Cierta vez un excelente corrector de textos me dijo que un libro sin erratas es un jardín sin flores y no le falta razón. Tantos y tantos han sido los libros publicados con alguna errata que se podrían escribir varios tomos recopilando todos esos gazapos que han quedado para la historia.
En el Quijote el burro de Sancho tan pronto es robado como vuelve a manos de su amo sin que se sepa muy bien cómo, en los evangelios, pese a tener un mismo autor intelectual (ya que los cuatro fueron inspirados por el Espíritu Santo) aparecen contradicciones notables y san Jerónimo al traducir del hebreo al latín el antiguo testamento confundió “resplandeciente” con “cornudo” haciendo que Moisés pasase a la historia con una flamante cornamenta.

Primera edición de Arroz y Tartana
 

Una sola letra puede causar una errata fatal como le pasó a la primera edición de Arroz y Tartana donde se publicó  “Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido”.

Antes de la llegada de la imprenta los amanuenses eran los únicos responsables de estos fallos y un error podía trastocar de tal manera un texto sagrado que las represalias fueron terribles. En antiguos scriptoria como el de Qumran (a orillas del Mar Muerto) las erratas estaban penadas con severos castigos, como la reducción de alimentos o la pérdida de status pasando a ser un mero monje obrero. Cuando llegó el cristianismo hubo que buscar un enemigo a quien echarle las culpas.
Es ahí cuando aparece el siempre socorrido diablo, quien encargó a uno de sus secuaces estas fechorías literarias. Hablamos de Titivillus, un personajillo al servicio de Belfegor (el diablo chivato de Satán) y que pronto empezó a hacer de las suyas.
La primera mención a la palabra “titivilitio” (de donde vendría Titivillus) se  la debemos al comediante Plauto quien la usó en su obra Casina para referirse a cosas sin importancia, menudencias… pero es en la Edad Media (en concreto en el Tratado de Penitencia de John Galensis) ​cuando el termino se vuelve diablo, y además con bastante mala leche pues a ciencia cierta no se sabe cuál es el nombre correcto (Tintivilus, Titufullus, Titivitilarius…)

 

Cuadro de la Virgen de la Misericordia de Diego de la Cruz
El diablo cargado de libros que aparece en el cuadro de la Virgen de la Misericordia de Diego de la Cruz, en las Huelgas de Burgos ha sido identificado como Titivillus.
 
En el siglo XV este diablejo se presenta en el libro devocional Myroure of Oure Ladye como Tytyvyllus y afirma ser un tenaz trabajador que recopila las negligencias que se comenten en sílabas y palabras.
Tintivillus sería por lo tanto un escriba infernal que con minucioso detalle apunta todas nuestras erratas a la espera del juicio final donde, según muchas tradiciones, los rencorosos diablos sacarán su documentación a relucir.
Al inventarse la imprenta, las artes diabólicas volvieron a aparecer, en concreto en el taller de Johannes Gutenberg y sus socios Peter Schöffer y Johann Fust. Este último como prestamista y verdadero empresario del negocio viajó a Paris haciendo creer que la recién impresa biblia era estaba escrita a mano (para mantener así el elevado precio de los libros manuscritos). El negocio era redondo, pero los clientes no eran tontos, y ante la sorpresa de que las diferentes biblias eran idénticas se denunció a Fust por haber hecho un pacto con el diablo, mediante el cual podía multiplicar libros exactamente iguales. La inquisición tomó cartas en el asunto y se destapó el entuerto. Se había inventado la imprenta.
 
Johann Fust

 El empresario Johann Fust fue acusado de pacto con el diablo, su estafa fue tan famosa que es probable que el personaje de Fausto de Goethe esté inspirado en él.

El ingenio de Gutenberg creó nuevos oficios como el de tipógrafo cuyos aprendices solían estar continuamente ennegrecidos, por la tinta, y al mismo tiempo se les conocía por ser asiduos del “infierno” u horno donde se fundían los tipos móviles de plomo una vez desgastados. Tanto negror y tanto infierno terminó dando origen en el mundo anglosajón a la palabra “printer´s devil” como sinónimo de estos aprendices de tipógrafo entre los estuvieron Mark Twain o Benjamin Franklin.
En España no hay constancia de que se les llamase así, pues uno de estos aprendices fue Pablo Iglesias Posse (1850- 1925), el cual de haber sido llamado así sería de sobra conocido pues sus adversarios políticos no hubiesen tardado en cacarear con malignas intenciones que el PSOE lo fundó un “diablo”.

 

Genealogía de Cristo

Ni la Biblia queda a salvo de las fechorías de Titivilus. Como muestra la genealogía de Cristo donde los antepasados del mesías tienen un nombre u otro según el evangelista que lo cuente.