Estamos llenos de incógnitas. Algunas son evidentes. En otros aspectos, de tan familiarizados con ellos, ya ni nos percatamos. Por ejemplo, ¿cómo surgió el lenguaje? ¿Cómo nació esa capacidad de comunicarnos entre nosotros con palabras? Y es más, ¿cómo elegimos los nombres para las cosas, incluso para las más abstractas?

¿Quién es Kiki?

Un famoso y curioso experimento puede explicar, al menos en parte, cómo fue este proceso. Mira la imagen de este artículo. Una de las formas se llama Kiki. La otra es Bouba. Ahora te toca decidir cuál es cuál. Te damos unos segundos. ¿Ya? Ok, puedes seguir leyendo. Resulta que entre el 95% y el 98% de las personas a las que se les realiza la pregunta contestan que Kiki es la forma puntiaguda y Bouba, la curvilínea. Y da igual a quién se lo preguntes. Hable español inglés, tamil o ruso, las respuestas siempre son las mismas y los porcentajes cambian muy poco.

No importa el idioma ni la edad

El primer en hacer este experimento fue el psicólogo Wolfang Köhler en 1929. En 2001 el neurólogo Vilayanur S. Ramachandran repitió el experimento pero en esta ocasión con una vocación más científica. Analizó a un número mucho mayor de sujetos. Y el resultado permaneció invariable. Las últimas repeticiones de la prueba han tenido como participantes a niños de menos de 2 años, que ni tan siquiera han aprendido a hablar. Y el resultado sigue inalterable. ¿Qué significa esto? Pues según los especialistas es porque los humanos nos relacionamos con nuestro entorno a través de los sentidos. Y lo mismo hacemos con el lenguaje, aunque no lo parezca. Es a través de un fenómeno denominado sinestesia. Se mezclan experiencias sensoriales de manera que relacionamos cosas que vemos con el lenguaje. En este caso se unen la visión y la audición. Kiki se nos representa como un sonido más afín a la forma puntiaguda. Bouba parece sin duda la denominación de una forma más sinuosa.

Reproducción fonética

De esta manera, la forma de referirnos a los objetos no sería algo arbitrario. Cabe la posibilidad de la asignación de algunos nombres busque reproducir fonéticamente características de ese elemento. Es difícil rastrear esas palabras en nuestro lenguaje actual, procedente de varios dialectos de otras lenguas moldeadas por cientos de generaciones. Pero es sin duda una teoría muy sugerente para revelar cómo y por qué las cosas tienen un nombre.