En el año 2018, a Juan Manuel Moreno Bonilla le tocó el Gordo de Navidad 20 días antes de la celebración del sorteo. Ocurrió el 2 de diciembre, cuando, contra todo pronóstico, los planetas se alinearon en su favor para elevarlo a la más alta magistratura andaluza: PP, Ciudadanos y Vox sumaban los escaños suficientes para desalojar a los socialistas del poder y hacer presidente a quien la víspera del 2-D preparaba las maletas para marcharse a casa. Un hombre con suerte.

En el año transcurrido desde entonces, Moreno ha sabido aprovechar su oportunidad. No parece que tuviera un papel precisamente trascendental en las negociaciones políticas de PP, Cs y Vox, celebradas buena parte de ellas en Madrid, pero desde entonces ha ido afianzándose en el puesto hasta el punto de lograr una cierta cuadratura del círculo: ser visto como un político moderado pese a estar gobernando gracias los votos de la extrema derecha.

Mientras sus homólogos de las comunidades de Murcia y Madrid vienen pasando no pocos apuros porque sus socios de Vox los meten en problemas un día sí y otro también, Moreno navega pácidamente por una balsa de aceite.

El precio justo

Al sustituir como portavoz y cara visible del partido al atrabiliario juez Francisco Serrano por el circunspecto abogado Alejandro Hernández, Vox tomó una sabia decisión cuyo principal beneficiario ha sido el presidente Moreno, pues Hernández tiene la virtud de parecer mucho menos extremista que otros líderes del partido: seguramente piensa las mismas cosas que Javier Ortega Smith, pero es poco probable que las verbalice como él.

Hasta ahora, Vox ha puesto a su apoyo a Moreno un precio que Moreno siempre pudiera pagar. Dinero para promocionar los toros, atención a las tradiciones, difusión en las aulas de las virtudes de la caza, inclusión en la terminología presupuestaria del ‘violencia intrafamiliar’ en lugar en ‘violencia de género’, persecución retórica de los inmigrantes… Exigencias todas ellas embarazosas pero ninguna insoportable para los dirigentes del PP.

La soledad era esto

Tampoco ha sido poca la suerte de Moreno con su socio de gobierno en la Junta de Andalucía. Transcurrido un año de la celebración de aquellas elecciones en las que el PP lo aventajó en solo cinco diputados –26 frente a 21–, la impresión generalizada entre los observadores andaluces es que Ciudadanos no ha jugado bien sus cartas: la figura del vicepresidente Juan Marín está desdibujada y los consejeros naranjas tienen poca visibilidad, y cuando la tienen no siempre es para bien.

El tremendo batacazo electoral el 10 de noviembre ha dejado a Marín más solo, pero también más libre. La tutela, en ocasiones poco deferente, de Albert Rivera es cosa del pasado tras abandonar la política el fundador de Ciudadanos, pero las expectativas de Marín son poco halagüeñas: si en los tres años que restan de legislatura actúa como lo ha venido haciendo en el primero, sus días en la política puede que estén contados.

Gobierno, luego existo

Por lo demás, el Gobierno andaluz no tiene un gran balance que ofrecer en este primer año, aunque tampoco parece que eso le preocupe demasiado. El gran mérito de este Gobierno es su misma existencia, que nadie previó, y de ella ha estado viviendo doce meses, aunque no pueda seguir haciéndolo, claro está, durante el resto de la legislatura.

Durante el primer año, las promesas de regeneración democrática se han quedado en poco más que palabras y cumplir el compromiso estrella del nuevo Gobierno de mejorar la deteriorada sanidad pública llevará bastante más tiempo del que la imprudencia verbal del consejero Jesús Aguirre había dado a entender.

Aun así, el desgaste del Gobierno no ha sido mucho. A ello ha ayudado sin duda el estado general de la oposición: el Partido Socialista ha estado descolocado durante meses, intentando recuperarse de la conmoción del 2-D, y Adelante Andalucía tampoco acaba de encontrar su lugar: no lo encuentran Podemos e Izquierda Unida en relación al otro y no lo encuentra la formación morada en relación a la dirección nacional.

Oro negro en Sevilla

En general, la gran baza del Gobierno de Moreno ha sido el pasado. De la gestión socialista durante 37 años, el Ejecutivo de PP y Ciudadanos se ha pasado un año entero sacando petróleo a buen ritmo.

Es más: cuando parecía que las reservas empezaban a agotarse, la sentencia condenatoria del caso del ERE ha operado en el ánimo de los populares como el descubrimiento de un fabuloso yacimiento cuya explotación dará, en opinión del consejero Elías Bendodo, para “dos legislaturas”. Decididamente, Moreno es un hombre de suerte.