Cada 4 de octubre se celebra San Francisco de Asís, patrón de los veterinarios. Una fecha que desde hace varios años se ha convertido en un día de reclamaciones por parte de este gremio, que exige una serie de cambios para defender su trabajo y dignificarlo. Con motivo de estas solicitudes, un grupo de profesionales del sector ha convocado una manifestación a nivel nacional en la capital el próximo 17 de noviembre a las 12.00 horas, que partirá desde la Puerta del Sol y finalizará ante el Ministerio de Sanidad, pasando por el de Hacienda y el Congreso de los Diputados. “Somos veterinarios, somos profesionales sanitarios, cuidamos de tu salud”, será el lema del acto.

Una protesta que se ha fijado dos cuestiones fundamentales para reivindicar: que se incluya la veterinaria dentro de las profesiones sanitarias, y que se reduzca el IVA de los productos veterinarios del actual 21% a un 10%. En definitiva, que se deje de “infravalorar la figura del veterinario”.

Asimismo, los veterinarios ideadores de la iniciativa han ofrecido esta misma semana la organización final al Consejo General de Colegios Veterinarios de España. Una decisión que adoptan “entendiendo que estos tienen más recursos que puedan llevar a lograr el éxito deseado". “El único pedido que hemos hecho es que no cambien la fecha de la manifestación toda vez que mucha gente ya ha comprado pasajes de avión para venir”, afirma el comunicado que han trasladado al organismo nacional.

La convocatoria oficial con todos los detalles, los colegios y asociaciones que han decidido sumarse al acto, y los objetivos y contenidos del mismo se pueden conocer a través de este enlace. “La medicina veterinaria no debe ser considerada un lujo. Debemos estar incluidos en las profesiones sanitarias. Cumplimos con nuestras obligaciones, exigimos nuestros derechos. Por la dignificación de la profesión sanitaria, reza el cartel de la manifestación.

Precariedad y explotación laboral entre los jóvenes

Ahondando en este tema, ElPlural.com se ha puesto en contacto con diversas personas para conocer de primera mano la realidad de la profesión. Una situación compleja, donde la precariedad y la explotación laboral es una tónica habitual, especialmente en los jóvenes. “Cuando terminé la carrera (hace cuatro años), lo primero que me ofrecieron y que hice fue un internado, que te venden como algo maravilloso, pero que no lo es”, denuncia a este periódico Raquel, nombre ficticio de una veterinaria que prefiere mantener el anonimato por miedo a las represalias. “Hacía 10 horas al día seguidas, de lunes a viernes, y domingos, y me pagaban 100 al mes en negro”, lamenta.

Después de esta experiencia, Raquel ha encontrado un empleo “mejor”, aunque tampoco tiene unas condiciones ideales. “Tengo un contrato en el que al mes son 40 horas”, pero “luego me van actualizando los horarios de forma diaria”, es decir, que te dicen en el mismo momento “si trabajas al día siguiente o no”. 

Una historia que, según Raquel, es “extrapolable a la de una gran mayoría de veterinarios que acaban de terminar la carrera” y que empiezan a dar sus primeros pasos en el mundo laboral.

Mucho más crítica se muestra Teresa, que no tiene reparos en usar su nombre real, ya que "hay que dejas atrás tanto anonimato". Esta no duda en denunciar una auténtica odisea desde el año 2012, cuando acabó la carrera, hasta hace menos de dos años, cuando por fin encontró un poco de estabilidad. Entre medias de estos dos hechos, una sucesión de empleo tras empleo con un denominador común: la vulnerabilidad de los trabajadores.

Su inicio en el mundo laboral ya presagiaba lo que se encontraría en los años posteriores. “Fui a una veterinaria que la llevaban dos personas y ninguna era veterinaria, y donde falsificaban mi firma y la de mi compañero para poner vacunas de rabia”, manifiesta. “Además, había una competencia desleal porque ponían vacunas a 17 euros, cuando en el mercado no estaban a este precio”, añade.

Tras esta experiencia, fue a parar a un centro que “tenía muy buena fama”. Una popularidad que se fundamentaba principalmente en que los precios de los productos de esta clínica eran muy bajos. Algo que se podían permitir puesto que los salarios de los empleados también eran bajos. "Cobraba alrededor de 500 euros pese a trabajar una media de 15 horas diarias”.

Después de estas experiencias, encontró un poco de fortuna, pero no duró mucho tiempo: “En la siguiente estuve bien, pero por cuestiones personales tuve que cambiar de centro”. Y su nuevo destino fue otra clínica. “La persona que lo llevaba me dijo que era veterinaria (al tiempo descubrió que no lo era) y el sueldo que me dijo fue de 800 euros en A y el resto (dependiendo de las comisiones) en B, un montante que ascendía a “unos 450 euros mensuales”. “Una cuestión que yo reclamé en varios momentos, pero no me lo quisieron hacer legal bajo ningún concepto”, señala. “Además”, sigue denunciando Teresa, “mi contrato me dicen que va a ser de 44 horas semanales, pero cuando voy a firmarlo figuran 30”. Esta exigió varias veces que le regularan la situación, pero siempre se encontró con una tajante negativa. De hecho, la cosa lejos de mejorar fue a peor. “Llega un momento que empiezo a sufrir relación laboral tóxica, sobre todo por parte de mi jefe, que me empieza a poner en situaciones comprometidas para mí delante de los clientes, intentando forzar que pida el despido voluntario”.

Finalmente deja este trabajo, aunque sufre una “depresión” que le lleva a apartarse del mundo laborar durante seis meses. Transcurrido este tiempo, la suerte por fin le sonríe y encuentra un empleo en un centro, en el que estuvo trabajando el último año y medio y donde Teresa ha “encontrado valores morales respecto al personal del centro”.

Por otra parte, la veterinaria manifiesta que intentó denunciar esta situación, aunque la queja no prosperó porque tuvo “cero apoyos por parte del colegio de veterinarios, y cero orientaciones”, y lamenta “la ausencia de formación en este aspecto en las facultades”. “Esto le pasa a muchísima gente”, zanja resignada.

Una profesión “infravalorada” y “desconocida”

En España, la veterinaria está incluida como una profesión sanitaria, junto a médicos, enfermeros o dentistas, desde el año 2003, cuando se aprobó la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias. Sin embargo, el gremio denuncia que la realidad es muy distinta y que no están reconocidos ni por las administraciones ni por la sociedad.

Se suele identificar la profesión de veterinario con la prevención y el tratamiento de enfermedades de los animales domésticos. Pero basta echar un vistazo a la Real Academia Española (RAE) para descubrir que hay otra tarea que se solemos olvidar de esta disciplina, y que tiene que ver con el “control de los alimentos de origen animal”.

Un ejemplo bastante ilustrativo que evidencia este desconocimiento general lo encontramos con el reciente caso de listeriosis que ha afectado a nuestro país, especialmente en Andalucía, y que ha provocado tres muertes, siete abortos y más de 200 afectados. Durante más de un mes, la propia Junta de Andalucía intentó ponerse en contacto con miles de médicos y personal sanitario para intentar frenar los efectos del brote, y a su vez que estos explicaran a los medios de comunicación la situación. En todo este tiempo, nadie optó por interrogar a los que más podían saber sobre el origen de la crisis alimentaria: los veterinarios. “Si se hubiera preguntado a alguno desde el minuto uno se hubiera sabido la verdad y la verdad es que, tal y como estaban apareciendo los hechos, no había un único foco de contaminación, era imposible porque estaban apareciendo contaminaciones cruzadas […] He echado en falta veterinarios y creo que han sobrado médicos, no en el tratamiento de los pacientes, sino en el origen de la crisis alimentaria”, afirmó al respecto el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara.

Una opinión bastante significativa, puesto que el dirigente socialista anteriormente ocupó el cargo de consejero de Sanidad de esta región, y conoció en primera persona la importancia de esta profesión a la hora de tratar este tipo de casos. No en vano, durante el tiempo que desempeñó esta función, tuvo que gestionar las crisis sanitaria de la meningitis C, la gripe aviar y las vacas locas.