La película Oppenheimer ha sido la gran triunfadora de los premios Oscar, llevándose siete estatuillas -mejor actor de reparto, montaje, fotografía, banda sonora, dirección, mejor actor protagonista y mejor película-. En este filme de Cristopher Nolan, Cillian Murphy da vida a Robert Oppenheimer, el conocido hombre que creó la bomba atómica.

Fue uno de los colosales descubrimientos científicos en aquella época. Un arma de destrucción masiva, la puerta a los grandes genocidios, la mortal herramienta del siglo. Es inevitable hablar de su impacto, su reacción y gigantesco efecto. Pero el creador de la bomba atómica no está orgulloso de su proyecto estrella. ¿Qué sucede si el inventor se arrepiente de lo inventado?

Esta es la sinopsis central que persigue la obra de Nolan. En esta versión, la narrativa sigue la carrera a contrarreloj del científico estadounidense por construir una bomba atómica en un laboratorio secreto en el desierto de Nuevo México.

¿Quién fue Robert Oppenheimer?

Julius Robert Oppenheimer nació en 1904. Fue hijo de migrantes alemanes judíos que comenzaron con un negocio de textiles importados. El científico se graduó con matrícula de honor en la Universidad de Harvard en tan solo tres años. Siguió su carrera académica en dos universidades de gran prestigio. En la Universidad de Cambridge obtuvo su graduado en fiscalidad teórica. En la Universidad de Göttinger obtuvo su doctorado a una temprana edad, con 23 años.

Una vez en el mercado laboral, el joven físico se codeó con las más importantes personalidades científicas debido a sus eminentes conocimientos como los neutrones hasta los agujeros negros. A partir de 1941, con los primeros estallidos de la Segunda Guerra Mundial, la ciencia dejó de estar al servicio de la humanidad y a favor de la política.

Fue entonces cuando Estados Unidos entró a este conflicto con los Aliados y, por tanto, Oppenheimer fue invitado a participar en el secreto Proyecto Manhattan.

Proyecto Manhattan

El objetivo del oculto Proyecto Manhattan era desarrollar un arma atómica. Sus superiores, sorprendidos por su amplio conocimiento, ambición y habilidad le invitaron al laboratorio secreto donde probarían la bomba. En 1945, se hizo la primera prueba en centro de pruebas Trinity al sur de Los Alamos.

En ese preciso momento, los científicos que presenciaron el impacto del ensayo se dieron cuenta de que la bomba apodada ‘Gadget’ modelaría el futuro del mundo. Bajo la creencia de que el estallido de la guerra en Europa había finalizado, las autoridades estadounidenses desplazaron su foco más allá del flanco oeste: en Japón.

Alrededor de 110.0000 personas fallecieron a causa de los estragos de la explosión, una magnitud nunca antes vista

Así, Estados Unidos utilizó el arma secreta de Oppenheimer y lanzó dos de sus bombas que ayudó a desarrollar sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945. Alrededor de 110.0000 personas fallecieron a causa de los estragos de la explosión, una magnitud nunca antes vista.

Los remordimientos de Oppenheimer

Según la versión de los historiadores sobre Oppenheimer, el científico tras soltar su bomba habría padecido de un desgaste mental y físico. “El Dr. Oppenheimer se puso más tenso a medida que transcurrían los últimos segundos. Apenas respiraba”, relataban los historiadores Kai Bird y Martin J Shirwin.

Su explosión eclipsó al Sol con una fuerza equivalente a 21 kilotoneladas de TNT, la detonación fue la más grande jamás vista creando una onda de choque que se sintió a 160 kilómetros de distancia. De hecho, el mismo Oppenheimer reconoció que “ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.

Si bien, Bird y Sherwin describen al científico como un “enigma”, un “físico teórico que mostró las cualidades carismáticas de un gran líder, un esteta que cultivó ambigüedades”. El mismo Oppenheimer describió las armas nucleares como “instrumentos de agresión, de sorpresa y terror” y la industria armamentística como “obra del diablo”.

El remordimiento fue tal que incluso le dijo al presidente Harry Truman en 1945 que “siento que tengo sangre en las manos”. “Le dije que la sangre estaba en mis manos y que dejara que yo me preocupara por eso”, le respondió el presidente. Si bien, a sus compañeros en el laboratorio les dejaba claro que los responsables de las decisiones sobre cómo se debía usar el arma solo son de los políticos y que la sangre, si la hubiera, estaría en manos de ellos.