Cada vez son más las personas que son diagnosticadas de un cáncer colorrectal antes de los 50 años, e, incluso, antes de los 30. Esto obedece, fundamentalmente, a factores de riesgo genéticos y ambientales.

“En el 20 por ciento de las ocasiones los casos son hereditarios”, explica a ELPLURAL.COM el Dr. José Perea García, especialista del Servicio de Cirugía General de la Fundación Jiménez Díaz, que añade que “el síndrome de Lynch es el factor genético más frecuente.

En este grupo de población, los antecedentes familiares añaden más riesgo a padecerlo, por lo que “hay que tenerlo en cuenta a la hora de valorar posibles casos para lograr un diagnóstico precoz, en fase de pólipo”, precisa.

Identificando a las familias y realizando el seguimiento adecuado, sería posible diagnosticar de manera temprana “hasta el 20 por ciento de los casos de cáncer colorrectal en el adulto joven asociados a factores genéticos”, resalta.

En lo que respecta a los factores de riesgo ambientales, al igual que sucede en el cáncer colorrectal general, la mayoría de los casos están asociados a una vida sedentaria, al tabaco y al alcohol. “En la población americana, de la que se disponen más estudios, un factor muy importe es el asociado a diabetes tipo 2, sobrepeso y obesidad”, advierte el Dr. Perea. En los últimos años se ha apuntado también a la posibilidad de exposiciones prolongadas desde la infancia y la adolescencia, pero “estas están aún por definir”, aclara.

A día de hoy, el tratamiento para este tipo de pacientes es el mismo que el que se emplea en el cáncer colorrectal general. No obstante, como la incidencia de la enfermedad en este grupo de población es cada vez mayor, han aumentado también los grupos que centran sus trabajos en esta patología, lo que supone un importante avance. “La investigación está empezando a dar resultados”, afirma este especialista.

Sin embargo, a su juicio, para avanzar sustancialmente en este sentido, “los estudios han de llevarse a cabo con una aproximación multicéntrica e internacional (para abordar las posibles diferencias geográficas y ambientales), y con una integración de análisis moleculares junto con otros de exposición (microbioma, exposoma), sin olvidarnos las peculiaridades clínicas y familiares”, concreta.
 

El diagnóstico precoz: una pieza clave

Detectar la enfermedad en estadios iniciales es vital de cara a la recuperación. De hecho, el 90% de los pacientes se cura si se diagnostica la enfermedad a tiempo. Los programas de cribado son una pieza clave en este sentido. Sin embargo, la población menor de 50 años no está incluida en los mismos, por lo que es fundamental que los profesionales médicos tengan en mente este problema dentro del abanico del diagnóstico, tanto en los pacientes con antecedentes familiares como en los que no cumplen esta característica.

Señales de alarma:

Cuando haya sangrados constantes, persistentes, alteraciones o cambios en el tránsito intestinal, sensación de evacuación incompleta, heces más estrechas, dolor abdominal, cansancio o pérdida inexplicable de peso, es importante consultar con un especialista que realice las pruebas que sean necesarias.

El Dr. Perea advierte de que en los estudios sobre este problema se observa una falta de correspondencia entre la aparición de los síntomas y el diagnóstico, de ahí que tenga que ser un objetivo prioritario la educación sanitaria, la información y la sensibilización sobre este problema en todos los ámbitos.

En este sentido, espera que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus no “nos haga encontrarnos con nuevos casos diagnosticados en estadios avanzados debido a los meses más agudos de la pandemia”.