El otoño,  la estación en la que las hojas al caer tiñen de ocre los paisajes y la noche empieza a ganarle la partida al día minuto a minuto en un pulso que a buen seguro finalizará en el frío invierno, ha hecho su entrada esta semana en la sede del partido verde. Como en la naturaleza, sin apenas darnos cuenta de que la luz va perdiendo intensidad, llega el declive y los días de esplendor y vida, van dando paso a atardeceres tempranos de colores fríos con la única percepción de que las hojas caen, lenta pero inexorablemente, al igual que lo sucedido en Vox con Rocío Monasterio.

La que hasta hace escasas horas era portavoz del partido de Abascal en la Asamblea de Madrid y presidenta provincial fue, junto a Macarena Olona de aquellas mujeres de Vox, como algunas otras valientes por el resto de la geografía nacional y Europea, que decidieron dar un paso adelante para gritar a la vieja política que había otra forma de defender la feminidad desde las instituciones. Eran la sabía que llenaba de vida política aquella eclosión primaveral de un partido que partiendo de cero se posicionó como tercera fuerza política del país.

Pero como todos ustedes saben en el otoño los árboles dejan de hacer la fotosíntesis y las hojas caen porque ya no les son útiles. Aquellas mujeres que en los inicios del partido fueron capaces con su esfuerzo y dedicación de forjar una imagen más amable de un partido que el tiempo ha ubicado en el espacio político en donde los que de verdad mandan en VOX siempre han querido que esté, ya no son útiles. En el partido de bambú ya no hay espacio para la democracia, para la sinergia entre distintas sensibilidades políticas o para el debate interno. La dictadura instaurada por una élite externa a los órganos de control y fielmente ejecutada por el emperador de Amurrio en una tiranía organizativa sin parangón en la actual política ya no necesita de talento. Porque al igual que en otoño los árboles dejan de hacer fotosíntesis, Vox ha decidido renunciar al fin último de cualquier formación política que es gobernar. Así lo hicieron saliendo de los gobiernos autonómicos en los que estaban junto al partido popular en una maniobra que ni los propios consejeros entendían y que lacró al partido verde de “socio desleal”.

Los intereses de Vox, a juzgar por todas sus actuaciones pasadas y presentes no pasan por estar en la tarea de gobierno. Nadie que aspire a gobernar cesaría a la líder de Madrid en la semana en que se conoce un sondeo que reduce a casi la mitad sus diputados en la Comunidad Valenciana, ya que nunca nadie gobernó España sin gobernar previamente en el eje Madrid Valencia. Nadie que aspire a gobernar perdería concejales y diputados autonómicos prácticamente a diario ni amenazaría con no aprobar los presupuestos que, aunque sea parcialmente, ellos mismos elaboraron. Nadie que aspire a gobernar pondría a una auténtica ameba política como Fuster a liderar la provincia que alberga la capital del Estado ni de portavoz en la Asamblea a una inexperta Pérez Moñino, de no ser que se quiera regalar todo el espacio político de la derecha a Isabel Díaz Ayuso.

Y si los que mandan en Vox no quieren gobernar, solo necesitan de dóciles serviles de padre nuestro, rosario y misa diaria, para que mientras se dedican a tan elevado fin, no piensen y mantengan la estructura necesaria para seguir acopiando de cara al duro invierno que se avecina y dejando lista la despensa del entramado de chiringuitos diseñados por Tizona para “obra y gracia de su amado líder”. Mientras, en el otoño seguirán cayendo hojas, muchas tienen nombre y otras no, pero seguro que serán aquellas que aún conserven un atisbo de sentido crítico hacia su autoproclamado emperador. Y cuando ya no caiga ninguna, entonces sí, habrá llegado el invierno y muy probablemente, tal vez entonces, España vea el sol.