En el transcurso de la Guerra Civil española, fueron numerosas las mujeres procedentes de distintos países, las que se solidarizaron con la causa democrática y republicana. El principal cauces de participación que utilizaron estas mujeres, fue el alistamiento en las Brigadas Internacionales. En estas unidades militares, compuestas por voluntarios extranjeros de más de cincuenta países, desempeñaron diversos cometidos.

Machismo republicano

Aproximadamente un tercio de los brigadistas murieron en España. Se desmovilizaron a finales de 1938 y muchos sufrieron persecución política al volver a sus países. Muchas de las brigadistas, como la mayoría de las mujeres protagonistas de la guerra, fueron minusvaloradas y relegadas al olvido. También se enfrentaron a los prejuicios de género y al machismo, incluso entre sus propios compañeros. Es necesario no falsear la historia como el otro bando hizo y, sus herederos ideológicos continúan realizando. Ellas arriesgaron sus vidas y, en algún caso, la perdieron defendiendo la democracia en una tierra que no era la suya, pero a la que vinieron a defender del fascismo que amenazaba a Europa.

Relegadas, en su mayoría, a labores “propias” de mujeres

Aproximadamente, 700 mujeres extranjeras se integraron en las Brigadas Internacionales para luchar contra Franco. Fueron muy activas y de fuerte compromiso para combatir al fascismo en nuestro país; sin embargo, fue habitual verlas relegadas a labores de oficinas, cuidados, cometidos asistenciales, teniendo que sufrir la misoginia de quien, paradójicamente, debería ser valedor de la igualdad. Además, las mujeres combatientes extranjeras soportaron un papel olvidado, aunque destacaron como enfermeras o integrantes de la logística de los hospitales, importantísima labor en una guerra.

Pero se olvida que sus responsabilidades también las llevaron a otros cometidos más diversos. Casi se esconde de la historia real sus acciones de enfrentamiento militar y directo, algo que el “hombre” no quiso que se difundiera en exceso. Es esencial eliminar para siempre esos falsos estereotipos como que protagonizaron un papel secundario, como una especie de auxiliares de los hombres porque, lejos de ello, jugaron un papel activo importante, en ocasiones en primera línea de batalla.

Un libro básico para entender el papel de las brigadistas

Sobre las Brigadas Internacionales se ha escrito mucho, pero muy poco sobre las brigadistas. Es recomendable la lectura del libro de la historiadora y periodista austríaca, Renée Lugschitz, Luchadoras en España. Mujeres extranjeras en la Guerra Civil Española. Con perspectiva de género, defiende que entre los 35.000 brigadistas, documenta la existencia de 400 mujeres, aunque apunta a 700.

“Ángeles que curan enfermos”

Las mujeres aparecen muy poco en la épica de la guerra civil. Cuando se referencia, se las señala como acompañantes de sus esposos, o como “ángeles que curan enfermos”. Según Lugschitz, en su mayoría llegaron solas y viajaron a España por su “compromiso político”, una actitud por el que algunas de ellas ya sufrieron persecución en sus países. Ello se dio en el periodo de entreguerras, entre las brigadistas en cuyos países existían regímenes fascistas. Un estudio de sus orígenes familiares, clase social, trabajo, estudios, etc. nos muestra un perfil medio de estas voluntarias como mayoritariamente jóvenes idealistas, muy bien formadas y en numerosos casos, procedentes de familias judías de zonas urbanas. Sus firmes convicciones hicieron que dejaran temporalmente a sus hijos con sus familias para ir a las Brigadas Internacionales. Luchar en España significó para las brigadistas, el primer gran intento de parar al fascismo en el contexto de un conflicto bélico de ámbito internacional. Luchadoras de pétreas convicciones, firme compromiso y convencidas de que en España se jugaba el futuro de Europa.

A continuación se reseñan breves historias de enfermeras como Salaria Kea, periodistas como Martha Gellhorn, fotógrafas como Gerda Taro o la de la única mujer extranjera que estuvo al frente de un batallón republicano: la argentina Mika Etchebéhère. Son cuatro microhistorias que representan a 700 más en recuerdo y memoria de todas las brigadistas en el Día Internacional de la Mujer, el 8M.

Mika Etchebéhère (1902-1992), “La capitana”

Mika, argentina de padres rusos, llegó a Madrid el 12 de julio de 1936 para reunirse con su marido Hipólito. Seis días después de su llegada se produce la sublevación, y la pareja, de convicciones trotskistas, se une a la Columna del POUM. Mientras los golpistas avanzaban, Mika e Hipo transitaban junto a la muchedumbre que recorría Madrid en búsqueda de armas.

Cuando su marido cae letalmente en el frente de Guadalajara, ella toma el mando y alcanza el grado de capitana. La única mujer con mando de tropa en la guerra. A sus 34 años, en su columna exigía una igualdad rigurosa, llegando incluso a reclutar a dos mujeres de una columna comunista, a las que se las mandó para fregar platos y lavar la ropa. “No vine al frente a morir con un paño de cocina en la mano”, se quejaba una de las dos militantes comunistas.

En un derrumbamiento quedó atrapada, pero pudo ser rescatada con vida y salir.

La capitana” formó parte de uno de los batallones al frente del mítico anarquista Cipriano Mera. Objetivo de los fascistas, se salvó gracias a que Mera le facilitó su huida tras caer Madrid marchando hacia París y de allí a su país, Argentina.

Finalizada la II Guerra Mundial, vuelve a París en 1968 participando en las barricadas. Más tarde regresa a la acción, acudiendo a las manifestaciones contra la dictadura militar argentina. Murió a los noventa años guardando las prendas ensangrentadas de su marido.

Martha Gellhorn, la primera corresponsal de guerra del mundo

Nacida en Saint Louis (Missouri) en 1908, la periodista y escritora era hija de un ginecólogo y de una sufragista, ambos de ascendencia judía. Tras su estancia en España como brigadista y corresponsal de la revista femenina norteamericana Collier's, prosiguió su actividad periodística en otros conflictos. Fue testigo del desembarco de Normandía y de la liberación del campo de concentración nazi de Dachau.

A pesar de ser ignorada, como tantas otras mujeres, se la conoce, al margen de por su propio currículum profesional, por haber sido la esposa de Ernest Hemingway. En 1937, le acompaña España. Tras cinco años de matrimonio, se separan. Martha evitó el peligro de ser absorbida y anulada por la fama de su marido. Se rebeló como mujer con su propio espacio profesional. Afirmaba que no quería ser reducida a “una nota al pie de página de la historia”. Tras la Guerra Civil, continuará realizando crónicas de guerra en Vietnam o Nicaragua. Sus escritos sobre los refugiados españoles durante la II Guerra Mundial, son de una calidad enorme y reconocida.

Salaria Kea, “La negra y roja enfermera que vino de Harlem”

Enfermera negra estadounidense, Salaria Kea, prometía ser activista desde antes de su llegada a España. Lo demostró, con su altercado y respuesta antirracista en la cafetería del Harlem Hospital de Nueva York en 1933. Médicos blancos y racistas, le exigieron a ella y a sus compañeras -también de color- que abandonasen la mesa que ocupaban, basándose en que se hallaban comiendo en un espacio reservado para uso exclusivo de blancos. Lideradas por Kea, las enfermeras se levantaron y tiraron del mantel, desparramando la comida por el suelo. Las jóvenes enfermeras, con ese gesto, lograron que el hospital se viese obligado a cambiar sus racistas normas.

Otro gesto de activismo fue tras la invasión de Etiopía por el ejército fascista de Mussolini en 1935. Ante la indignación de la comunidad negra de Harlem, los sanitarios buscaron fondos y sufragaron un hospital de campaña. Para Salaria, como para otros muchos brigadistas que llegaron a nuestro país, tal vez la inmensa mayoría, la Guerra Civil española era vista como un paso más de la expansión fascista por el mundo y de la intolerancia al diferente.

Nacida en Georgia en 1917, percibió el tufillo esclavista de este estado sureño de Estados Unidos desde niña. En ese ambiente y pronto huérfana de padre, se gradúa como enfermera en Ohio. Allí inicia su activismo de por los derechos civiles de los negros.

Expedición médica de Nueva York a España subvencionada por Einstein

En marzo de 1937, imbuida de su lucha contra el fascismo y contra el racismo, Salaria se embarca en Nueva York con destino a nuestro país. Le acompañan 12 enfermeras del American Medical Unit de las Brigadas y un equipo de médicos, una expedición, como otras, subvencionada por una organización apoyada por mecenas demócratas como Albert Einstein, que transportó equipos completos, junto con profesionales sanitarios. Entre los voluntarios se encuentran un centenar de hombres de color, y como un hito histórico en Estados Unidos, comandados por primera vez por un oficial negro al frente de un grupo de soldados blancos.

A Salaria, mujer, negra y comunista le mueven el ir en auxilio de los republicanos españoles y combatir a los fascismos que se expanden en Europa. Pero por otro, el combate antirracial que se desarrollaba en Europa por la limpieza étnica alemana y la aniquilación de los judíos, una causa más que la impulsa a alistarse en el estadounidense Batallón Abraham Lincoln en 1937. Se vio obligada a abandonar España tras ser capturada por el Ejército franquista y escapar luego. Tras su alejamiento forzoso, también su memoria quedó ocultada.

Gerda Taro, presagió que la muerte iba en su busca

Rafael Alberti recuerda en “La arboleda perdida” a un hombre y una mujer que llegaron a España para hacer un reportaje y terminaron siendo leyenda viva: Gerda Taro y Robert Capa, ambos comprometidos, fotoperiodistas y pareja.

Su nombre real era Gerta, pero se la conoció como Gerda. Nacida en Stuttgart en 1910, vivió en Berlín y Leipzig. Desde Berlín viaja a París, donde se integra en una sociedad de artistas de la fotografía y conoce a André Endre Friedmann (Robert Capa). El nuevo nombre se lo impuso la propia Gerda. Ella fue casi todo para Capa: lo descubrió, renominó, promocionó y lo hizo un grande del fotoperiodismo. Capa fue una especie de invención de Gerda Taro. Fotografías importantes atribuidas a él habían sido realizadas por ella. Como a otras grandes mujeres, la sombra de los maridos pudo ocultar la gran dimensión de la mujer. Pero en este caso, sin ninguna duda, Taro fue una de las grandes reporteras de la Guerra de España, a pesar de que solo en un año, lamentablemente, pasó a formar parte de la memoria histórica porque, tal y como ella misma presagió, la muerte iba en su busca.

Con solo 27 años de edad, en agosto de 1936, muere aplastada en Brunete por una tanqueta. Un hecho fortuito y cruel para una joven con una labor enorme y un futuro roto abruptamente, muy prometedor. A pesar de su corta estancia demostró ser una excelente profesional con compromiso social. Sus restos mortales fueron trasladados a París, donde fue recibida con todos los honores.

Las brigadistas después de la guerra siguieron luchando contra el fascismo

En abril de 1939 comienza la II Guerra Mundial y las brigadistas siguieron en su lucha contra el fascismo. Muchas se convirtieron en partisanas, otras integraron la Resistencia francesa o participaron en redes de sabotaje de los soviéticos.

Algunas veteranas jugaron un papel destacado en la resistencia interna en los campos nazis a donde, por rojas, judías o por ambas cosas, se mandó a muchas milicianas. Integraron células contra los guardias de los campos de exterminio nazi hasta pocas horas antes de su liberación, como en Buchenwald o Auschwitz.

Cuatro figuras ejemplares reseñadas, ejemplo de todas las brigadistas que lucharon contra el fascismo en España y, luego, en Europa, que deben permanecer en la memoria colectiva. En este Día Internacional de la Mujer, en este 8M, sirvan estos testimonios para borrar el olvido las que se las sometió. Como escribió Martha Gelhorn, que los nombres de tantas mujeres extraordinarias no sigan siendo unas simples “notas al pie de página” de la historia.

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