Parecen locales pero son casi generales. Parecen autonómicas pero son casi legislativas. El 28-M es importante por sí mismo pero trascendental por el efecto arrastre que podría tener su resultado. El primer puesto es, lógicamente, el más deseado, pero también lo son el tercero y cuarto, mucho más incluso que el segundo, medalla de plata que a su titular suele saberle a escoria. PP y PSOE se disputan el oro; Unidas Podemos y Vox se disputan el bronce, pero con la particularidad de que quien consiga ese tercer puesto estará en condiciones de otorgar el oro a quien solo consiguió la plata.

El premio gordo del 28-M no es la victoria aritmética, sino el poder institucional. El PSOE puede ganar en votos pero perder en poder. Y viceversa. E igual le sucede al PP. No es improbable, sin embargo, que ninguno de los dos obtenga una victoria aplastante: los datos de la noche electoral puede que se parezcan a los que suelen arrojar las oleadas trimestrales del Estudio General de Medios, donde las cadenas casi siempre encuentran algún dato aislado lo suficientemente favorable para permitirles enmascarar su derrota sin necesidad de recurrir a la mentira. Aunque gana siempre la SER, sus competidoras siempre se las apañan para titular la noticia de forma que parezca que las verdaderas ganadoras son ellas.

Trasladadas al ámbito futbolístico, técnicamente las elecciones municipales y autonómicas del próximo día 28 son una Copa del Rey, pero realmente son la primera vuelta de la Champions. Lo que está en juego no es únicamente un vistoso trofeo local, sino conseguir un resultado que permita afrontar como indiscutible favorito el partido de vuelta, que tendrá lugar dentro de seis meses.

Ni a Pedro Sánchez ni a Alberto Núñez Feijóo les vale ganar en voto popular si tal victoria cuantitativa no se traduce en poder institucional. De las doce autonomías en juego, nueve están en manos socialistas. Para Sánchez, ganar es conservar lo ganado en 2019; para Feijóo, arrebatarle a Sánchez un buen puñado de capitales y algunos gobiernos autonómicos, sobre todo la Valencia que tan juiciosamente ha venido gobernando Ximo Puig. Los socialistas ganaron con autoridad las locales de 2019: aunque el PP se les aproximó en número de concejales -20.325 frente a 22.329-, los de Sánchez aventajaron a los de Feijóo en 1,6 millones de votos, lo que significa que el líder gallego dispone de un amplio margen de mejora sobre el decepcionante balance de su partido hace cuatro años. 

Una victoria por la mínima y sin una traducción institucional contundente sería mal augurio para los muchachos del Partido Popular, cuyo nuevo entrenador despertó grandes esperanzas en la afición tras la dramática defenestración de su predecesor Pablo Casado. Procedente de la división de plata de la política española, Feijóo saltó al primer equipo prometiendo mejorar visiblemente las mediocres marcas de su antecesor. Él mismo se ha puesto -no tenía otra opción- el listón muy alto. Como en el fútbol, su público no le exige juego bonito pero sí resultados.

Feijóo no es un míster brillante ni particularmente imaginativo, pero tampoco lo eran el andaluz Moreno ni el castellano Mañueco y ahí están. Las dotes estratégicas del gallego son limitadas, como lo es su temple para ejercer el liderazgo, pero cuenta con una gada muy fiel y poderosos amigos en los despachos mediáticos y financieros. Pedro Sánchez es un entrenador más experimentado, pero puede que acuse el cansancio de llevar a sus espaldas muchos más partidos que Feijóo.

La política es un oficio éticamente muy comprometido porque quienes se dedican profesionalmente a ella nunca pueden decir ‘la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad’. El PP sabe que la economía va bien, pero no puede decirlo; el PSOE sabe que independentistas catalanes y abertzales vascos son su flanco débil, pero nunca lo admitirá públicamente.

El PSOE tiene mejores cartas que su adversario -la economía, las pensiones, la política energética, el Ingreso Mínimo Vital, la gestión de la pandemia, el buen crédito internacional del presidente-, pero el PP está jugando bien las suyas: las amistades peligrosas del Gobierno, los excesos verbales de Podemos, los rifirrafes dentro del Ejecutivo, las reformas penales para contentar a sus socios… Las partidas no siempre las gana quien tiene mejores cartas, sino quien mejor sabe jugar las suyas. En principio, Sánchez es un jugador más frío y experimentado que Feijóo, pero los hinchas del gallego están mucho más motivados que los desganados seguidores socialistas. El primer partido será muy importante, pero solo el segundo será decisivo. Mayo es solo la primera vuelta de noviembre. Ahora bien, un 2-1 en la ida se puede remontar en la vuelta; una goleada, no.