Con la frase que da título a este artículo me interpeló un buen amigo, veterano intelectual catalán de reconocido prestigio. Me planteó esta pregunta a modo de respuesta a uno de mis últimos artículos publicados en EL PLURAL, con fecha del pasado martes día 26 de noviembre (“La responsabilidad de las élites catalanas”). Me aclaró que su pregunta no era un reproche, ni tan siquiera una crítica al citado artículo. “En el conjunto de España -me dijo-, las élites hace ya demasiado tiempo que han dimitido de su función cívica y social. Pero esto se da no solo en Cataluña, como tú señalabas; se produce también en España entera y tal vez en casi todo el mundo”.

Es muy cierto. Habrá que estudiar y analizar con detenimiento y atención este fenómeno, pero las élites han dejado de ser aquellos referentes que fueron. Según la RAE, élite es una “minoría selecta o rectora”; tiene otras acepciones más amplias, como la de “un grupo minoritario de personas que tienen un estatus superior al del resto de la sociedad”. El mismo concepto de élite es de utilización aún reciente, de finales del XVIII y principios del XIX, al calor de los ideales de la Revolución francesa y su espíritu republicano. Pero las élites han subsistido y existen todavía, en Cataluña y en el conjunto de España, así como prácticamente en todo el mundo. Lo insólito -ignoro si es positivo o negativo, pero es obvio que se trata de algo inaudito-, es su creciente dimisión de su ejercicio, individual y/o colectivo, como referentes sociales, no solo en lo político y en lo ideológico sino también en lo económico y en lo financiero, en lo empresarial y en lo sindical, en lo artístico y en lo cultural, en lo intelectual y en lo moral…

Además de plantearnos este fenómeno, como comenzamos a hacer ya mi buen y viejo amigo y yo, constato que, al igual que viene sucediendo en Cataluña desde los mismos inicios del “procés”, también las élites españolas, al menos en su mayor parte, han intentado mantenerse al margen sobre una cuestión que afecta de lleno no solo a la integridad territorial de España sino sobre todo a su propia concepción, definición y configuración como Estado social y democrático de derecho. Cataluña, que sobre todo durante los últimos tiempos de la dictadura franquista y aún más a lo largo de la transición a la democracia se convirtió en referente y ejemplo tanto en la político como en lo cultural y artístico, hace ya muchos años que dejó de serlo y cada vez más es observada como algo extraño y sorprendente, cada día más difícil de comprender.

Una Cataluña obsesivamente cerrada sobre sí misma, jugando siempre con el mismo juguete, es observada desde las élites del resto de España casi como si se tratase de un bicho raro, de un colectivo empeñado en una extraña suerte de santa misión o cruzada condenada de antemano al fracaso más absoluto. Tal vez por ello las élites españolas -y no solo ni en especial las políticas, sino todas ellas- han desconectado de lo que viene sucediendo en Cataluña desde hace años, porque se les ha hecho imposible comprender esta deriva, como nos ocurre también a muchos, muchísimos ciudadanos de Cataluña. Pero la suya es también una irresponsabilidad, individual y colectiva, como sin duda lo es la de las élites catalanas.

Ignoro si las élites siguen siendo o no necesarias, o como mínimo convenientes o útiles. No obstante, si continúan existiendo, si desean seguir siendo vistas, consideradas y reconocidas como tales élites -esto es, como una “minoría selecta o rectora”- no deben ni pueden renunciar a sus responsabilidades. Ni en Cataluña ni en el conjunto de España.