Todavía con el recuerdo erizándome la piel y tomando conciencia de que he vivido algo histórico, me dispongo a contarte a ti, lector de ElPlural.com, cómo ha sido experimentar en carnes propias lo que siente un concursante de Supervivientes. Cuarzo Producciones y Mediaset España, empresas que hacen posible el reality show más duro de nuestra televisión, hicieron realidad lo que comenzó como una broma: "¿Y si nos lleváis durante 24 horas a una de las playas de los Cayos Cochinos?".

"¿Os vais a atrever de verdad?", se escuchó al instante. Ninguna de las cinco voces interesadas se atrevió a decir que no y la magia se hizo realidad. Después de haber comprobado cómo un equipo de alrededor de 200 personas se desvive día y noche por llevar a los hogares españoles un producto como Supervivientes 2024, tocaba estar al otro lado, ese en el que, históricamente, solo los concursantes habían tenido el honor de visitar… hasta ahora.

Y vaya si nos atrevimos. Desde Producción, la verdadera alma de Supervivientes, se hizo un inciso en sus maratonianas jornadas de trabajo para concedernos el honor de vivir concursantes por un día. La localización seleccionada fue la ahora desierta Playa Olimpo, una sección de la denominada Playa Uva, donde hasta hacía muy pocas horas sobrevivían Kiko Jiménez y Blanca Manchón.

Las condiciones en las que íbamos a vivir tenían que ser muy similares a las de los concursantes con un fin: saber realmente lo que este programa puede suponer para ellos. Y así fue. La organización nos facilitó un saco para cada uno donde solo podía haber lo estrictamente necesario: un par de camisetas, un bañador, un pantalón largo, ropa interior, unos escarpines para evitar males mayores, una gorra… y todo ello aderezado con litros de antimosquitos y protección solar.

El pasado lunes, 3 de junio, los relojes hondureños marcaban las 15:00 horas, mientras que el mercurio de los termómetros se disparaba, para variar. Los cinco periodistas, saco al hombro, nos subimos a una de las embarcaciones ya míticas de Supervivientes para poner rumbo hacia Playa Uva. Con nosotros viajaba parte del equipo de Cuarzo Producciones y Mediaset España, todavía sorprendidos ante el reto que habíamos propuesto y aceptado.

Yo, particularmente, tenía sentimientos encontrados todavía sin haber pisado la arena. Por un lado, tenía unas ganas inmensas de mimetizarme con el producto estrella de la televisión; por el otro, el pensamiento "quién me ha mandado a mí meterme aquí" asomaba así como de soslayo. Las 24 horas podían dar para mucho, tanto que hasta teníamos claro que esa selección de profesionales del medio podría perfectamente convertirse en otro reality show paralelo.

Llegó el momento en el que la barca atracó y Playa Uva se convirtió en nuestro hogar. Allí nos esperaban los siguientes elementos para nuestra dotación

  • Cinco esterillas
  • Dos lonas
  • Elementos básicos de higiene (cepillo de dientes, gel, pasta de dientes)
  • Una lata de jamón de york
  • Arroz
  • Lentejas
  • Dos cocos
  • Café molido
  • Un machete
  • Una navaja multiusos
  • Un chisquero
  • Elementos de cocina (sartenes y olla)
  • Kit de pesca

Vale, cierto que ya es mucho más que lo que han tenido muchos concursantes… Pero tengamos en cuenta que en nuestra cabeza no hubiera cabido nunca que llegásemos a enfrentarnos a algo así y la preparación no entraba dentro de nuestras prioridades. Así las cosas, la cuestión es que todos estos elementos han formado parte de la dotación en las playas a lo largo de la historia de Supervivientes.

Teníamos tantas ganas que, en cuanto la barca con los miembros del equipo partió, nos pusimos manos a la obra. Tres compañeros salieron a pescar antes de que cayese el sol, mientras que los dos restantes nos propusimos a encontrar ese elemento tan característico de Supervivientes: el fuego. Y spoiler, no fue nada fácil.

Todavía tenemos rasguños en las manos derivados de nuestra aventura en busca de yesca. Muchos años viendo el reality show nos sirvieron para este primer paso: abrir los cocos y obtener esa materia seca, machete en mano, que nos permitiría comer horas después. Me quito el sombrero ante los concursantes infravalorados por dedicarse en exclusiva a todo lo relacionado con el fuego.

 

Pero lo mejor estaba por venir. Mi compañera y yo todavía tenemos dificultades para respirar de la cantidad de tiempo que invertimos en soplar para que de las brasas brotase el fuego. ¡Pero lo conseguimos! Y ya cuando todos estábamos alrededor de la fogata, llegó el momento de hacer unos espetos. Ante todo, somos personas gourmet.

La oscuridad comenzaba a asentarse en Playa Uva con la caída del sol. Justo antes de que anocheciese, decidimos entre todos la localización para dormir. De nuevo, ser fieles seguidores de Supervivientes nos permitió encontrar el lugar idóneo, sobre todo, para que la fauna del lugar no nos devorase. Pista, no lo conseguimos: los mosquitos se pusieron las botas.

¿Te parece muy apasionante lo que has leído hasta ahora? Lo cierto es que así es, pero Playa Uva tiene una cara algo oculta. Las maravillosas aguas que bañan esas arenas paradisiacas no te cuentan que puedes convertirte en un suculento menú para los verdaderos habitantes del lugar. Los mosquitos jején saben que están en su casa y cada centímetro de tu cuerpo es susceptible de alimento para ellos. Pero tampoco hay que quitarle mérito a las hormigas rojas, esas que me siguen provocando picor de solo recordar aquellas horas.

Por no hablar de los cangrejos, que interpretan a los humanos dormidos como una pista de carreras, o unas cucarachas de dimensiones para mí desconocidas. Todos nosotros recordaremos con ¿cariño? la presencia de una de ellas, con una envergadura similar a la de una hoja de árbol, justo debajo del tambo donde se suministra agua dulce e isotónico. Un majar para ellas si me preguntan.

Volviendo a la rutina, decidimos cocinar el arroz junto con las lentejas para, instantes después, irnos a dormir. En los Cayos Cochinos tomas conciencia de la inmensidad del universo, algo que Madrid, por ejemplo, no te permite. Desde nuestras esterillas, un cielo estrellado donde se podía percibir la Vía Láctea de forma más que nítida acompañaba nuestros sueños.

Suena bonito, ¿verdad? Pues también nos topamos con otro tipo de acompañamiento: ruidos constantes proporcionados por la madre naturaleza y un calor al que denominar como "sofocante" se queda corto. Con el corazón en la mano, creo que en mi vida había sudado tanto como en los Cayos Cochinos. Tal era la humedad y la sensación de agobio que, sin pensármelo, decidí abandonar las lonas y alejarme de mis compañeros para evitar el calor humano.

Y ya a dos metros aproximadamente de ellos, con pantalón largo y sudadera, desplegué mi esterilla para entrar en un profundo sueño. Sin saberlo, este movimiento me permitió ser el descarte de unos mosquitos que se cebaron con mis compañeros. Pero cuando digo "cebarse" es literal, nivel tener que llamar al doctor para recibir un chute de Urbason después de contar más de 40 picaduras solo en una muñeca.

Saltamos ya al martes, 4 de junio, con un amanecer de categoría. Allí, el sol sale mucho antes que en España, y dos de mis compañeros abrieron los ojos al mismo compás. Los tres restantes seguíamos sumidos en un placentero sueño reparador que, en mi caso, dejó de serlo de forma abrupta. Un enorme coco caía a medio centímetro de mi cara: ¿Fortuna que no me cayese encima? Para nada.

Tal era el aburrimiento de los que estaban despiertos que decidieron darnos los buenos días, y que ya de paso pudiésemos contar la anécdota del coco. Y es que esto es lo que provoca no tener ninguna ocupación: necesitas al resto para entretenerte y sumar experiencias mutuas… o que alguien prepare el café para terminar de activarse.

Jamás hubiese imaginado que tomarme un café junto a ellos en las aguas del Caribe se iba a colocar en mi top vivencias. Y estoy en posición de confirmar que también ha sido el mejor que me he tomado en muchos años. Quizá tenga que ver con el contexto, quién sabe. La cuestión es que nos dio la energía suficiente como para continuar… sin hacer nada.

Y esto es precisamente uno de los componentes esenciales de Supervivientes: el aburrimiento. Ya habíamos visto la playa, los corales, los peces y, sobre todo, a nosotros. ¿Qué nos quedaba por hacer? Pues está claro: castillos de arena. Sí, un grupo de cinco personas en el paraíso terminó por apilar arena mientras las olas se empeñaban en derribar nuestra obra.

La experiencia física ha sido increíble, pero esas 24 horas también dieron para mucho, pero el mundo interior de cada uno también se dispara en esas circunstancias. Personalmente, vivir en Playa Uva me disparó la capacidad de análisis en todos los sentidos. Vi a mis compañeros como no les había visto hasta entonces: sus enormes aptitudes, el cariño mutuo, la complicidad…

Allí, solo nos teníamos a nosotros. Y, aunque posiblemente pueda parecer surrealista lo que voy a decir, esta experiencia nos unió mucho más de lo que cualquiera pudiese haber previsto. He descubierto a personas con las que ya había compartido muchas horas de trabajo, muchas vivencias en esta nuestra profesión a la que tanto amamos.

Terminamos agotados, con escasas fuerzas para enfrentarnos a la posterior prueba de recompensa. Estábamos sucios, sudados, despeinados… y eso que solo fueron 24 horas. Pero la sensación hoy cuando recuerdo todo aquello se resume con dos palabras: felicidad plena.

Una producción simplemente indescriptible

Para finalizar, quiero retomar una idea plasmada en esta crónica. Supervivientes es infinitamente más de lo que se ve, un lugar en el que todo es cristalino y la profesionalidad de su equipo brilla como el sol de Honduras. Solo espero que estas humildes palabras sirvan para poner en valor el trabajazo de tantas y tantas personas, de Cuarzo Producciones en particular y de Mediaset España en general. Larga vida a Supervivientes.

Síguenos en Whatsapp y recibe las noticias destacadas y las historias más interesantes.