La incógnita tras el 26-M se llama Ciudadanos. El bronco discurso antisocialista que tantas veces se le venía escuchando a Albert Rivera desde hace meses ha dado paso a una retórica mucho más templada: el ‘no es no’ de las últimas campañas y precampañas se ha convertido súbitamente en un ‘tal vez’ o en un ‘por qué no’.

El partido naranja ya no se cierra en banda a un entendimiento con el PSOE, quizá no en plazas tan significadas como Madrid, pero sí en otras más modestas como Murcia, Córdoba o incluso Castilla y León.

Cuidado con Madrid

Por cierto, un apunte de pasada sobre la Comunidad de Madrid y más allá de las contraindicaciones ya conocidas de pactar con Vox: ¿se ha parado a pensar Ciudadanos los riesgos que entraña entregar el poder en Madrid a un partido cuyos sucesivos gobiernos regionales ostentan el que seguramente sea el más alto porcentaje de corrupción institucional de la historia autonómica de España, con cuatro de sus presidentes de los últimos veinte años imputados?

Sea como fuere, todo indica que los de Rivera estarían sopesando la posibilidad de llegar a acuerdos con los socialistas que, por un lado, blanquearan sus futuras alianzas con Vox y, por otro, ayudaran a recuperar la vocación inicial de transversalidad con la que nació el partido y que luego la codicia electoral de Rivera tiró por la borda.

Todo a estribor

Convencido de que era su momento y de que tenía al alcance de la mano sobrepasar al PP, Rivera decidió jugárselo todo a la carta de la derechización de Ciudadanos para arrebatar a Casado la primogenitura de la derecha española. La jugada era de alto riesgo y el líder catalán ha perdido.

El PP ha aguantado bien los embates del buque naranja: se ha tambaleado pero no se hunde, y Ciudadanos corre el riesgo de comprender demasiado tarde esa situación. Ya le pasó a Podemos con el Partido Socialista y el precio que ha pagado por ello ha sido muy alto.

Tras las elecciones del 28 de mayo las cartas han quedado boca arriba. El Partido Socialista ha ganado, aunque no ha goleado; Podemos ha perdido con un buen puñado de goles en propia puerta; y Partido Popular, Ciudadanos y Vox se diría que han empatado, aunque solo al PP le sabe a gloria ese empate porque todos los observadores auguraban una abultadísima derrota que finalmente no se ha producido.

Tiempo de nueces

Para Ciudadanos tiene un amargo sabor haberse quedado como estaba en relación al que era su objetivo estratégico: adelantar al PP. A Vox tampoco le sabe bien no haber sido capaz de sobrepasar los límites que le trazaron las generales, pero ese estancamiento ya lo le quita el sueño porque tiene la ocasión de sacarle un gran rendimiento institucional.

Los ultras han aprendido de la experiencia andaluza, donde entregaron al PP y Ciudadanos la joya de la corona socialista prácticamente a cambio de nada. O de muy poco. Con los ayuntamientos y comunidades ahora en juego no les pasará lo mismo.

En Andalucía se han conformado con hacer ruido sin preocuparse demasiado por recolectar nueces, pero eso se acabó. Quieren entrar en los gobiernos, se pedirán puestos de relumbrón, pondrán sobre la mesa exigencias ideológicas significativas y, desde luego, no aceptarán que se les trate como apestados, que es como los ha venido tratando Ciudadanos en Andalucía.

La opción portuguesa

Si bastante previsible es la conducta que adopte Vox, no lo es menos la que pueda adoptar Podemos. Sus malos resultados lo han dejado sin margen para ponerse exigente: la derrota le habrá ayudado a Pablo Iglesias a comprender que Teresa Rodríguez tenía razón al sugerir que para la formación naranja es mejor opción la fórmula portuguesa de apoyar al Gobierno desde fuera que la de entrar en él.

Si Iglesias y los suyos juegan bien sus cartas –que en el Congreso siguen siendo buenas cartas–, podrán obligar al Partido Socialista a incluir en el pacto de investidura de Sánchez medidas sociales y políticas viables pero nítidamente de izquierdas que su electorado valore y los ciudadanos noten.

La Champions

El Partido Socialista ha sido, obviamente, el vencedor indiscutible, auque con algún pero. Si hablásemos de fútbol, habría que decir que el equipo de Sánchez ganó la Liga, ganó la Copa y hasta ganó el Mundialito de Clubes, pero, ay, perdió la Champions.

En realidad, si alguien ha ganado de verdad ese preciado trofeo en estas elecciones ha sido Pablo Casado. Su Champions ha sido salir vivo: ¿cabe triunfo mayor en esta vida?