La mala relación entre la reina Sofía y el rey Emérito Juan Carlos I es de sobra conocida. Las infidelidades del exmonarca ya no son un tabú y, según la periodista Pilar Eyre, hasta la propia Sofía las conocía. Tal era la situación que, según cuenta en su libro Yo, el Rey, Juan Carlos I la amenazó con divorciarse por “amargada” y “reprimida”.

Eyre asegura en su obra que Juan Carlos valoró el divorcio y que Sofía también, pues el hartazgo era ya más que evidente.

La reina conocía las infidelidades de su marido y, aunque aceptaba las relaciones que mantuvo con mujeres como Bárbara Rey y Marta Gayá, se cansó. El punto de inflexión llegó a finales de la década de los 70’. Sofía decide seguir al entonces rey y, tras dar esquinazo a los escoltas, “abre la puerta. Ve una cama enorme y anticuada, un montón de ropa en el suelo, dos cuerpos, un rostro de mujer que emite un grito… La reconoce”.

En ese momento, según la periodista, Sofía opta por marcharse a la India, donde vive su madre, con el objetivo de "castigar a Juanito. ¡Al Rey! ¡Llevarse a los niños, que es lo que más dolor puede causarle! En realidad, las niñas no le importan, pero llevarse al heredero… eso sí que es una puñalada en el corazón, ¡si ese malnacido no tiene corazón!”.

Es entonces cuando la reina barajaría el divorcio, pues le espera un futuro marcado por “una cadena de infidelidades, una mujer detrás de otra, como todos los varones de esta maldita dinastía… Humillaciones públicas que tendrá que tragarse”.

Juan Carlos I llama a su suegra, Federica de Grecia: “Dile a Sofía que estoy empezando a cansarme de este numerito… Que se vaya contigo a la India me importa un huevo, ahora, que se despida de ser reina. Haré anular el matrimonio, diré que ella no estaba convencida de hacerse católica y a la mierda. ¡Y Felipe, conmigo!”.

"Sofía, más que ir a Grecia, huye de la Zarzuela y de su vida conyugal. Su convivencia con Juanito está lastrada por la necesidad de tener un varón, llevan tres años intentándolo, en esas fechas que saben que son las más fértiles. [...] No les apetecía ni a uno ni a otro, lo que para los demás es un placer, para ellos se ha convertido en una obligación onerosa y cargada de responsabilidades”, añade Pilar Eyre en su libro.

Tanto es así, que cuando el monarca supo que tendría un heredero, se desmayó: “El mundo desapareció, mejor dicho, se volvió negro. Las piernas se convirtieron en arena y se cayó al suelo. Muerto, estaba muerto, su cabeza golpeó las losas blanquinegras de mármol y dejó de respirar. Pero parece ser que los muertos oyen, porque escuchó la voz del doctor, que, en tono bonachón, le dijo a la enfermera: ‘Pobrecillo, se ha desmayado. La tensión ha podido con él”.