El votante siempre tiene razón, hemos tomado nota del mensaje”. Así de contundente se mostró Pablo Casado ante la prensa tras la reunión del Comité Ejecutivo del PP. A pesar de que la mayoría de los pesos pesados del feudo popular se mostraron dispuestos a seguir confiando en el liderazgo de su actual número uno, a nadie se le escapa que el batacazo electoral del pasado domingo congeló sonrisas, aumentó las miradas recelosas entre compañeros y dejó a Casado entre la espada y la pared.

Ahora llega el momento de coger el cuaderno y tratar de trazar las líneas del camino a seguir. Si bien la cúpula del partido elegida en primarias vino a representar al lado más conservador de la estructura, la pérdida de 71 asientos en la Cámara Baja y de la mayoría que ostentaban en el Senado obliga al partido a auto reciclarse a marchas forzadas. Elaborar un proyecto que va a caballo entre la cordura de algunos asesores y la improvisación obligada por el breve tiempo que separa lo compungido de los rostros presentes con la nueva cita en la que jugarse el crédito: el 26 de mayo.

Al igual que pasara en 2008, después de que José Luis Rodríguez Zapatero revalidara el poder en los comicios, el PP se separa en dos bloques: aquellos que apuestan por virar hacia el centro y aquellos que mantienen su férrea idea de que la derecha más conservadora es el futuro. En aquella ocasión Mariano Rajoy dictó sentencia, alzándose internamente como la voz de la cordura y defenestrando a los más críticos.

11 años después la situación se repite, aunque con las próximas elecciones tan cerca las puertas de entrada todavía no se cierran al paso de los llamados a liderar el devenir de un partido en horas bajas. “Somos el único partido de centro-derecha: Ciudadanos es socialdemócrata y Vox extrema derecha”, llegó a decir un Casado dubitativo tratando de definir un rumbo que había ido dando bandazos 48 horas antes.

Casado emuló el tono de Aznar desechando el de Rajoy. Ahora las tornas cambian y parece ser que internamente, teniendo en cuenta los informes que pasan por las manos de los gurús populares, la búsqueda reiterada del barro dialéctico no llama la atención del electorado. Hay que distanciarse de Vox.

Pero las sombras se apoderan de la gestión central desde el norte y desde el sur. La elección de escoger la moderación ha sido demandada públicamente por Alberto Núñez Feijóo. El candidato por Galicia es uno de los hombres fuertes del partido, y su voz una de las más respetadas y temidas. El dirigente fue tan crítico que, tal y como ha recogido Rubén Amón en El País, amenazó a Pablo Casado con montarle una gestora, como ya le ocurriera a Pedro Sánchez antes de regresar por la puerta grande y erigirse como presidente del Gobierno. Jaque al rey desde Galicia.

Pero el resto de fichas no van a quedarse inmóviles. Mientras los peones miran atónitos como las mejores espadas de la casa protagonizan su particular lucha de egos, Moreno Bonilla lanza su réplica inmediata desde Andalucía: nada ni nadie puede hacer que se resquebraje un pacto con Vox pactado en las penumbras y que salió adelante contra todo pronóstico y frente a la atenta mirada de los más escépticos.

El reloj aprieta y cada una de las cabezas visibles protege su parcela. Mientras tanto, el partido trata de recomponerse de uno forma u otra para ganarse la confianza perdida durante estos cuatro años. Ciudadanos, ávido de poder, ya saborea las mieles del sorpasso a derechas.