Pedro Sánchez ha enterrado el hacha de guerra contra Susana Díaz, pero no la ha arrojado al mar. Digamos que la ha enterrado en el jardín de casa, de modo que le queda muy a la mano y, en caso de necesidad, no le sería difícil desenterrarla.

Ciertamente, la paz, armisticio o tregua que ambos convinieron el pasado 27 de mayo en la reunión mantenida en el palacio de la Moncloa es un hecho político de primera magnitud porque pone fin a cinco largos años de hostilidades, pero no es un cheque en blanco que garantice el futuro político de Susana Díaz.

Inversamente, tampoco es la humillante Paz de Versalles que Sánchez y los suyos tenían en mente para castigar a quien consideraban culpable directa de la 'guerra mundial' desatada en el seno del socialismo español. Si la de Versalles supuso la ruina de Alemania, la de Moncloa no supone la ruina de Díaz, sino más bien todo lo contrario: la paz honrosa firmada con Sánchez es una victoria para Díaz en la medida en que sale viva pese a que el vencedor indiscutible de la contienda socialista ha sido el presidente y secretario general.

Hora de volver a casa

Seguramente fue el pasado 28 de abril, fecha de las elecciones generales, cuando Díaz se convenció definitivamente de que su destino estaba en manos de Sánchez. La victoria de este enviaba un mensaje nítido a las desoladas huestes del susanismo más irredento: la guerra había terminado. Era hora de volver a casa. Tocaba subir las exhaustas armas al desván para que fueran cogiendo polvo.

Ese era el mensaje que la mayoría secretarios provinciales habían trasladado a Díaz y que ella misma había entrevisto con claridad cuando, unas semanas antes con motivo de la confección de las listas al Congreso y el Senado, la pregunta de ‘quién manda aquí’, crucial para cualquier partido, quedó respondida de modo inequívoco: mandaba Ferraz.

Entre el 28 de abril y el 26 de mayo, la comunicación entre los dos bandos fue intermitente pero bastante fluida. Las sucesivas modalidades de puente de plata, todas ellas indirectas e informales, que la gente de Pedro le hizo llegar a Susana fueron respetuosamente rechazadas. 

“Es verdad y es mentira”

¿Le ofreció el Sánchez a la líder andaluza la Presidencia del Senado? Ciertamente, Sánchez como tal no lo hizo. No al menos de forma directa y mucho menos formal.

Cuando se formula al entorno más cercano de Díaz la pregunta de si es verdad que el presidente le ofreció el cargo que hoy ocupa Manuel Cruz, la respuesta es calculadamente ambigua: “Es verdad y es mentira”. ¿Cómo interpretar tan taimada contestación? Pues como lo que es: el intento de no decir toda la verdad pero tampoco mentir, el propósito de esquivar diplomáticamente un asunto embarazoso para el presidente y comprometido para Díaz, por cuanto desvelar los detalles, no siempre honorables, de toda negociación de paz puede acabar poniendo en riesgo lo que tanto costó conseguir.

De cualquier manera, todos los intentos de Ferraz de convencer a Díaz de abandonar el puente de mando del socialismo andaluz fueron vanos. Ella quería seguir sí o sí. Su ‘no es no’ convenció a Pedro de que poner sitio a la fortaleza de San Vicente sería extremadamente costoso, aunque a la postre el desenlace final del asedio le fuera favorable.

La hora de los puentes

En ningún caso Díaz iba a dimitir como secretaria general, de manera de la vía de convocar un congreso del partido en Andalucía quedaba descartada. Y tampoco tenía sentido forzar los tiempos y adelantar la convocatoria de un congreso federal solo para provocar la celebración de congresos regionales: era matar moscas a cañonazos y además no había garantía de desalojar a Díaz porque sus apoyos en las bases y la nomenclatura andaluza del partido siguen siendo muy considerables.

Tener a Susana de adversaria, aun con las graves heridas que le ha infligido Pedro, tampoco era un buen negocio. El presidente no quiere interferencias orgánicas en una legislatura que será complicada y cuyo objetivo estratégico es recomponer los puentes con Cataluña.

Aunque el Ejecutivo ya no dependerá de los independentistas como ocurrió tras la moción de censura, para normalizar relaciones no tanto con la Generalitat de Torra, que eso parece imposible, como con la dirección de Esquerra Republicana de Catalunya, será preciso dar pasos que no siempre serán comprendidos por una buena parte del PSOE. En ese escenario, lo último que querría la diplomacia territorial planeada por Sánchez es una Díaz en armas.

Un liderazgo cuestionado

Es obvio, en todo caso, que con la tregua suscrita el 27 de mayo Susana Díaz gana tiempo. ¿Para qué? Para recuperarse de las dolorosas derrotas sufridas a manos de quien, a fin de cuentas, ha truncado lo que prometía ser una meteórica carrera política cuya estación término era la Moncloa.

La lealtad mutua parece garantizada porque a ninguno de los dos, pero muy especialmente a la debilitada líder andaluza, le interesa violarla. Pero, mientras Pedro tiene perfectamente despejado el camino, Susana tendrá que emplearse a fondo para despejar el suyo.

Aunque los más cercanos no se lo trasladen así, su liderazgo está en cuestión como nunca lo estuvo. Recuperar la confianza de los suyos en que ella sigue siendo la persona adecuada para reconquistar la Junta de Andalucía no será tarea fácil. Y menos considerando que tendrá que ceder al sanchismo cuotas de poder e influencia cuando se configuren las nuevas Diputaciones. Y menos todavía considerando que Pedro tendrá sus propios planes para el PSOE-A, que no es probable que pasen precisamente por apoyarla para un nuevo mandato al frente del partido.

Vivir, morir, resucitar

Muchos de quienes fueron apartados de sus puestos por la debacle en forma de victoria sufrida por el PSOE el 2 de diciembre y todos los que se consideran injustas víctimas de la ‘realpolitik’ orgánica de Díaz, piensan que la expresidenta está abrasada y le será imposible recuperarse de las quemaduras de primer grado sufridas en el incendio que –estos últimos están convencidos– ella y solo ella provocó.

No lo ve así Díaz, que siempre creyó defender una causa justa y la mejor para su partido. En cuanto al futuro, la expresidenta sabe que, en estos tiempos convulsos, la política está llena de muertos que parecen estar vivos y de vivos que en realidad están muertos. A ello hay que sumar el hecho singular de que, en la política de hoy en día, la resurrección ha dejado de ser un milagro. En realidad, si siquiera es ya un hecho excepcional.