Jose Antonio Zarzalejos, retratado por Carlos Ruiz.



Hablar con José Antonio Zarzalejos (Bilbao, 1954) es una experiencia magistral, en el sentido más literal de la palabra. No rehúye ningún tema, y en todos tiene una lección que ofrecer, amparado en los años de periodismo que ha ejercido en demasiados medios como para recordarlos todos, al menos aquí. Sin embargo, la carga de sabiduría no le impide hablar con humildad de todo lo que se le pregunte, siempre con la voz en calma pero defendiendo a capa y espada -y con datos objetivos e históricos- sus ideas. Algo que ha plasmado en su nuevo libro, Mañana será tarde (Planeta), donde a lo largo de cinco bloques desgrana la situación de "un país imputado".

En el bloque sobre corrupción del libro habla de que una de sus causas es la tolerancia de la sociedad española hacia esta lacra, porque casi todos los españoles la practican a pequeña escala. ¿No es una afirmación políticamente incorrecta? 

Sí, es políticamente incorrecto, pero eso no lo hace necesariamente incierto. En España tenemos una economía sumergida muy importante, una economía de elusión de impuestos muy importante y tenemos una economía delictiva. Y eso son muchos puntos del PIB. Eso quiere decir que si la ciudadanía consiste en contribuir a las cargas públicas, eludirlo es una forma también de corruptela social. Yo me permito encuadrar el conjunto de la corrupción política durante muchos años ante una sociedad que no ha sido taxativa en el reproche político, al margen del penal o administrativo, por ese tipo de comportamientos.

¿Los resultados de las elecciones del domingo significan una reacción de la sociedad española a la corrupción?

Totalmente. Yo creo que una de las causas por los que los partidos mayoritarios han reducido sus votos a un 52% del total, el registro más bajo de la historia, tiene que ver no en todo pero sí en parte, con un hartazgo de la opinión pública hacia los sucesivos casos de corrupción que se han ido conociendo, tanto en el PSOE como últimamente sobre todo en el Partido Popular. Suelen decirme "esto no ocurre en Andalucía". Pero es que hay dos tipos de corrupción: la que socializa el beneficio corrupto y que admite un mayor grado de tolerancia social, y la corrupción que privatiza los fondos que se han rapiñado y que merece un mayor reproche social. En cualquier caso, la tendencia será a que cualquier forma de corrupción sea sancionada, no solo de forma penal, sino desde un punto de vista político y electoral.

¿Hoy ha sido demasiado tarde para el PP? ¿Es demasiado tarde para Rajoy? 

Está a punto de ser demasiado tarde para el PP, porque al ser un partido claramente jerarquizado y presidencialista, depende en un porcentaje altísimo y apabullante de las decisiones del presidente del partido. Si el presidente no encabeza de una manera rápida, fulminante, una reacción introduciendo caras nuevas en el Gobierno y en el partido y adecúa su discurso a las realidades de la sociedad española, que no son solo meramente económicas y referidas a la recuperación económica y estadística, sino a las cuestiones reales y sintoniza con la calle, y no lo hace de una forma rápida, puede ser demasiado tarde. Podría recuperar margen si lo hace en un plazo razonable de tiempo: pero estamos hablando de un par de semanas, no de meses, porque no tiene tiempo para ello.

Usted es un monárquico confeso, y posiblemente el más experto en el tema, pero también un crítico implacable. ¿Se considera un ejemplo de cómo sobreponer la objetividad a la subjetividad? 

Que yo soy un monárquico confeso es rigurosamente cierto, pero introduzco un matiz muy importante. Soy un monárquico confeso porque creo, desde una valoración racional, que la Monarquía Constitucional es la forma de Estado que mejor se ajusta a una sociedad como la española. Naturalmente, si el titular de la Corona, el jefe del Estado, no cumple estrictamente sus obligaciones constitucionales y además no encarna los valores en los que se puede reflejar la sociedad española -la austeridad, la ejemplaridad, la integridad, el cumplimiento de sus obligaciones con puntualidad, laboriosidad y entrega- entonces la institución se deteriora extraordinariamente, como ocurrió en los últimos años del reinado de Juan Carlos I, y se volvería a replantear el debate sobre la forma de Estado. Desde ese punto de vista, sí soy duro, porque creo que, para que la Corona se mantenga en su sitio, los que apostamos por esta institución debemos ser exigentes.

¿Entonces no es de los que piensa que un mal Rey es mejor que una buena República? 

Yo creo que nosotros no hemos tenido buenas Repúblicas. Hemos tenido dos y, por distintas razones y distintos contextos históricos, las dos han fallado. En cambio, hemos tenido el régimen de la Restauración, que vino con una Constitución de larguísimo recorrido como fue la de 1876, con la Monarquía Alfonsina, y luego hemos tenido otra Monarquía, la de Don Juan Carlos, que junto a la Constitución de 1978 nos ha llevado a más de 36 años de régimen democrático. Empíricamente está demostrado que la Monarquía en España puede funcionar y ha habido ocasiones históricas muy dilatadas en que ha funcionado bien. Cuando la Monarquía se ha separado del criterio parlamentario y ha rebasado los límites que la propia Constitución le atribuía hemos tenido un grave problema con la forma de Estado. No hay que olvidar que la República viene precedida de una dictadura, la de Primo de Rivera, con la aquiescencia del Rey. Y eso fue letal para la Monarquía. Por fortuna ahora no nos encontramos ni lejanamente en un escenario mínimamente similar, por lo que sigo pensando que la Monarquía, que ha tenido capacidad de renovación porque ha habido una sucesión en vida a través de la abdicación, está ahora en buenas manos, las de Felipe VI, con un funcionamiento correcto. Sin perjuicio de que quepa debatir si hay que reformar el Título II de la Constitución, que yo creo que sí, para eliminar la primacía del varón sobre la mujer en la sucesión, y probablemente hacer otros retoques. Y como esa modificación debe ser ratificada en referéndum popular, ahí se va a producir un debate sobre la forma de Estado. Y será bueno porque yo estoy convencido de que la Monarquía ganará ese debate si Felipe VI sigue caminando por donde lo está haciendo ahora.

Jose Antonio Zarzalejos, retratado por Carlos Ruiz.



Es de los pocos que va más allá de los escándalos obvios y critica que Juan Carlos I desreguló la Casa Real hasta disfrutar de una gran arbitrariedad. ¿Ha hecho Felipe VI correcciones en ese sentido? 

Con Felipe VI ya se ha puesto en marcha un sistema que disminuye la dimensión de la Casa Real, se ha introducido funcionariado público en la Casa del Rey con interventores y abogados del Estado, y no solamente diplomáticos y militares, como era antes. Además, se aplica a la Casa la Ley de Transparencia, y eso ya lo llevamos ganado, así como la experiencia del actual monarca a través de los males o los errores cometidos por su padre. No obstante, sería deseable que se desarrollase el artículo 57 y que hubiese una ley orgánica que regulase con más detalle las renuncias y las situaciones que se pueden plantear en el orden sucesorio. Y también que se regule correctamente el aforamiento de los miembros de la Familia Real, y no la ley de ocasión que se tuvo que utilizar cuando se produjo la abdicación.

Dedica un contundente capítulo a los medios de comunicación. Aquí también va un paso más allá y no se queda en la crisis del papel o la económica. ¿Son menos independientes los medios de hoy que los de la Transición? 

Bueno, ¿cómo se mide la independencia? En un periódico se mide con dos termómetros: uno profesional y otro financiero. El termómetro profesional quiere decir que en las redacciones hay profesionales de largo recorrido, con agenda, con experiencia... esos han desaparecido de las redacciones porque han sido carne de ERE. Porque la combinación de edad más retribución hacía muy rentable su salida a través de expedientes de regulación de empleo. Y desde ese punto de vista, hay una mayor debilidad en la obra intelectual que es un medio de comunicación, sea cual sea el soporte. Y ese termómetro nos demuestra que hay un gran déficit intelectual. Y después está el termómetro financiero. Es bien sabido que durante los años 90 las empresas de comunicación hicieron una expansión multimedia, creyendo que con ingresos ordinarios podría financiarse ese despliegue. Eso es lo que ha pinchado rotundamente con la crisis. Esos son los dos factores que hacen que los periódicos sean más dependientes de sus acreedores. Pero también hay una crisis de credibilidad. Y también está el factor que los periodistas no hemos mantenido, que es el criterio de que nuestra intervención en la información es necesaria. Somos intermediarios entre la información y la audiencia, no para manipular, pero sí para dar valor añadido y contexto a la historia. Dimensionar correctamente su importancia, hacer prospectiva con ella, explicar las causas de por qué suceden determinadas cosas. Lo que se llama una historia con valor añadido, porque el hecho en sí, mondo y lirondo, tiene poco valor. Y yo creo que esa intermediación la hemos debilitado.

La defenestración de tres directores de periódico en tres meses, ¿es un exceso de autoritarismo del poder o una flaqueza del periodismo?

Yo he empezado el capítulo por estas tres destituciones porque es inédito que en 2014, en enero sea cesado Pedro J. Ramírez, en febrero, Javier Moreno de El País y en marzo, José Antich, de La Vanguardia. Lo que a mí me sugiere es que la clase periodística asume a través de destituciones y restricciones unas responsabilidades que no son suyas, al menos íntegramente. Porque la situación de las empresas periodísticas no depende solo de los directores de los medios, depende también de los gestores y de los ejecutivos, que curiosamente son los que cesan a los directivos, pero nadie les cesa a ellos, cuando el problema financiero de los medios no ha estado en manos de los directores. Creo que es muy sintomático que tres directores de los tres principales periódicos, por distintas razones que en el libro se exponen, hayan sido destituidos en el primer trimestre de 2014. Es todo muy expresivo, sugestivo o sugerente de que tenemos ahí un serio problema.