Empieza el curso en España y empiezan los gastos. Según el habitual informe que publica la OCU a estas alturas del año, realizado a base de encuestas a distintas familias, por término medio, en nuestro país los padres invertirán en la escolarización de los niños de entre 3 y 17 años, por cabeza, 1.212 euros durante el curso escolar 2017/2018. Los alumnos de primaria son los que más gasto medio representan, 1.368 euros al año, mientras que los de Bachillerato suponen 1.073 euros, aunque el desembolso puede variar en más de 3.000 euros en función de si el centro al que van los chavales es público o privado. Entre estos gastos, un buen pico se consagra a los libros de texto, se llevan entre 215 y 230 euros del presupuesto, y por ello la OCU ha puesto a disposición de sus usuarios un comparador para encontrar la mejor oferta on-line, aunque, si bien aunque en 2007 se produjo en España una desregulación sobre el precio de los libros de Primaria y Secundaria, el precio de los de Infantil y Bachillerato es fijo por ley. Además del buscador de la mejor oferta, están los clásicos: heredar los ejemplares de un año para otro, aprovechar los recursos de las bibliotecas públicas, el préstamo o compra con descuento en las escuelas –esto último no termina de gustarle a todos los libreros, pero lo permite la ley-, o el más difícil todavía: los programas de gratuidad de manuales con los que cuentan algunas Comunidades Autónomas, que tienen competencias en Educación, como cheques libro o bancos de libros.

En contradicción con la gratuidad de la educación

Para algunos, el desembolso obligado en libros contradice el artículo 27 de la Constitución, que establece la educación universal y gratuita. Además, arrastramos la polémica de que, desde el curso 2015/2016 y según la Asociación de Editores de Libros y Material de Enseñanza (ANELE), se haya incrementado el gasto en libros a cuenta de la renovación de seis cursos, según exigía la implantación de la LOMCE.

Pero, con todo, más allá de medidas de ahorro y polémicas por el programa, tal la vez habría que plantearse un cambio más cercano a la raíz: con lo digitalizados que estamos, ¿realmente tiene sentido que los niños sigan cargando libros de texto a la espalda?
Quizá a la industria editorial no le haga mucha gracia, porque este tipo de libros hizo remontar en 2015  los ingresos globales de la industria editorial en un 2,18%, según datos de la Federación de Asociaciones Nacionales de Distribuidores, tras una caída del 30% desde 2008.

Anacrónicos, excesivos en contenido e inflexibles

Puede que a los millennials y la Generación Z, nacida ya entre pantallas y habituada a los videojuegos, les resulte excesivamente anacrónico andar con libros de papel. Son alumnos respecto a los que parte del profesorado ha acusado tiempos de atención más cortos que las generaciones precedentes, e incluso se aprecia que aprenden con menos texto, con menos caracteres, como en Twitter.
Y así, hace años que se viene produciendo una distancia crítica entre el profesorado con respecto a los libros de texto, aunque probablemente no la suficiente como para atreverse a romper con ellos, a veces también por la propia resistencia de las familias.
Otro punto en contra que se suele otorgar a los libros de texto es su exagerada cantidad exagerada de contenido para las horas de clase que se tienen, e incluso esta sobredosis de datos puede hacer perder una línea clara y esquemática de la asignatura que aborden. Y uno más: se critica que suelen contribuir a apuntalar en exceso las tradiciones escolares, las rutinas docentes, y así se olvida la personalización de las clases que sería deseable en un docente.

La dificultad de saber navegar en la red

Así las cosas, sí están bastante generalizados los colegios que tienen ya asignaturas sin libros, donde se fomenta el hábito de tomar apuntes, que prepara para la universidad. Pero también se suele reclamar pies de plomo para avanzar en la maraña online, ya que los alumnos pueden encontrar mucha información en Internet, pero quizá ésta los sobrepase y no sean capaces de seleccionarla, y tener un soporte en papel puede ayudar a organizarla. Por otro lado, los libros ya no son lo que eran. Ahora, albergan cada vez más recursos electrónicos, referencias a app, páginas web de consulta o la posibilidad de usarse en una pizarra digital. Y las bibliotecas escolares están resultando auténticos adalides de la transformación digital, dando pasos para convertirse en centros de recursos en múltiples soportes.