Empezamos el 2022 con una nueva ración de mentiras, bulos y manipulaciones, cortesía de quienes prefieren el barro y el fango a los debates serios, honestos y que hacen frente a los verdaderos problemas. Hemos visto a la derecha más tramontana inventar falsedades, atribuir declaraciones que nunca existieron y construir una polémica artificial con intereses únicamente electorales.

Nada nuevo por su parte. El verdadero problema surge cuando se acepta su mentira como campo de juego, se agacha la cabeza ante su ruido y sus aspavientos y se permite que sea la derecha irresponsable y manipuladora la que delimite los márgenes de la discusión. Ofrecer concesiones ante quienes han convertido las fake news y los ataques personales en su forma de hacer política supone complicidad con el descrédito de la política.

Para hacer frente a la desafección ciudadana, que a tantos nos preocupa, necesitamos una apuesta decidida por la política valiente, la política rigurosa y la política que se preocupa de lo que de verdad importa. Y para ello no hay que recurrir a los gritos ni las palabras gruesas sino a mantenernos firmes en nuestros valores y principios.

En el caso de las macrogranjas, a poco que se escuche a la ciencia o al sentido común, es innegable que, por cuestiones sanitarias, alimentarias y medioambientales, es un modelo a evitar. Lo señala la Unión Europea, la agenda 2030, prestigiosos premios nóbeles e incluso el PP y el PSOE hasta hace pocos meses. Debemos avanzar hacia formas de producción que garanticen el cuidado del medio ambiente y la calidad en la alimentación, por eso hemos elevado una propuesta al Congreso para que se realice un etiquetado de la carne que permita conocer su origen, similar al que ya existe en los huevos. No hay cálculo partidista que deba hacernos rebajar un ápice nuestras ambiciones en materia de cuidado de la salud y del planeta.

Lo mismo ocurre con los impuestos. La evidencia empírica demuestra que la barra libre para las grandes fortunas, la sempiterna receta de los gobiernos del Partido Popular, es un fraude. Cuando Ayuso demoniza los impuestos está renegando de los profesionales  que han hecho frente a la pandemia, de la escuela donde nuestros hijos se forman o del metro con el que vamos a todas partes. Los impuestos son el mejor rasgo civilizatorio que hay y el mayor pegamento social que se ha inventado, siempre y cuando ni se despilfarren ni acaben en una caja B. Las sociedades modernas y democráticas necesitamos impuestos justos, progresivos que se destinen a fortalecer los servicios públicos, la innovación y el desarrollo y que apuntalen el futuro con certezas. Que España haya sido un ejemplo internacional en la vacunación sólo se entiende por nuestro sistema público sanitario, financiado a través de nuestros impuestos. Por ello, ante la ofensiva que pretende demonizarlos, hay que repetir con orgullo, hasta la saciedad si hace falta, ¡que vivan los impuestos!

O con la vivienda. No tiene sentido andarse con medias tintas con un tema que tantos quebraderos de cabeza genera a jóvenes y familias. Es incuestionable que el acceso a la vivienda se ha convertido en una odisea, algo que debería ser sinónimo de refugio y tranquilidad se ha convertido en incertidumbre y desasosiego. Dan igual los cantos de sirena de la derecha, lo que importa es el bienestar de la gente. No importan las bravuconerías o las campañitas que orquesten quienes llevan toda la vida oponiéndose a los avances sociales y negando la realidad existente. No permitamos que sus ideas, minoritarias, desfasadas y con olor a naftalina estén sobrerrepresentadas en la esfera pública y la política.

Para el 2022 tengámoslo claro: de nada sirve replegarse ante el estruendo que organizan unos pocos cuando el futuro se abre paso. Fuera complejos, la derecha phoskitos vive atrapada en el pasado, en un mundo que ya no existe. No caigamos en su trampa. No dejemos de pensar soluciones del siglo XXI para los problemas del siglo XXI, de atrevernos a imaginar el porvenir o de poner sobre la mesa propuestas que respondan a las necesidades de nuestras ciudades y pueblos. Les molesta todo lo que suene a progreso, modernidad y avance, por eso nos llaman izquierda caviar o izquierda patinete. Pero yo les digo que a mucha honra. No van a conseguir que retrocedamos ni un milímetro en nuestro propósito porque nos merecemos vidas mejores, más saludables y más sostenibles.

Mónica García es líder y portavoz de Más Madrid en la Asamblea de Madrid