Los resultados electorales (injusta ley electoral mediante) han dejado un interesante panorama en España del que no tenemos precedentes. Momento para los vaticinios, los analistas políticos, las conspiraciones, las reuniones secretas, llamadas, negaciones y teatros varios. Algunos se apresuran para dar empujones y otros, inmóviles, aguantan con la mejor de sus sonrisas para que no les saquen de la foto. Y en el escaparate - muy oportuno en estas fechas- podemos contemplar los distintos juegos que se traen entre manos los diferentes partidos. Por mucho que analicemos los datos, los gestos, sus declaraciones y hasta sus improvisadas exigencias, parece que lo único que podremos sacar en claro es la madera y la altura de los que se presentan hoy como líderes políticos del ya muy manido "cambio".

El Partido Popular, el principal valedor de nuestro particular viaje de retroceso en el tiempo que hemos realizado durante los últimos cuatro años, ha perdido tres millones y medio de votos –de los casi once que tuvo en las últimas elecciones-. A pesar de que el escaño le sale barato (a unos 58.000 votos) en comparación con los demás (461.566 votos le cuesta a IU-UPEC el diputado), ha perdido 60. Sin embargo, sigue siendo la lista más votada aunque esta vez sus 123 diputados no le darán la mayoría absoluta que tan útil le fue como arma de destrucción masiva. Todos tienen sonrisa de cartón piedra en la sede popular, y por si les faltase alguien que animara la fiesta, llegó Aznar en último momento para sobrevolar y soltar alguna que otra manzana de la discordia sobre la mesa. No hay partido tradicional que se precie que no tenga un expresidente incansable, con la impertinencia justa para generar revuelo ante cualquier atisbo de tensión.

El Partido Socialista se encuentra invitado a una fiesta donde ninguno quiere realmente bailar con él

Ante la ya avisada abstención de Rivera en la investidura de Rajoy, los populares miran "a sus aliados, a los mercados" mientras una gota fría recorre su espalda. Llaman a la puerta del PSOE utilizando a sus voceros, recordándoles que en estos momentos España necesita de su ayuda, los mercados y los aliados necesitan de un gobierno estable y para eso no cabe duda de que el artículo 135 fue la firma de un matrimonio que solamente debería terminar con la muerte de uno de los dos. Y el PSOE pese a hacerse el interesante, sabe que, en la situación calamitosa en la que se encuentra, si se deja besar, será su final.

Por su parte, el Partido Socialista se encuentra invitado a una fiesta donde ninguno quiere realmente bailar con él. Ha perdido casi un millón y medio de votos, veinte escaños y mucha credibilidad. Sin embargo ha sido el segundo con noventa escaños (que le han costado a razón de 61.400 votos) y ahora tendría posibilidad de decidir si el futuro de España va a ser más de lo mismo –con un gobierno del PP aunque en minoría- o apostar por el cambio que tanto ha repetido durante la campaña electoral. Es el momento para que Pedro Sánchez demuestre si realmente es la primera fuerza en la izquierda española o si, por el contrario, es la segunda por el centro-derecha aunque lo disimule.

Dentro del PSOE no se lo están poniendo fácil: por mucho que Sánchez haya tratado de eliminar a la disidencia interna o a cualquiera que le hiciese sombra –tenemos a Eduardo Madina fuera del Congreso de los diputados gracias a la llegada en paracaídas de la upeydista Lozano acompañada por su amiga Zaida- aún quedan pesos pesados que van a hacer sudar al líder de la camisa blanca. Y es que, en realidad, era lo previsto: cuanto peor le fuera al PSOE, mejor le iría a algunas familias socialistas que esperan salir reforzadas recuperando a un partido que alguien como Sánchez solamente podía empujar por un terraplén.

Es ahora cuando el candidato del PSOE a la Moncloa lo tiene verdaderamente complicado: sus padrinos, los amigos del IBEX 35 le están diciendo que deje la pelota en el tejado del PP, que se haga el digno y diga en principio que no, pero que en una segunda vuelta, negocie con los populares para abstenerse por el bien de España. Dicho claramente, que deje gobernar al Partido Popular en minoría y que empiece esta vez a ser la oposición agresiva y dura que se le supondría, modelando el papel de líder histérico que tan poco le favorece, en algo más discreto y elegante. Mientras tanto, se iría disfrazando de rojo, para conseguir en un medio plazo la moción de censura a Mariano Rajoy con la ayuda de los nuevos compañeros de viaje. Y, así, según le dicen, se habrá forjado como líder indiscutible de la izquierda que necesita este país. Además, lógicamente, el Partido Popular no pondrá excesivas pegas, puesto que será el precio a pagar por concederles ahora unos meses más para que terminen de desgobernarnos del todo.

Podemos, recién llegados al Congreso de los Diputados, ocupa el tercer puesto. Quizás algo lejos de los cielos y seguro que cuando empiecen a desempeñar sus funciones, más cerca del infierno. Con tres millones de votos y 42 diputados (a razón de 75.763 cada uno) la formación morada ha sabido entender bien el funcionamiento de la Ley Electoral, a la que ha sabido sacarle buen partido, puesto que gracias a las coaliciones bien separadas del "núcleo irradiador" ha conseguido sumar 27 diputados a su causa, aunque tanto Compromís, como En Comú y los demás compañeros de viaje han dejado muy claro que mantendrán grupo propio en el Congreso. Este detalle significa que cuando se habla del apoyo de Podemos a una posible investidura, es ciertamente recurrente caer en el error de sumar 69 escaños, en lugar de 42, que son los que verdaderamente ha obtenido Pablo Iglesias. Sería complicado seguramente que algunas formaciones apoyasen a los socialistas a nivel estatal cuando en sus territorios tienen abiertas batallas muy importantes. Y a eso precisamente están jugando: para apoyar a Pedro Sánchez ahora la condición es que el PSOE pase por el aro de un referéndum en Cataluña.

Solamente puedo decir alto y claro que Podemos está, una vez más, tomándonos el pelo

Pensará el lector que se me olvidan las otras dos condiciones, esto es: introducir los derechos sociales como derechos fundamentales en la Constitución Española, y el reconocimiento de España como un estado plurinacional. En realidad, por muy bien que suenen estas premisas, es de justicia recordarle al lector que la modificación de la Constitución fue una de las propuestas que Rubalcaba propuso en las últimas elecciones, por lo que sería absurdo pensar que el PSOE tuviera problema en aceptarla. Respecto a la aceptación de la plurinacionalidad de España, basta con leer el artículo 2 de la CE, donde dice "La Constitución (...)reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran (a la Nación española) y la solidaridad entre todas ellas."

Por lo tanto, la prueba de fuego recae en la convocatoria de la consulta catalana, reivindicación –por otra parte- de Jaume Roures desde hace varios años y que ahora Podemos pone como conditio sine qua non para que un gobierno de izquierdas camine.

Y no es que me preocupe la consulta en Cataluña (que siempre he defendido), sino el hecho de que ahora ésta sea la prioridad de Podemos, cuando bien podrían poner en valor sus 69 escaños en beneficio de todo el pueblo exigiendo paralización de desahucios, aumento del salario mínimo y mejoras de las condiciones laborales. Juegan con el lenguaje haciendo creer al pueblo que de eso se preocupan cuando piden que se cambie la Constitución al respecto; pero en realidad es una tomadura de pelo, porque: una reforma constitucional con el panorama político que tenemos ahora mismo podría costar años, y además, aunque sea maravilloso que la norma suprema recoja que entre los derechos fundamentales han de encontrarse los sociales, parece que se le olvida a la formación morada que también está consagrado el derecho a la vivienda en la Carta Magna y no por ello han tenido obstáculo los poderes fácticos para pasárselo por el forro (de la Constitución, claro).

Dicho esto, solamente puedo decir alto y claro que Podemos está, una vez más, tomándonos el pelo. Que realmente no tienen ningún interés en gobernar, sino que más bien su único objetivo es empujar al PSOE por el terraplén, poniendo sobre la mesa lo único que los socialistas actuales no estarían dispuestos a permitir. Y de esta forma se quitan la careta (aunque lo hagan con mucho disimulo) para dar a entender que luchan por el pueblo, sin ser cierto. Porque de ser así, tanto Ciudadanos como Podemos habrían exigido ahora unas reformas inmediatas y de calado que mejorasen REALMENTE la vida de las clases más desfavorecidas de este país (recuperación de la justicia universal, entre otras). Pero no, parece que lo más urgente ahora mismo para toda España es saber qué piensan los catalanes sobre su independencia.

Ciudadanos, por su parte, está intentando aguantar la respiración dejando pasar la ola sobre su cabeza sin mojarse, cuando lo más probable es que se ahogue a medida que va subiendo la marea y el IBEX 35 le siga apretando las tuercas. No es suficiente flotador el de los 40 escaños y la soledad que le genera estar rodeado por partidos nacionalistas en el Congreso que jamás le darán una burbuja de oxígeno a la formación naranja. Hasta ahora mostrarse equidistante –aparentemente- parecía ser la tabla de salvación; sin embargo en este momento, la más mínima debilidad supone hundirse con todo el equipo.

Momento histórico que, si no fuera porque no tenemos políticos a la altura de las circunstancias, podría brindarle a nuestro país un capítulo de diálogo, generosidad y altura de miras para el beneficio del pueblo. Sin embargo, según están demostrando, más allá de su propio interés, parecen estar dispuestos a "mover el culo" al ritmo que marquen los mercados, no a la necesidad de los cuarenta millones de personas que necesitan respuestas urgentes.