Pues sí, hablar de las historias de amor más disparatadas de nuestra historia. En muchas ocasiones se habla de las vidas licenciosas de los conventos como algo pernicioso o negativo, pero más allá de los juicios de valor que ahora podríamos emitir convendría entender cuantísimas vidas religiosas tenían más de encierros forzosos que de vocaciones piadosas.

No es por tanto de extrañar que a la menor ocasión tanto hombres como mujeres se lanzasen a algo tan sencillo como es vivir. Monjas que abrían las puertas de sus conventos y frailes que saltaban las tapias de los suyos acabaron condenados por la iglesia como libertinos y por la sociedad como escandalosos. ¿Pero alguien ha tenido en cuenta las pocas ganas que tanto unas como otros tenían de estar allí?

El caso más evidente de estas vocaciones obligadas lo vemos en el cardenal infante don Fernando de Austria, que con menos de diez años fue condenado para siempre a llevar el capelo cardenalicio. Y es que en realidad la vocación del joven Fernando no era la de repartir hostias, o al menos no en los altares, ya que su verdadero afán eran las armas y como general no tuvo precio.

El joven cardenal infante, siempre más pendiente de las armas y las mujeres que de Dios y los rezos

Afortunadamente pudo compatibilizar su vida religiosa con la militar destacando en batallas como Nördlingen, ahora bien… no solo en el campo de batalla gustaba don Fernando de dar guerra y esto hizo que su campamento fue visitado por jovenzuelas que incluso disfrazadas de paje le acompañaban allá donde fuese.

Al final, las noticias de estos escarceos llegaron a España, y tras ellas los resultados que en forma de niña aparecieron en la corte, donde la pequeña Mariana de Austria, hija de don Fernando y una mujer aún ignota, acabó encerrada en el convento de las Descalzas Reales de Madrid… y vuelta a empezar.

En el caso de las monjas la situación era igual de desesperante, encerradas desde niñas y en muchos casos condenadas a no tener ningún trato con los hombres se vieron avocadas a escapar de los conventos (cosa nada fácil) o a tirar de ingenio para amar.

Algunos conventos de religiosas eran auténticas cárceles con elementos disuasorios también de puertas para fuera como este enrejado del convento de la Concepción de Borja (Zaragoza). Fuente www.cesbor.blogspot.com

Pero a veces se presentaban ocasiones de oro, como la que cuenta el embajador Martin de Salinas en el año 1530. La historia es la siguiente:

Un sevillano llamado Pedro de Acuña se personó Valencia haciendo creer a unas monjas que huía de la justicia porque al haber sido comunero estaba sentenciado a ser descuartizado públicamente. El resto del relato habla por sí solo:

“Y las pobres monjas, creyendo su relación, o habiendo gana de su conversación acogiéronle en lo más secreto de su aposento, donde se dio tan buena maña que empreñó las catorce de ellas; y porque una vieja no quiso complacer fue descubierto el misterio y así le fue forzado huír del monasterio.”

Convento de las Descalzas Reales donde profesó como religiosa la “hija natural” del Cardenal Infante y la del sobrino de éste don Juan José de Austria

Pero si el caso de Pedro de Acuña fue sonado no menos lo fue otro ocurrido en el burgalés monasterio de las Huelgas cuyas celdas se poblaban con jóvenes aristócratas de dudosa vocación, sabiendo además que este centro dependía directamente de Roma y que en tal sentido había menos vigilancia religiosa en Burgos floreció una especie de oficio que algunos historiadores han denominado los galanteadores de monjas. Desempeñado entre otros por el juez Francisco de Vargas y Medina. De nuevo el embajador Salinas nos cuenta su historia con un final esperpéntico a más no poder.

“El licenciado entró en el monasterio y con él el mozo de caballos, y el escudero quedó de fuera; y después de haber holgado con su dama, queriendo salir por la escala, sintióse un poco mal dispuesto, y no embargante esto determinó de subir y a los dos escalones desmayó y cayó súpitamente muerto entre la monja y su criado; y ellos viendo de la suerte que estaba, dieron aviso al escudero que estaba de fuera, el cual entró y no pudieron sacarle. A la cual causa hubo de ir á la ciudad y traer sus hijos y compañía, y con cuerdas le sacaron fuera y le atravesaron en una mula, y así muerto, le metieron a la alba del día en su posada y publicaron haberse muerto en su cama de un desmayo. Y como las tales cosas no pueden ser secretas, luego se supo la verdad, y a la hora fueron secretados sus bienes, así los que consigo tenia, como los que en cualquier parte”.

Francisco de Vargas, conocido jurista de los siglos XV y XVI acabó sus días en plena aventura sexual con una monja de las Huelgas de Burgos tras colarse en el monasterio ayudado por sus criados.