No es un buen momento para estar al frente de un país como el Reino Unido, incluso de manera testimonial y representativa, como hacen los monarcas británicos. Brexit, atentados, incendios, un gobierno inestable y cuestionado… Pero no parece que sean estos los motivos que han impulsado al Príncipe Enrique a decir en una entrevista al semanario Newsweek que nadie en la familia real quiere ser Rey o Reina. “No lo creo”, asegura, “pero afrontaremos nuestras obligaciones cuando llegue el momento.”

Hijo menor de Lady Di y  quinto en la línea sucesoria después de su padre, su hermano mayor y los dos hijos de este, Enrique asegura que su objetivo es modernizar la Monarquía británica. Habla en nombre de la tercera generación de una familia encabezada por una Reina nonagenaria cuyo boato parece del siglo XIX y como hijo de Carlos, un aspirante a Rey de 68 años  que podría quedarse con las ganas. Y se expresa con conocimiento de causa. Comparte casa con su hermano Guillermo, su mujer, Kate Middleton, a la que considera como la hermana que no tuvieron, y los hijos de ambos. Cada uno en su lugar, claro. Enrique, soltero,  en un apartamento pequeño y la familia de Guillermo en otro apartado del céntrico palacio de Kensington que cuenta con 22 habitaciones. Pero se ven a menudo e incluso comen juntos, cuentan. Es muy posible, por tanto, que compartan opiniones.

¿Es posible modernizar la Monarquía británica? 

Aunque los hermanos cuentan con un respaldo popular apreciable, e incluso con la simpatía de quienes les ven precisamente como potenciales modernizadores, la cercanía de los “royals” al pueblo no termina de digerirse del todo. Los ciudadanos les ven en las revistas o en la tele y muchos prefieren mantenerles como referencias “de altura”, como príncipes y princesas de cuento. Casi mejor que no cobren vida.

Ellos, sin embargo, han crecido de manera muy distinta a sus predecesores y con unas referencias y una experiencia personal marcadas por la vida de su madre, Diana de Gales, de cuyo fallecimiento se cumplen pronto veinte años.

La “Princesa del pueblo” marcó un antes y un después en la Monarquía británica, eso es indiscutible. Y muchas de sus iniciativas de entonces se entendieron como intentos personales de acercar la Institución a la gente en un país en el que su marido, el heredero del trono, ni siquiera dirigía la palabra a los periodistas con los que compartía vuelo en los viajes de Estado.

Aquella fue la peor época de la monarquía británica tradicional: cuantos más ositos se depositaban en la verja del Palacio de Kensington tras la muerte de Diana menos lucía la corona de la Reina. Dicen las malas lenguas que su muerte supuso un alivio para la Reina, agobiada por un matrimonio que no funcionaba y por la presencia permanente de su todavía nuera brillando en las portadas de prensa frente a un Carlos gris, anodino y apegado a una mujer, Camila Parker, que horrizaba a la población.

Superado el momento “horribilis” debido al deceso de la causante, la Monarquía  se vio en la obligación de alterar algunos hábitos malsanos y arrogantes. Una prueba fue que incluso el Príncipe Carlos empezó a mantener amistosas charlas con los periodistas que le acompañaban. Pero a partir de ahí todo siguió más o menos igual.

¿Votaron a favor o en contra del Brexit?

Dos décadas después, Guillermo y Enrique viven en un lugar céntrico y concurrido de Londres y, según este, los dos acostumbran a hacer sus propias compras. Y las seguirían haciendo aunque fueran Reyes, insiste. Como londinenses viajeros y bien preparados  presuntamente habrían votado por mantener a su país dentro de la Unión Europea, algo que, también presuntamente, les alejaría de una abuela que representa lo más rancio de la sociedad británica y a quiénes la ven como la señera de “lo nuestro” frente a las amenazas exteriores.

Nunca se sabrá, por supuesto, lo que habrían votado los hermanos, pero si es William el que sucede a Isabel II, y cuenta con el respaldo de su hermano, es probable que el espíritu de Lady Di sobrevuele de nuevo por encima del Palacio de Buckingham. Todo ello, claro, según puede deducirse de lo que cuenta Enrique en Newsweek.

La Monarquía está a las órdenes del Gobierno en el Reino Unido, pero en un momento como este hasta cabría la posibilidad de objetar. Si quién reina tras la muerte de Isabel II es Carlos no cabe esperanza alguna, pero…  ¿y si es su hijo Guillermo?.

Hay que concluir diciendo que, aunque su graciosa majestad tiene ya 91 años, su madre falleció a los 101 en plenas facultades mentales. Todo indica que tanto Carlos cómo Guillermo,  además de los propios británicos, tendrán que esperar algún tiempo para saber hacia que lado se inclina la Monarquía. Psicológicamente, por supuesto, y sin dar ninguna pista más.