Lo que empezó como desprecio a la corrección social y política de los partidos progresistas se ha convertido ya en puro sadismo político de la extrema derecha hacia todos los que no piensan como ellos, alegrándose incluso de la pérdida de sus seres queridos, como es el caso de la muerte del nieto de siete años del expresidente brasileño Lula da Silva. El hijo de Bolsonaro, parlamentario como su padre, ve como un castigo de Dios a su malvado abuelo.
Sin irnos tan lejos, en España, dirigentes de la extrema derecha se han alegrado de la muerte de Arzallus y se han apresurado a dedicarle todo tipo de improperios en las redes. La degradación moral a la que ha llegado esta “piadosa” tropa integrista, que hace bueno al mismísimo demonio, tuvo aquí sus primeros síntomas cuando nacieron prematuros los dos hijos de Pablo Iglesias e Irene Montero.
Por los dominios del extremismo ultra “la compasión ya no aparece y la piedad hace rato que se fue de viaje”, como dice la letra de la canción “Por estas calles” de Yordano, el cantautor de Venezuela que ahora se enfrenta a Maduro en su tierra.
Hace unas semanas, una fiscal de Tucumán junto al ministerio de salud de esa provincia argentina, además del arzobispo y organizaciones “pro vida” impidieron con recursos dilatorios que se pudiera practicar un aborto legal a una niña de 11 años, violada por la pareja de su abuela. La pequeña tuvo que continuar con su embarazo y dió a luz por cesárea en la semana 23. El bebé murió el viernes, un caso más de sadismo de las élites de poder.
No se trata ya de simples políticos desacomplejados, nos enfrentamos a una ola de comportamientos crueles e inmisericordes, como lo son impedir los rescates en el Mediterráneo de embarcaciones con migrantes por parte de Salvini o separar a padres y madres de sus hijos en la frontera sur de Estados Unidos por parte de Trump.
Ante tanto actos despiadados no podemos caer en el masoquismo social y político. Hay que rebelarse.