Lo encuentro caminando en dirección contraria a la mía, en una calle de Massanassa, un pueblo golpeado por la DANA. Apenas llevo una hora allí y ya tengo las botas tan cargadas de barro que pesan el triple de lo que pesaban esta mañana. Se llama Teddy Shiferaw, y al cruzarse conmigo se detiene, me pregunta si soy periodista y si necesito algo. Le digo que acabo de llegar y que iba hacia el ayuntamiento. Sin dudarlo, cambia de rumbo y decide acompañarme.

Mientras avanzamos, hablamos sobre la situación. Al llegar a la plaza del ayuntamiento, me conduce directamente al punto de distribución de materiales y, sin pensarlo dos veces, se ofrece a conseguirme unas botas de agua y un palo de escoba. Agradecido, le digo que no se preocupe, que me apaño bien, pero tomo el palo. Le pregunto si es importante. Me mira y responde que, donde vamos, sí lo es.

En el camino, me explica a dónde nos dirigimos. Es el conserje del colegio público Lluís Vives, devastado por la riada, y el lugar donde vivía con su familia. Ahora, sin casa ni refugio, camina entre calles saturadas de voluntarios y maquinaria agrícola que intenta abrirse paso en el fango. A cada paso, la situación parece empeorar, y comienzo a entender por qué llevo ese palo. Él también lo usa, a modo de bastón, para ir probando la profundidad del barro y evitar alcantarillas abiertas, una precaución que puede marcar la diferencia. Cada calle que cruzamos revela la magnitud de la tragedia y también la conexión de Teddy con el pueblo. Lo saludan desde todas partes: jóvenes alumnos del colegio que ahora despejan escombros, ex-alumnos mayores que ahora son los padres, decenas de vecinas y vecinos. Si no me hubiera dicho desde el principio que es el conserje del colegio, habría pensado que es el alcalde, por cómo lo conocen y el respeto que le muestran.

Finalmente llegamos, cercado y precintado, probablemente por los propios vecinos. No es el único lugar restringido; me cuentan que los voluntarios, de poder hacerlo, entrarían a ayudar, pero que el edificio ya no es prioritario: ha sufrido daños irreparables y será demolido. Nos agachamos para pasar la cinta y Teddy empieza a mostrarme como ha quedado todo por dentro. Desde el patio ya se percibe la devastación: un coche descansa en medio del recinto escolar,
lanzado por la riada como un misil que ha derribado una pared. Cientos de escenas así se repiten por toda la ciudad. El desborde del barranco del Poyo lo arrasó todo a su paso.

Apenas son las 10:30 de la mañana, y la luz, intensa, me permite tomar algunas fotos del interior. Teddy me muestra la biblioteca, la sala de profesores y el espacio donde los niños cultivaban un pequeño huerto. Ya no queda nada. Cuando llegamos a su hogar, la situación es aún peor. El barro, endurecido, parece empeñado en arrancar cada bota del pie. Abrimos con fuerza arrastrando barro, la puerta del lugar donde vivió con su familia por más de veinte años, en este colegio donde todos le conocen. El día de la riada, me cuenta, estaba descansando cuando lo alertaron a gritos las señoras de la limpieza. Todo se había inundado. Logró reaccionar, pero ya era tarde: la puerta se atascó, y el agua subía rápidamente. Con emoción contenida, recuerda que fue Cristian, un ex-alumno, junto a su tío, quienes lo salvaron. Si no hubiera sido por las trabajadoras de limpieza y ellos, dice, probablemente no habría salido vivo. Se refugiaron en los pisos superiores y lograron escapar de la inundación.

Teddy tiene palabras de gratitud para toda la gente de su pueblo, es de lo que se pasa hablando la mitad del tiempo que estoy con él. La entereza de este hombre, que llegó hace más de veinte años desde Etiopía y hoy lo ha perdido todo, es digna de mención. Ahora, él y su familia se refugian en casa de unos amigos en Valencia capital. Le pregunto si el propio colegio le ofrecerá alguna solución, al fin y al cabo, es funcionario y cuida de todos los niños del pueblo. Con una mezcla de resignación y esperanza, responde que no lo sabe, pero que “todo se verá”. Antes de despedirnos, me muestra una foto manchada de barro. Es del anterior ex-alcalde, fallecido recientemente, quien fue a visitarlo a su pueblo en Etiopía durante unas vacaciones.

El relato de Teddy Shiferaw es solo uno de tantos, una pequeña historia entre miles en Valencia estos días. Su experiencia es el recordatorio de que cada una de las personas afectadas tiene detrás una historia de lucha y de esperanza, y que la magnitud del desastre no es algo que se pueda comprender hasta que no nos detenemos a escuchar a quienes lo han vivido.

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