"En esta vida se puede ser todo menos coñazo", dijo Michi Panero. De él fue la idea de rodar El desencanto, una película que fue un severísimo ajuste de cuentas entre dos generaciones, la suya y la de sus hermanos Juan Luis y Leopoldo María, frente a la de sus padres, Felicidad Blanc y Leopoldo Panero, que pasó a la historia como el poeta oficial del franquismo. Una familia tradicional que devino en caos. Una dolorosa constatación: nadie está a salvo de la decadencia. Llevamos esa semilla oscura dentro; la de echarnos a perder, la de restarle pulso a la vida, la de los secretos, los complejos y los miedos. "La vida no es ni de lejos tan hermosa como para vivir solamente de su retórica y de buenos sentimientos", dijo también Michi. No podemos evadirnos de las tinieblas, parece asumir, pero sí que podemos evitar convertirnos en un tostón.

Vox se ha convertido en un coñazo. Son un partido sobreactuado y hortera. No es ya lo que dicen, sino cómo lo dicen. Con esa profundidad mesiánica. Con ese arrastrar de sílabas. Con esa fractura entre lo que les preguntan y lo que responden. Por llevar la contraria, se apuntan a discursos imposibles, a conspiraciones que harían sonrojar a los suscriptores de El Caso, se victimizan de tal forma que a veces parecen estudiantes representando a Calixto y Melibea en una función escolar. Tan exagerados, tan histriónicos, tan a merced de unos votantes que les piden más circo que pan, y que les tienen atrapados en una espiral de afectación de la que van a tener complicado salir. Porque, por cierto, y ya lo vimos con Podemos, una cosa es decir y otra hacer. Y la derecha de la derecha, o ultraderecha o extrema derecha, o como ellos quieran eufemísticamente llamarse, ya están palpando el poder. De lo dicho en mítines encendidos a defender una ley en el Congreso habrá un trecho. Es el camino de la oposición bananera a la responsabilidad política. Ellos se creen preparados, por supuesto, como lo estaba Pablo Iglesias, y ahora tiene un podcast que ni tú ni yo escuchamos.

"Nos tienen miedo", dicen. No miren, no me dan miedo, me dan pereza. Me darían miedo si sintieran, si pensaran, lo que están diciendo, pero os doy el beneficio de la duda. Los discursos de Vox son tan inconexos, tan triviales, tan melodramáticos, tan oportunistas, que sólo pueden responder a una estrategia, jamás a una visión del mundo, mucho menos a una alternativa política seria. Entiendo que habéis visto una grieta en la paciencia de muchos ciudadanos, en su cansancio, en su hartazgo, en sus íntimas y respetables aspiraciones, y habéis plantado el campamento en sus dudas. Creo que muchas cosas de las que decís no tienen mayor interés que llamar la atención, como el adolescente que dice que le grita a su madre que no la quiere. Yo quiero creer que cuando un mocetón como Juan García-Gallardo, un abogado de treinta años, líder de Vox en Castilla y León y actual vicepresidente de la Junta, le dice a Noelia Frutos, una procuradora del PSOE con discapacidad física: "Yo no le voy a tratar con ninguna condescendencia y le voy a responder a sus faltas de respeto como si fuera una persona como todas las demás", lo único que está haciendo es incendiar un debate cerrado. Porque decir, como dijo, que "es la izquierda con sus leyes de la muerte, con sus leyes de la eutanasia, y con sus leyes del aborto, la que invita a los padres a abortar, a triturar en el vientre de las madres a los niños a los que se detecta tempranamente la discapacidad" indica, en este orden, que se desconoce la ley, que se desconoce el decoro y que se desconoce el Estado de cuyo poder legislativo ya es remunerada y democráticamente parte.

Tres pilares fundamentales, dijo tener García-Gallardo antes de asumir su irresponsable responsabilidad, porque su vicepresidencia en Castilla y León está hueca: "Perspectiva de familia, prosperidad de nuestra tierra y la necesaria batalla cultural". En resumen: Nada. Reivindicar unos valores que ya están ahí y defender unas tradiciones que jamás han sido negadas. Lleva el PP trabajando años en esto. Desde el poder. Desde la enemistad. Diciendo lo que hay gente que no quiere escuchar. Y no pasa nada por reconocerlo. Son tan adanistas, son tan desmesurados en Vox, que creen que España se deshacía antes de que llegaran ellos. Me recuerdan a los tiernos tiempos de Podemos. Por fortuna, ya sabemos como acaba la cosa. De asaltar los cielos a reñirnos por comer phoskitos.

Macarena Olona ya es salobreñera. Hoy se ha despedido del Congreso. Lo ha hecho cambiando de vestuario, como una primera vedette. Primero una camiseta de su amigo Morante de la Puebla, otra de Piolín. Desde Diego Cañamero no se había visto en el Congreso un despliegue farandulero similar. De Andalucía se ha hablado poco estos años en el Congreso. Vox se ha acordado de mi tierra cuando han puesto las urnas a calentar. El populismo es así, desmemoriado y frívolo. Relamido. Cargado de regañinas y golpes en el pecho, pero sin rumbo, sin plan, sin objetivo, sin entidad. Cuanto más votos saque Vox, mejor; antes se les caerá el telón, ese que usaba el Mago de Oz para disimular que sólo son vulgares ciudadanos impostando la voz.