Ya salen los lanceros a caballo evocando a las tropas de Alejandro, una exaltada infantería los escolta, las mujeres saludan y despiden a sus héroes desde las ventanas. Es la Marcha de los Voluntarios hacia un frente desconocido donde cámaras ocultas buscan no perderse el sacrificio. Hoy son ellos y no otros, los protagonistas. No es "la celebración", sino Tordesillas lo que está en juego. No es "El Toro" sino el pueblo. Si una ley regional decretara trasladar el ancestral martirio a la vecina localidad de Medina del Campo, el estallido civil resultaría de igual proporción que suprimiendo el "Show celtibérico". Más allá de buscar preservar el bochornoso espectáculo, el inconsciente de Tordesillas aspira a ser, a trascender, a invertir una cosmogonía que les condena a un permanente segundo plano. Para los partidarios de la matanza, prohibir "El Toro" es negar a su pueblo, negarse a ellos mismos, someter su voluntad de "querer ser", recluir a sus habitantes -igual que a Juana-, a la evidencia de una efímera e irrelevante existencia. El Toro muere para que Tordesillas viva. Todo un alarde.
Alex Vidal es licenciado en derecho, escritor vocacional y autor del blog Crónicas de la Razón Práctica