Se ha hablado y escrito mucho, y por lo general muy bien, acerca de las élites catalanas y su influencia en la vida política, económica, cultural y social, como es muy lógico sobre todo en Cataluña, pero también el conjunto de España. Al referirme a estas élites catalanas no me limito a la alta y media burguesía, con todo su pasado y actual poder económico, empresarial y financiero. Me refiero también a unas élites políticas con una influencia incuestionable en la vida de nuestro país desde hace siglos, indistintamente en épocas de monarquías y de repúblicas, así como en los prolongados periodos dictatoriales y también en los últimos ya más de cuarenta años de nuestro actual Estado social y democrático de derecho. Me refiero también a las élites culturales, intelectuales y artísticas, así como a sus expresiones públicas de mayor difusión a través de los medios de comunicación.

Todas estas élites, de una manera u otra, han ejercido a lo largo de nuestra historia colectiva una influencia considerable en la configuración de unas corrientes de opinión que han sido aceptadas y asumidas como propias por una amplia mayoría de la ciudadanía catalana. La acción conjunta, aunque no haya sido aplicada de forma coordinada, de gran parte de estas élites catalanas ha tenido un papel que ha sido decisivo en la evolución ideológica de sectores muy amplios de la ciudadanía de Cataluña. Una evolución ideológica que ha priorizado una concepción identitaria uniforme, basada especialmente en el concepto herediano del nacionalismo, frente a la confrontación interna propia de cualquier sociedad plural. Esta deriva identitaria, cada vez más excluyente y, por tanto, menos inclusiva, nos ha conducido a la situación actual, en la que vivimos una doble confrontación: la interna, de sordo enfrentamiento entre una ciudadanía catalana rota en pequeños pedazos, cada uno de ellos aferrado a su única o varias identidades, y la externa, con todo lo que representa el reto político planteado por el movimiento separatista con el Estado, y por tanto con el resto de la ciudadanía española.

Las actuales élites catalanas han tenido comportamientos muy diversos ante esta doble confrontación. El comportamiento mayoritario ha sido el de un cauto y miedoso silencio, por aquello de no comprometerse con unos ni con los otros. Unas élites silenciosas, que no silenciadas, han asistido a un proceso cada día más alarmante y que ha provocado ya importantes pérdidas no solo en el campo económico y empresarial sino también, y tal vez, sobre todo, en lo social. Estas élites silenciosas han tenido enfrente a otras élites comprometidas en un sentido o en otro, con escasas manifestaciones basadas en una verdadera voluntad de intermediación. No me refiero a la equidistancia, que, si en algún momento tuvo tal vez alguna razón de ser, es obvio que, a estas alturas, con todo lo que ha pasado desde el otoño de 2017 hasta ahora, es ya imposible. Y ha habido, asimismo, por parte de estas mismas élites, actitudes no tan solo de complicidad sino de manifiesta complacencia ante la deriva tomada por los gobiernos de la Generalitat presididos de manera sucesiva, durante estos últimos años, por Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra.

Ha habido, y hay todavía, sustanciales aportaciones económicas de algunas grandes y numerosas medianas empresas catalanas. También ha habido, y siguen existiendo, apoyos intelectuales y mediáticos muy importantes, incluso por parte de algún notable “holding” comunicacional. Y sobre todo ha habido, y también sigue habiendo, muchos silencios, demasiados silencios, algunos silencios de complicidad activa o pasiva, otros silencios complacientes y los más numerosos, silencios públicos miedosos o cobardes.

Antes de que sea ya demasiado tarde, las élites catalanas deberían asumir de verdad sus responsabilidades cívicas. Me refiero a todas ellas, sin excepción ninguna: a las élites empresariales y sindicales, económicas y empresariales, culturales, artísticas, intelectuales, vecinales, financieras… Porque las élites no lo son por derecho divino. Solo pueden seguir siéndolo si asumen plenamente sus responsabilidades.