Que el Papa no tenía nada que ver con sus antecesores en El Vaticano, se supo de inmediato tras ser nombrado y desde sus primeras manifestaciones públicas. Pero opino que la carta de este domingo de Resurrección de 2020 que Francisco ha dirigido a los movimientos populares en plena crisis por la pandemia del Covid19, que asola a casi todos los países y se ceba con los más débiles, es todo un ejemplo de lo que desde El Vaticano se debe y se puede hacer con la misión que tiene encomendada.

Se dirige, pues, a quienes defienden a los vulnerables como un ejército invisible que pelea contra la enfermedad, “sin más arma que la solidaridad, la esperanza y el sentido de la comunidad que reverdece en estos días en los que nadie se salva solo”. Les califica de verdaderos poetas sociales que, desde las periferias olvidadas crean soluciones dignas para los problemas más acuciantes de los excluidos.

Vale la pena leer esta misiva de Francisco.  Explica como estos defensores de los pobres se encuentran solos, sin recursos. Lamenta que a las periferias no lleguen las soluciones del mercado y escasea la presencia protectora del Estado. Vistos con desconfianza por reclamar sus derechos, el Papa Francisco piensa en lo que significa un confinamiento, como el que obliga la pandemia para quienes habitan en una vivienda pequeña o directamente carecen de techo, para los migrantes y para los que intentan salir de sus adicciones.

Sobre el día después, plantea un proyecto de desarrollo humano integral en que los pueblos sean protagonistas y la tierra, el techo y el trabajo sean de acceso universal. Ruega porque las conciencias se despierten y porque la civilización relaje su carrera frenética hacia un enriquecimiento desmedido. Para ello, considera que estos movimientos que apoyan a los vulnerables tienen voz autorizada para marcar el camino.

¿Qué opinará la derechona de caridad de boquilla que tuerce el gesto ante un mal vestido y regatea el sueldo al personal de servicio con estas opiniones del Papa que, para más escándalo, se atreve a reclamar un salario universal que garantice esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin derechos?

¿Será que el pontífice simpatiza (¡no lo quiera Dios!) con planteamientos del actual Gobierno de coalición?, ¿o será que el auténtico cristianismo, como la izquierda sincera, tiene sus raíces profundamente arraigadas en la búsqueda del bienestar social?

Habrá que preguntar su opinión al Padre Ángel, cura socarrón y profundamente comprometido que busca en la calle a las personas más desfavorecidas, procura sanar sus heridas y su dignidad, y saca a la superficie el tesoro que encierran en su corazón. Por esta Iglesia debe ser por la que Jesús de Nazaret consideró que su tremendo esfuerzo, valía la pena.

Enric Sopena es Presidente Ad Meritum y fundador de ElPlural.com

@enricsopena