La historia está plagada de simbología, iconos gestuales y de iconografías que representan momentos relevantes. “El beso”, imagen de Eisenstaedt de un marinero y una enfermera besándose en la neoyorquina plaza de Times Square celebrando el final de la II Guerra Mundial, es una. Cuando ETA en febrero de 1996 asesinó a Francisco Tomás y Valiente, los estudiantes de Derecho de la Autónoma de Madrid protestaron contra el asesinato de su profesor y ex presidente del Constitucional. Cogieron un cubo, se pintaron las manos de blanco y crearon este símbolo histórico contra el terrorismo etarra que tuvo su mayor visibilidad tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. El signo “a favor de” levantando los brazos y agitando las manos usados en el “Campamento Sol” y en otros del movimiento 15 M, popularizó un signo asambleario tomado a partir del gesto de lenguaje de signos para el aplauso.

Mañana nos toca un adiós que duele, que duele y mucho. Mañana a las 8 de la tarde toda la gente de buena fe y corazón noble, es decir la inmensísima mayoría de los españoles, despediremos al quizás más emotivo gesto de la historia de España. Una reacción masiva significará que aún anidan los nobles sentimientos en el pueblo, que aun estamos vivos de alma para apoyar con sus aplausos la labor de los profesionales sanitarios que luchan a diario en primera línea contra el Covid-19. Le daremos un último adiós como el que deja ir a un amigo aplicándole una eutanasia cómplice para que tenga un buen final y no desfallezca o adelgace día a día.

No cabe duda de que ese sentimiento colectivo en los balcones cada tarde hubiera aguantado hasta el final, pero es de reconocer que estaba decayendo. La coincidencia del aplauso con la franja de la salida a hacer deporte o pasear tras la desescalada ha contribuido a un parcial despoblamiento de esos balcones y a su intensidad. Pero también el ataque recibido desde los sectores ultras y cainitas de la sociedad española ha influido. Yo lo he visto con mis propios ojos. No sé el porcentaje pero sí he detectado que lo han debilitado al calar el mensaje perverso de que era una expresión de apoyo al Gobierno central. Esos pocos malos y perversos frente a millones de gente normal, sencilla y machadianamente buena prostituyeron el símbolo dándole una pátina de partidismo y una mano de pintura política, tintando de un color lo que solo es y ha sido aplausos de amor, cariño, agradecimiento y justo homenaje a los sanitarios y que luego cobijó al resto de trabajadores “esenciales”.

Perdieron algo de vigor los aplausos pero no su entusiasmo. Se han mantenido a pesar del vano intento de ser sustituido  por sucias caceroladas de odio y rencor político. Lo siento, me niego a llamar legítimas a las caceroladas frente a los aplausos porque se tratan de dos sentimientos situados en las antípodas. Me niego a equiparar a las dos Españas, la que sufre y calla y la que engendra sentimientos de división y perversos. No es legítimo, nunca puede serlo, negar el aplauso a médicos, enfermeros, auxiliares, celadores que ponen y han puesto su vida en riesgo para salvar la nuestra. No es legítimo,  no. Podrá ser legal pero no es moral. Es un intento de nuevo de reproducir el “Duelo a garrotazos” de la pintura negra de Goya. 

Son los “aplausos rotos” pero a diferencia del film de de AlmodóvarLos abrazos rotos”, el accidente que sufre Mateo, el escritor, no nos dejarán ciegos. Seguiremos viendo claro que solo unidos saldremos de esta pesadilla y que separados nos ahogaremos en distintos grupos, pero asfixiados al fin y al cabo.

Aplausos a los sanitarios

Nos quieren separar y trasladar el “espíritu de los aplausos”, blanco, humano, desinteresado, cálido, colectivo y plural al frente del odio metálico, cacofónico, negro, rencoroso y molesto. Que sí, que tienen derecho, pero que no es legítimo. Que no es lo mismo aporrear con una barra mobiliario urbano y pedir dimisiones que crear sonido con aquello que es el símbolo de las personas trabajadoras, las manos y, además, hacerlo en silencio y sin consignas partidarias.

Recientemente aludía Daniel Bernabé a una anécdota protagonizada por John Lennon para diferenciar los “aplausos” de las “caceroladas”. Recordaba la frase que pronunció el cantante británico durante un concierto al que asistió la Familia Real: "El público puede aplaudir, los del palco pueden hacer sonar sus joyas".

Pues eso, sigan algunos aporreando, como horteras por muy exclusivos que sean sus barrios, la vajilla metálica que sacaron de sus apolilladas mentes de muebles de caoba. Sigan ofreciendo imágenes patéticas, estrafalarias y ridículas en medio de las crisis sanitarias. Nosotros, nosotras, la inmensísima mayoría de los españoles seguiremos con aplausos de afectos y sentimientos nobles, aunque sean desde el recuerdo diario.

Porque ese aplauso es inclusivo e integrador frente al sectario y amorfo. Porque como decía Pedro Zerolo “En su modelo de sociedad no quepo yo, en el mío sí cabe usted”. Y como expresó otra gran persona que también nos dejó, Julio Anguita "Un alfil blanco y otro negro se diferencian por el color, pero en el tablero... son lo mismo". Yo añadiría parafraseando a Loquilloy los alfiles buenos somos más, ellos son pocos… y cobardes

Desde nos encontremos mañana a las 8 de la tarde rindamos el homenaje a los esenciales en un último aplauso, el mejor y el más largo homenaje a los trabajadores y trabajadoras que han brindado su esfuerzo para protegernos y doblegar la pandemia. La cita es este domingo, 17 de mayo, a las a las 8 de la tarde, desde las ventanas y los balcones, desde los paseos marítimos y las avenidas... Allí estaremos, se lo debemos a ellos y a ellas, Nos lo debemos también a  nosotros.