Una de las primeras fobias que dio a conocer Trump tras jurar su cargo fue el odio a "lo español": anunció la construcción de un muro en la frontera de México y eliminó el enlace al español en la web de la Casa Blanca. Su agradecimiento a los supremacistas blancos que contribuyeron a alzarle al poder incluyó otra ofensiva importante, cerrar la puerta a los inmigrantes procedentes de varios países de mayoría musulmana. Pero faltaba otro colectivo relevante y molesto.

Todo en uno, y conseguidos no sin problemas algunos de sus objetivos, le ha tocado el turno ahora a centenares de miles de jóvenes que llegaron de niños a Estados Unidos con sus padres, pero que han alcanzado la mayoría de edad sin tener sus documentos en regla al no ser hijos de norteamericanos de pura cepa. Se les conoce como los "dreamers" (soñadores). Ahora están en la veintena y el paquete incluye a más de 600.000 mexicanos, 60.000 centroamericanos, 9.000 peruanos y 7.000 colombianos. Después de toda una vida allí su idioma principal es el inglés y se sienten cómodos en el que consideran "su país". Pero el nuevo gran jefe blanco no piensa lo mismo.

Donald Trump ha ordenado que se ponga fin al programa de la era Obama que les salvaba de ser deportados durante cinco años, el DACA, mientras se buscaba para ellos una salida definitiva encaminada a la integración total en el país. Sueño truncado. A partir de marzo todos ellos serían forzados a iniciar el camino de vuelta a unos países que no conocen y a un futuro incierto en lugares mucho más complicados para salir adelante. Por los suelos, de golpe, la posibilidad de prosperar, de llegar algún día al lugar que ocupa Trump que les han enseñado en las escuelas norteamericanas.

Más de 50 millones de hispanoparlantes que molestan a Trump

En la "América primero" de Trump tampoco hay hueco para el español. Si lo primero que hizo fue arremeter contra él debió ser por temor a que el idioma de Cervantes ocupe más espacio del que el presidente considera adecuado. Motivos tiene: En Estados Unidos hay más de cincuenta millones de hispanohablantes, más que en España. En un país colonizado en inglés, el español ha conseguido abrirse paso gracias a décadas de inmigración procedente del sur y se mantiene con fuerza a través de los programas de dos cadenas de televisión importantes, Univisión y Telemundo, que constituyen una buena competencia para las tradicionales.

¿Y de donde procede la canción del verano, el famoso "despacito"? Pues de Estados Unidos. Solo en el área metropolitana de Los Ángeles hay más de cuatro millones de hispanoparlantes, y muchos "dreamers" entre ellos. Son jóvenes que mezclan el español con el inglés que han aprendido en la escuela, el peculiar "Spanglish", con el que se comunican entre ellos, con sus padres e incluso en los bares que frecuentan.

También es una señal de que no todo el poder es para el español y que, a la larga, el inglés tendría que imponerse gracias a las normas que vienen de arriba. De hecho, las iniciativas de Trump han propiciado que más de 20 estados hayan elaborado nuevas leyes para reforzar el inglés como idioma oficial. Las normas que pretenden restringir la entrada de inmigrantes incluyen ahora la exigencia de hablar inglés para conseguir la ansiada tarjeta verde de residencia.

Como toda guerra, la del inglés contra el español también puede conllevar un alto coste. Sea o no por su fobia a nuestro idioma, la salida de los "dreamers" latinos puede suponer la pérdida de 400.000 millones de euros en la próxima década según algunos cálculos. Será por los trabajos que dejarán de desempeñar, muchos de ellos precarios que los norteamericanos evitan, pero también por la potencial aportación de jóvenes talentos que se han formado en las escuelas de ese país y a los que las universidades norteamericanas estarían dispuestas a "fichar" para mejorar sus rendimientos académicos y su competitividad.

En un país hasta ahora abierto y tolerante la expulsión de una parte de su propia población, y la represión contra un idioma básico para comunicarse incluso en ciudades como Nueva York, son medidas irracionales e ideológicas que solamente persiguen calmar a los aislacionistas excluyentes que votaron a Trump.