Se va ya el año 2020, el año de la pandemia. Este es un año que todo el mundo querríamos olvidar. Para mí, el año más duro de mi vida. Ha sido el año de los abrazos no dados, de la pérdida de familiares y amigas y allegados, el año en que Madrid se quedó en silencio, sólo interrumpido por las sirenas de las ambulancias constantes.

La crisis sanitaria del Coronavirus ha producido también una crisis económica y social, sin precedentes. O con precedentes lejanos como fue la guerra civil española y su siguiente posguerra. Durante las primeras semanas de la pandemia, cuando estábamos en el confinamiento duro y mi teléfono no paraba de sonar a todas horas con llamadas inquietantes y llenas de dolor de familiares o trabajadoras de residencias de personas mayores, y yo no podía parar de pensar en eso. La generación más valiente de este país, la que nos trajo todo lo que disfrutamos, los derechos, la libertad, la democracia, quienes nos cuidaron con la mayor dulzura del mundo, quienes levantaron a familias enteras en la anterior crisis con sus pensiones, los mejores, estaban muriendo solos y solas en las residencias

Recuerdo esos como los días en que aprendí a suplicar y a rogar. Desde Unidas Podemos-IU rogamos y suplicamos por los mayores de las residencias por todos los medios posibles: en reuniones informales con el gobierno, en las comisiones y plenos cuando comenzaron, mediante cartas a la presidenta y al gobierno, en artículos de prensa… Todo. Pero no nos hicieron caso. En aquellos días ya se libraba la batalla política de Ayuso contra el gobierno central por quién tenía las competencias (aunque las órdenes ministeriales dejaban claro que eran autonómicas) y vivíamos en una suerte de show donde no importaban las vidas de las y los mayores o dependientes.

Y también la batalla entre socios del gobierno, que dejó varias dimisiones como la del consejero de Políticas Sociales, Alberto Reyero, que fue el primero del gobierno en reconocer que existían protocolos firmados por la Comunidad de Madrid para no derivar a mayores o dependientes de las residencias y que tampoco estaban haciendo nada para medicalizarlas. Abandonaron a nuestros mayores a su suerte.

Recuerdo el horror de las últimas cifras que nos dieron actualizadas el 25 de marzo, donde ya más de la mitad de las personas fallecidas eran de residencias y habían muerto en las propias residencias sin ser atendidas. Recuerdo llorar como una niña pidiendo a Alberto Reyero que hiciera algo. Recuerdo llevar la propuesta de la medicalización y luchar por que todos los grupos parlamentarios, salvo dos personas, Ayuso y el responsable de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, votaron a favor. Recuerdo el cinismo de Ayuso y Escudero diciendo que los centros ya se habían medicalizado.

Incluso a día de hoy no están medicalizadas. Eso sí, ya hay derivaciones hospitalarias. Pero eso no es un triunfo o una victoria, la derrota es haber sido incapaces de no permitir que durante semanas no las hubiera. Porque las vidas de las personas mayores valen lo mismo que la mía y la tuya y porque aún había camas y UCIS libres en la sanidad privada. Pero sólo se trasladaron a 26 mayores de más de 7.000 que fallecieron. Para hacerse fotos en Ifema sí que estuvieron rápidos…
Pero esto, siendo lo más duro, no es lo único que recuerdo con horror en el año 2020 en Madrid. Con el cierre de los colegios, a la infancia que tenía derecho a beca comedor como no iban al colegio, comenzaron a darles pizzas y sándwich todos los días. Con la entrada del Ingreso Mínimo Vital del gobierno central, la Comunidad de Madrid comenzó a enviar cartas amenazantes avisando de que si cobrabas los 426 € de la Renta mínima de inserción (RMI), tenías que solicitar el IMV obligatoriamente. Y las familias, al solicitarlo, se quedaron sin RMI, sin becas de comedor. Sin ayuda.

Comenzaron las colas del hambre en Madrid. Mientras en los barrios pijos de la ciudad salían con banderas de España, palos de golf y cacerolas vacías a hablar de una conspiración “narcosocialcomunistajudeomasónicadel5GdeBillGates”, en los barrios populares de Madrid la gente empezó a organizarse para llenar cacerolas a sus vecinas, para hacer la compra a las personas mayores o dependientes, para recoger comida, para darse apoyo mutuo. Siempre he estado muy orgullosa de ser de Vallekas, de Entrevías, y sé que sucedió en más barrios, pero la solidaridad vecinal de Somos Tribu Vallekas o de la parroquia de San Carlos Borromeo fue titánica. Como otras veces, nos dimos cuenta que sólo el pueblo salva al pueblo y que las personas humildes siempre sienten más compasión y empatía que las de las cacerolas vacías del Madrid pijo para el que gobierna Ayuso y Almeida.

Y aún hubo más en este año en Madrid. Echaron a los refuerzos Covid de la escuela pública, pese a ser aprobado en la Asamblea de Madrid que tenían que estar trabajando todo el año, 1.117 profes fuera y más de 20.000 alumnos y alumnas sin refuerzo en las clases de la escuela pública; con la llegada de la LOMLOE iniciaron otra batalla contra el gobierno central, en este caso con la concertada y la especial. Mintieron utilizando a niños y niñas donde decían, por ejemplo, que el gobierno central quería cerrar los centros de educación especial cuando solo hace falta leer el texto de la ley para saber que es mentira. Lo que es cierto fue que una semana después de sus manifestaciones contra la ley del Estado, Ayuso decidió echar a la calle a 386 profes de educación especial.

Sin duda un año aciago para toda España, pero especialmente para Madrid porque hemos tenido a los peores gobernantes posibles en el peor momento.

Ahora estamos en fechas navideñas y las derechas españolas y madrileñas reivindican la Navidad y el nacimiento de Jesús de Nazaret. Quizá alguien les debería recordar cómo nació ese niño, migrante y pobre un pesebre que no era de la propiedad de sus padres porque “no hubo sitio en la posada porque eran extranjeros”. Hoy en día le llamarían okupa y mena y le criminalizarían. Como han lo han hecho con los niños y niñas que viven en la Cañada Real sin luz desde hace más de dos meses y que han pasado la Navidad a oscuras. Más de 1.800 niños y niñas viven en condiciones infrahumanas y Ayuso junto con sus socios de la extrema derecha se permiten llamarles delincuentes.

Pero el año acaba con una gota de esperanza, la ansiada vacuna ha llegado a España. Y ha vuelto a ser esa generación, la más valiente de España, la que nos está dando de nuevo una lección de solidaridad y coraje. Araceli y todas esas personas mayores remangadas, sonrientes, moviendo después los brazos y diciendo "no me ha dolido” para animar a los demás. Esos brazos nonagenarios, blandos, con manchas, pero a la vez fuertes y bellos son hoy son la esperanza para creer que 2021 tiene que venir mejor. Y a ser posible, se encuentre con personas mejores, vacunadas del Covid, pero también del egoísmo del privilegiado y de la falta de empatía.

Paloma García Villa es Diputada autonómica por Unidas Podemos​