Aunque con más años de existencia que Podemos -su constitución fue en 2013, hace ya seis años, mientras que la formación liderada por Pablo Iglesias surgió en 2014-, en realidad Vox solo ha adquirido verdadera relevancia como partido político desde hace tan solo unos meses; en concreto, desde la celebración de las elecciones autonómicas andaluzas de diciembre de 2018. Fue a partir de su  irrupción en el mapa político andaluz, en gran parte esperada pero que casi nadie vaticinó que fuese tan potente y sobre todo tan decisiva.

Durante este último medio año Vox no solo se ha convertido en una formación con una nutrida representación parlamentaria, tanto en las Cortes Generales como en numerosas comunidades autónomas, así como con ediles en muchos municipios, sino que ha conseguido un triunfo político indiscutible: su simple existencia ha condicionado, condiciona y mucho me temo que condicionará en el futuro, a las otras dos fuerzas de la derecha, esto es PP y C’s. Las urgencias históricas de estos dos partidos, y de forma especial de sus líderes -Pablo Casado y Albert Rivera, respectivamente-, ha convertido a Vox en un elemento decisivo y decisorio. Tanto Casado como Rivera han optado por aquello de “mejor pájaro en mano que ciento volando”, y por consiguiente se han negado a practicar con Vox la táctica del cordón sanitario que, en el conjunto de Europa, tanto todas las formaciones progresistas y de izquierdas como también casi todos los partidos conservadores, liberales y centristas han aplicado a las fuerzas de derecha extrema de sus correspondientes países.

Este es el primer gran triunfo político de Vox. PP y C’s -los de Casado con mayor entusiasmo, los de Rivera con la apariencia de reservas y reticencias, y no sin notables disensiones internas- les han reconocido como posibles socios, y con ello han pasado a admitirles y reconocerles y tratarles como un partido político más o incluso con un trato mucho mejor que el que dan a muchas otras formaciones, ya sea porque se trata de fuerzas nacionalistas o independentistas, porque son tildadas de populistas o, pura y simplemente, porque son de izquierdas. Poco o nada ha importado a PP y a C’s que Vox tenga un ideario que entra en abierta contradicción en muchos aspectos con la Constitución de 1978 e incluso con algunos derechos y libertades establecidos en España durante los últimos ya más de cuarenta años de democracia parlamentaria.

Más allá de este reconocimiento de Vox como posible socio, y hasta como socio preferente, PP y C’s se han dejado abducir e incluso colonizar por Vox, del que han asumido gran parte de su programa y argumentario. En especial en temas como el conflicto secesionista de Cataluña, la cuestión migratoria o la violencia de género, pero también en muchos otros asuntos, cuesta diferenciar lo que Vox propone y lo que nos proponen en sus priigramas electorales tanto el PP como C’s.

Este es el segundo y definitivo gran triunfo político de Vox. Es el partido que preside Santiago Abascal el que marca en gran medida la orientación adoptada por PP y C’s, ideológica y programáticamente. De ahí muchas de las medidas ya anunciadas por algunos gobiernos autonómicos, provinciales y municipales de derechas, que no son más que decisiones impuestas por Vox desde unas posiciones ultraderechistas, concebidas para dar satisfacción a un electorado que, al menos en gran parte, responde a un cierto posfranquismo sociológico o a una indisimulada nostalgia del franquismo.

Con todos estos elementos sobre la mesa, nada más lógico que la exigencia de Vox tanto de suscribir toda clase de acuerdos y pactos de gobernabilidad con luz y taquígrafos -y sobre todo con cámaras, cuantas más mejor- con PP y C’s en las comunidades autónomas, las diputaciones provinciales y los municipios donde los votos de los representantes de Vox son decisivos y decisorios, como ocurre en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid, por ejemplo. Nada más lógico que esta exigencia y nada más lógico también que la exigencia de Vox de contar con áreas de gestión y de gobierno en estas mismas instancias. PP y Vox quizá no calibraron con un mínimo de precisión hasta qué punto reconocer a Vox como un partido más y asumirlo un posible socio no solo tenía la ventaja de poder acceder al control político de administraciones públicas muy importantes, sino que comportaba, comporta y comportará siempre graves inconvenientes.