Estaba cantado por las encuestas que Maduro ganaría las elecciones por un margen amplio de puntos. Y estaba cantado que la campaña antifraude estaba organizada y entraría en acción fuera cual fuese el resultado. Según los analistas, Capriles, hijo de la oligarquía venezolana, ha sabido actuar camaleónicamente diciendo por una parte que aceptaría el resultado poselectoral pero anunciando de antemano que iba a haber fraude.

El pueblo ganó el 14 de abril las elecciones claramente, con una diferencia de casi 300.000 votos. Diferencia que ha superado en mucho a la dada en las elecciones de varios presidentes de Estados Unidos y entre los candidatos de otros países. Siendo mucho menor la diferencia, allí jamás se las cuestionó.

El pueblo venezolano ganó las elecciones con la limpieza y transparencia que el sistema electoral aseguraba y que durante 14 años ha funcionado a la perfección en 18 votaciones populares y soberanas y que en las actuales ha funcionado mejor si cabe, como han atestiguado escritos y declaraciones de observadores e instituciones internacionales, entre otras la firmada por 134 miembros de 32 países.

Capriles, con su gran poder mediático, -en Venezuela el control mediático por medios privados alcanza el 80 %- persiste en que se han cometido irregularidades y que es su deber denunciarlas ante las instituciones dentro y fuera de Venezuela. Seguirá orquestando el fraude, aunque ya se conozca con detalle cómo ha montado su estrategia con grupos sectarios para sembrar la violencia y desestabilización.

Esta vez el golpe –hábilmente preparado- era poselectoral, propiciado por la falta de la carismática e indiscutible presencia de Chávez y que –incluso contra toda legitimidad democrática refrendada en las urnas-  no podía ni debía prolongarse en su sucesor.

Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo de la Liberación