Muchas veces no nos percatamos de la vida que bulle en el interior de los árboles. Su lento crecimiento y el hecho de que, a nuestros ojos, permanezcan estáticos, hace que no nos parezcan seres activos. Pero vaya si lo son. Ya os hablamos de las comunidades que crean a través de sus raíces. De cómo incluso ayudan a aquellos ejemplares en peor estado, cediéndoles nutrientes. Pero hay otro fenómeno que habla de cómo los árboles establecen relaciones entre ellos. Y este es exactamente el contrario.
Se trata de la timidez. Atribuirle un característica humana puede sonar exagerado, pero ayuda a comprender de qué se trata.
En lo más alto de sus copas, los árboles parecen evitar tocarse. Poner especial cuidado en no cruzar sus ramas, respetando cada uno el espacio del otro. Desde el sueño forman una espectacular retícula, una malla intrincada formada por el contorno de cada árbol. Es un fenómeno que sobre todo se da entre ejemplares de la misma especie, aunque se ha observado también entre árboles de distinto tipo.

Los científicos no se ponen de acuerdo sobre los motivos de este comportamiento.

La más romántica aduce que los árboles se ceden el espacio en lugar de competir por él. Otra, asegura que de este modo se evitan roturas de ramas cuando los temporales azotan la zona y hacen que las ramas se muevan violentamente. Una corriente de esta idea asegura que se trata en realidad de una poda realizada cuando el viento mueve las ramas y estas se rompen por fricción entre ellas. La última idea asegura que se trata de un proceso producido por las sombras creadas por unas ramas sobre otras. Los árboles evitan crecer a hacia zonas en las que las ramas de otro árbol le pueden impedir recibir luz directa. En cualquier caso, la próxima vez que andes por un bosque, mira hacia arriba. Verás cómo los árboles se relacionan entre sí con paciencia y silencio.