Si nos enseñara sus guasaps veríamos que mi altocargo se lo está pasando en grande: te lo dije, llámalo intuición, en la barra te espero, politólogos de chatarrería, gurús analfabetos, memos de redes sociales…nada como el gustazo de acertar en estos tiempos en que las certidumbres han sido derrotadas por los algoritmos de las mentiras industriales.

Nos aguardan, o sea, me aguardan, sobremesas interminables persiguiéndose, seguramente con albariño y sardinas. Nada que objetar, salvo que sube algo el tono y el ego se duplica cuando se viene tan gloriosamente arriba. Por decirlo en fino citando al gran Albert Cohen: la implacable degradación de los sentimientos.

Es cierto que si echamos la vista atrás a la friolera de hace diez días no había nadie en el planeta que no hubiera dado por hecho un Gobierno al que sólo le faltaba la puta nomenclatura. (¿Qué tal un Gobierno de Coopelición). Y todo lo demás era digamos puro artificio, teatro del bueno, esa Carmen Calvo en concierto, pienso a mansalva para los medios y para esos periodistas que se derraman en las tertulias de segunda mano del verano.

¿Todos? No. El cambio climático se ensañaba con nuestras conciencias mientras mi altocargo iba apostando hacienda y honores a que no habría gobierno con Podemos en ningún caso. Pero hombre, le vino a decir una pepera que se sabe muy puesta por sus años en la cuarta planta de Génova, pero hombre, no ves que hasta van a cambiar la Constitución para encajar  “lo” de Echenique. Y dijo “lo” como las derechas dicen lo de Echenique, no sé si me explico.

Y ya cuando recién venido de leer a Camus (“gentes que siempre colocaron su sillón en el sentido de la historia”), Iglesias hizo aquello de apartar el cáliz de la tentación vicepresidencial, lo de mi altocargo no parecía sino un berrinche de intelectual venido a menos u hombre con un golpe de calor.

Los/las mismas que hace un rato daban por hecho el pacto, claman en estas horas contra la irresponsabilidad del desacuerdo, frustración, fracaso, etecé, para taparse las propias vergüenzas, cosa que a mi altocargo le produce un placer ilimitado: anota sus nombres, busca sus citas y las repite con enconado afán.

Esto no es el paroxismo de la conceptualidad, dice mi altocargo a quien se va encontrando. Sólo hay que irse donde Anguita, ahí están ya sembradas las semillas. La ideología del señor Anguita cabía en una solo máxima: odio a la socialdemocracia felipista. Antes morir con la derecha que pactar/pecar con el sociata. Así se hizo la pinza, cuyo “encargado” en Andalucía, Luis Carlos Rejón, era técnicamente un hombre de extrema derecha metido a comunista.

Ascensión irresistible, sueños de sorpasso, liderazgo mesiánico, control férreo de la organización, claros síntomas de declive orgánico y electoral, el paralelismo de Iglesias con Anguita alcanza su máxima expresión en el mismo punto: ya hizo fracasar el primer Gobierno de Sánchez y lo ha vuelto a hacer ahora, poniendo por las nubes el precio de su sobreactuada renuncia. Dos veces ha podido ser presidente Sánchez y dos veces no lo ha sido porque a Iglesias… no le ha salido. Pura tradición.

No seré yo quien clame contra el abstruso lenguaje político de los sedicentes expertos que colman su vida de porcentajes y diagramas y ahora pretenden inundarnos todos los días con referendos sobre chorradas que no saben resolvernos. Pero la única pregunta que Iglesias tendría que hacer a su personal es la que ya ha respondido con urgencia de agobiado por posible desaparición el pobre Garzón: ¿Prefiere usted un gobierno de las derechas o un gobierno del PSOE? Y la luz se haría.