El camelo climático.- En un cuento a lo Houellebecq que no escribiré nunca, el triunfo absoluto del capitalismo salvaje es un grupo escogido de supermillonarios (esos a los que Thomas Piketty quiere endiñarles fiscalidades del 90%, el pobre) comandados por Trump y Boris Johnson que se salvan del apocalipsis climático cinco minutos antes. No hay negros ni militantes del PP como castigo por derechita cobarde. La parte española se limita a Abascal, con dos cojones. Desde la nave de la huida contemplan con alivio la desesperada carrera a ninguna parte de millones de pobres y ecologistas con pancartas de Greta Thunberg, que se ahogan en un enorme océano de basura tóxica ecofascista. Mi altocargo y yo hemos decidido asistir al espectáculo desde el palco del Mare donde se reflejan nuestros cuerpos estilizados y reencarnados en los adanes y evas del Armagedon.

Vida después de Alaya- Mi altocargo y dos de los suyos colegas de toda la vida pasean por el centro a pique de morir atropellados por un patinete o por las ruedecitas de las samsonite. Encuentran refugio en el tinto y unas fabes con todos sus avíos, pero no alivio a sus desazones. La cosa es darle vueltas a la sentencia, la puta sentencia; el que tiene trienios de chaves, griñanes y mandalenas a sus espaldas no sale del laberinto de la perplejidad jurídico/política. El segundo se dedica a puntear los daños electorales con tres años de adelanto y la calculadora de la depresión. Por fortuna, bajando unas altas escalinatas hacia el rio y con un atrezzo de torres del oro y giraldas envidiable, Marchena celebra sus seis punto cero años con entradón de personal de derechas, de izquierdas y de las dos cosas a la vez. Allí se ven poderes de ahora y poderes del pasado remoto, coño, incluido Jaime Montaner, que era uno de mis ídolos del siglo pasado. Marchena estuvo ayalizado y sin embargo sólo recibe abrazos y parabienes de los que todavía esperan que sus magias sociales y políticas les saquen de algún atolladero. Veis, dice mi altocargo supervenido arriba a sus dos colegas derretidos por la depresión: hay vida después del alayismo. Y Marchena es su profeta.                               

Elogio de Leonor.- Todo empezó con Carrillo, Santiago. Estaba yo hecha un primor de niña periodista y en una pecera de la redacción Carrillo se dejaba entrevistar a propósito de la monarquía y el eurocomunismo, que no sabíamos muy bien lo que era pero la música sonaba bien. Las respuestas venían envueltas en la neblina del humo ideológico que Carrillo destilaba a sabiendas y del humo del tabaco que fumaba cartón tras cartón. Carrillo fue el proverbial creador de esa forma de ser republicano ma non troppo, un juancarlismo de conveniencia que sirvió para hacer posibles la bandera constitucional, el abrazo con Fraga y los generales guardaditos en los cuarteles (#carrilloputocrack). Han pasado unos añitos, sí, pero no tantos para que los tíos no me sigan remirando las piernas y el canalillo. Y de pronto Iglesias como Carrillo redivivo. Y de pronto ese conmovedor elogio de la “futura jefa del Estado” (sic) de Iglesias a la princesa Leonor y su perfecto catalán. Y de pronto la historia se vuelve sobre sí misma y repone el sueño de la transición. Una versión actualizada del oxímoron de princesas lindas y republicanos-que-miran-para-otro-lado. Se le nota que ha sido padre. Se le nota que vive en un casoplón. Se lo nota que va a ser vicepresidente y que está haciendo un curso intensivo de institucionalización de su mismidad, que es igual que hacerse un poco algo más de derechas. Dice mi altocargo, mientras me coge invariablemente el culo, que le corroían las dudas sobre la pertinencia del gobierno de coalición. Pero que ya no, que bendita sea la sobrevenida conversión de Iglesias a la razón (monárquica) de Estado.