Empieza el curso en nada. Un curso que anhelábamos que fuera como había sido siempre y que será como no había sido nunca. Sin tratamiento, vacuna o milagro que evitara contagios, toca buscar soluciones. Y esperar que sean de verdad soluciones y no meros apaños.

Desde que empezaron a hablar de los grupos “burbuja”, o como quiera que se llame la reducción de aforo de las clases y la recomendación de restringir las relaciones al grupo, me viene asaltando una duda.  ¿Qué pasará cuando un niño o niña sea objeto de acoso en ese grupo?

No estoy hablando de casos graves de acoso, si es que hay casos de acoso que no lo sean. No me refiero a supuestos en que haya palizas o cualquier clase de violencia física, sino esas cosas más sutiles que no dejan huella más allá del estado psíquico del niño o niña, que no es poca cosa.

Imagino a esa criatura con la que la tiene tomada un líder de la clase, que la llama gorda, o fea o cualquier otra cosa, que le hace objeto de burlas que sus compañeros no se atreven a parar y ella no se atreve a denunciar. Y me figuro la angustia que siente alguien si le limitan el contacto social a los momentos más odiosos y no le dejan ni la posibilidad de relacionarse con otra gente en el patio, o en cualquier otro tipo de actividades.

No es lo único que me planteo respecto de ese nuevo curso. Se acabó aquello de aprender a compartir, de relacionarse con todo el mundo y de no cerrarse a unas pocas personas. Lo que antes estaba mal, la cerrazón y el egoísmo, se convierte en lo que ahora está bien, la norma a seguir. Compartir ya no es vivir, sino que para vivir hay que evitar compartir. A ver cómo le explicamos el cambio de criterio a un niño de primaria.

Se acabarán, o se restringirán notablemente, las actividades destinadas a enriquecer al alumnado, como visitas de personas interesantes, salidas al exterior, talleres o charlas, así que ahora no hay que enriquecerse. Y aún no ha dicho nadie a ciencia cierta que pasará con actividades extraescolares como danza, música deporte, pintura o cualquier otra que, para algunos críos, eran el mejor momento del día.

Esa burbuja puede ser la única solución, pero habrá que cuidarse de que no sea un calvario para alguien. Porque, les guste o no, y hasta que llegue el remedio que esperamos, esos niños y niñas están condenados a entenderse