Cs bracea desesperadamente para no ahogarse en la mar gruesa que él mismo provocó arrojando cartuchos de dinamita a las aguas en calma. La convención de este fin de semana en Madrid es su última oportunidad de llegar vivo a tierra, pero recuperar su identidad primigenia de partido liberal, transversal, de partido ni anti-PP ni anti-PSOE pero tampoco pro-PP o pro-PSOE no va a serle fácil a su líder Inés Arrimadas. De hecho, lo más probable es que ya sea demasiado tarde.

El Partido Socialista es por definición un partido anti-PP, del mismo modo que el Partido Popular es por definición un partido anti-PSOE. Cs había llegado a la política nacional con el marchamo de no ser un partido anti, ese era su principal valor y su gran atractivo, los que Albert Rivera tiró por la boda al convertir a Cs en un partido cerrilmente antisocialista.

Liberales a la carta

Inés Arrimadas y los oficiales y marineros que todavía no se han amotinado contra ella se llaman liberales, pero proclamarse liberal apenas significa nada en un país donde se autoproclaman liberales dirigentes tan conservadores y ventajistas como Esperanza Aguirre o periodistas tan cercanos al populismo de la extrema derecha como Federico Jiménez Losantos.

Y menos aún significa la etiqueta de liberal si el discurso oficial del partido sigue siendo tan anti-PSOE pero tan poco o nada anti-PP como lo era con el último Rivera, hoy ciertamente desacreditado como líder político pero no como padre de familia, pues aprovechando su popularidad y sus influencias disfruta en tierra firme de un empleo extraordinariamente bien remunerado mientras su partido es un barco a la deriva que va directo hacia los acantilados.

En las proximidades de la costa, los buhoneros del PP con el caballero de fortuna Fran Hervías a la cabeza acechan ocultos entre las calas para apoderarse de los pecios que puedan tener salida en el mercado.

El fantasma de Colón

Cs no puede romper los gobiernos de coalición que tiene con el PP, pero tampoco puede seguir diciendo de Pedro Sánchez las mismas cosas que dicen de él el Partido Popular y Vox. Legitimarse ante el electorado como partido bisagra, partido templado o partido liberal obliga a moderar el discurso, a equilibrar las distancias, a anclar el partido en ese comprometido punto medio al que tanto les han costado llegar a sus correligionarios liberales de Austria, Alemania o Rumanía.

Recuperar la templanza ideológica y la moderación retórica no es complicado, basta con un ejercicio sostenido de contención inteligente. Más difícil será, en cambio, renunciar a toda alianza de hecho o derecho con la extrema derecha.

El Cs de Arrimadas nunca será creíble como partido de ‘centro progresista’, que es como lo define su número dos Edmundo Bal, mientras no demuestre que le repugna compartir mayoría parlamentaria con Vox o estar en gobiernos de coalición con presidentes investidos gracias a Vox. La impresión generalizada no es que le repugna pero apenas lo disimula, sino simplemente que NO le repugna.

Un oso en la moqueta

Siendo como es una comunidad de mucho peso demográfico y gran visibilidad política, Andalucía podría operar como plataforma de lanzamiento del nuevo Cs, pero el hecho de formar parte de un Gobierno presidido por el PP gracias a Vox y el hecho de ser una víctima dócil del abrazo del oso según el cual en los gobiernos de coalición el socio mayor ahoga al menor con su cariño dificultan que Cs Andalucía pueda ser identificado como el partido liberal y de centro progresista que proclama la convención que hoy se clausura en Madrid.

Juan Marín no ha sabido marcar un perfil propio no ya de centro progresista, sino ni siquiera de centro, bien porque él mismo no haya sido nunca centrista, bien porque, siéndolo, no haya hecho valer su personalidad ni su ideología en el Gobierno del que es vicepresidente.

En Andalucía Cs no tiene una estrategia para recuperar los votos que se le están yendo al Partido Popular. Es la tarea en la que debiera estar ocupado Marín pero no lo está. De hecho, ni siquiera da muestras de que le preocupe la desbandada de votantes.

Aunque parezca una paradoja, muchos observadores piensan que Cs tendría más visibilidad y lucimiento si no formara parte del Gobierno andaluz. ¿Seguro? ¿Acaso no tiene visibilidad Marín, que sale a todas horas en Canal Sur y es tratado como mimo por los medios conservadores?

La tiene, sí, pero su visibilidad no es en tanto que líder de un partido independiente y con una agenda política propia, sino en tanto que vicepresidente de un Gobierno liderado muy visiblemente por el PP porque del PP es su presidente y porque, a imagen y semejanza del central, todo gobierno autonómico es fuertemente presidencialista.

Esta circunstancia no la sufre solo a Marín en Andalucía: la sufren igualmente Francisco Igea en Castilla y León o Mónica Oltra (Compromís) en Valencia, donde los focos más potentes siempre apuntan al presidente.

El botín y la gloria

La contradicción es irresoluble para partidos como Cs, pues si el hecho gobernar con un partido más grande los perjudica, ¿cómo resignarse a no gobernar, cuando todo partido ha nacido para ello y pierde todo su sentido como partido si renuncia a aquello para lo que nació, al tiempo que arrebata a marineros y oficiales el incentivo del botín, que tan importantísimo papel juega en política?

Ni a Cs ni a ningún partido se le puede pedir que renuncie a la gloria de gobernar, pero sí que renuncie a gobernar solo con uno de los dos partidos grandes: si no en todas partes, sí en las más suculentas políticamente, reservando los pactos de gobierno con el otro gran partido únicamente para ciudades o instituciones de poca relevancia.

Ahora bien, ¿puede tener futuro un partido español que no sea anti nada? Puede tenerlo pero siempre que 1) no pretenda ser más grande de lo que la tradición del país y las propias reglas de la política permiten y 2) no olvide que en política es preferible hacer cosas grandes siendo pequeño que cosas pequeñas simulando ser grande.