tuviera dudas, a menudo optan por las togas, puñetas o escarapelas como imagen pública. Los más ambiciosos recurren a la imagen misma de la justicia. Y así, exhibiendo sin ningún pudor su condición de poder del Estado entran en la batalla constante de insultos, egos y excesos partidistas que caracteriza a esa red social.

Es una realidad cuanto menos chocante. Los jueces de insulto fácil evidentemente no ayudan a prestigiar su carrera ni a los poderes del Estado. Los que demuestran graves carencias técnicas en materias constitucionales ponen de manifiesto las graves carencias de su sistema de selección y formación. Pero lo más llamativo son los que dañan la apariencia de imparcialidad. Porque, en términos coloquiales, se les ve el plumero.

En contra de lo que muchos de los jueces más conocidos en Twitter quieren hacernos creer, la independencia e imparcialidad no son tanto atributos del poder judicial sino de cada juez en su sala de vistas y sus sentencias. De hecho, las críticas a la politización del órgano de gobierno de los jueces suelen demostrar la poca confianza de quien las hace en su propia independencia. Si, como dice el Consejo de Europa, la politización del órgano encargado de los traslados y ascensos es un factor de corrupción es por la posibilidad de que los jueces individuales adapten sus decisiones a la ideología de quien decide sobre su progreso personal. Mala cosa.

Así , la excesiva visibilidad y la falta de prudencia de muchos magistrados convertidos en auténticas referencias tuiteras está dañando gravemente el prestigio y la apariencia de imparcialidad de toda la justicia. Parte de este perjuicio institucional se debe a la confusión entre la persona y el poder estatal.

Por ejemplo, una de las más famosas juezas de Twitter es una mujer inteligente e interesante. Se presenta en la red social como una persona ocurrente, divertida y atractiva. Es una madre excelente y elabora unas croquetas aparentemente deliciosas. En definitiva, es una buena persona que en principio difícilmente puede caer mal a, aunque no oculte su ideología  conservadora que pasa por negar la violencia de género o el odio cerval a las ideas independentistas.

Sin embargo, se puede ser buena persona pero mala jueza. Junto a sus indudables virtudes personales, esta estrella de Twitter demuestra un concepto superficial del derecho y un sesgo personal que no hacen ningún bien a la imagen de la justicia. Es la típica jueza – hay muchos más - que se ríe sin pudor del ciudadano sin conocimientos jurídicos que usa mal la invocación del habeas corpus. Más allá, demuestra a diario que para ella el derecho es una cuestión formal que se basa en usar bien palabrejas raras, antes que en aplicar correctamente los mandatos del legislador y la Constitución.

Frente a esa idea cosmética de las leyes, lo cierto es que usa mejor el derecho el ciudadano que invocando su “corpus christi” quiere que la policía lo ponga inmediatamente a disposición judicial que la magistrada que se sabe de memoria la fecha de la ley orgánica del habeas corpus pero ignora que no puede rechazar la solicitud sin traer a su presencia a la persona privada de libertad.

La ignorancia en materia de derechos fundamentales que demuestran estos jueces volcados en las redes sociales solo es comparable con su despreocupación por el sesgo ideológico, con frecuencia incluso clasista, que ponen de manifiesto a diario. Demostrando una orientación mayoritariamente derechista, los jueces más conocidos de Twitter no dudan en difundir bulos ultraderechistas. Lo mismo se encuentra uno el artículo de la portavoz de una asociación judicial mintiendo sobre la bandera republicana que tuits de jueces anónimos insultando personalmente al vicepresidente “comunista” del Gobierno.

Otro de estos jueces escondidos tras un mote ocurrente ponía hace poco un desafortunado ejemplo sobre su función: decía que un juez es como un jugador hincha de un equipo que juega en su rival y no le importa marcar goles a los suyos. La realidad es que, en la metáfora futbolística, el juez no mete goles. El juez es el árbitro que aplica el reglamento a ambos equipos por igual. Sobran en este país jueces en el papel de cruzados dedicados a frenar fenómenos sociales con los que disienten.

Cómo el árbitro en la cancha, los magistrados deben intentar desprenderse de sus prejuicios cuando entran en la sala de juicio. Pero es lógico que los aficionados sospechen de la inocencia de los errores arbitrales si el árbitro previamente ha anunciado en las redes sociales que adora a un equipo y odia a otro. Del mismo modo, el ciudadano que denuncia abusos policiales puede legítimamente dudar de la imparcialidad de un juez que demuestra en Twitter prejuicios clasistas o ideológicos contra quien usa un lenguaje popular o apoya determinadas ideas al tiempo que minimiza cualquier exceso de las fuerzas del orden.

La justicia internacional ha condenado reiteradamente a España por culpa de jueces que se niegan a investigar denuncias de tortura policial si quien las alega es un independentista. Twitter muestra el sesgo ideológico que podría estar detrás de esa tendencia a dar más credibilidad a unos que otros. No basta para recusar a un juez concreto pero daña gravemente la credibilidad del sistema.

Personalmente, uno era más feliz cuando los jueces no mostraban en público con desparpajo ni su ideología ni sus graves carencias en materia de derechos fundamentales. Confiaba en el funcionamiento de la justicia y achacaba los errores al exceso de trabajo o el despiste ocasional. Ahora, con Twitter, se les ve el plumero.

El único consuelo es ya saber que la mayoría de buenos jueces de nuestro país, con alta preparación y sentido democrático de su función, no hace ostentación en Twitter de serlo. Participan, si acaso, como ciudadanos. Alcanzan menos notoriedad, pero transmiten la confianza que requiere una justicia independiente y profesional.