Los líderes de la extrema derecha no dudan en vanagloriarse, como si de chavales descamisados y matones fuera la cosa, de sus hazañas de juventud. Después de ver a un encorbatado Ortega Smith presumir de su pasado como boina verde y de estar en busca y captura por su 'asalto' a Gibraltar, llega el turno del líder del partido.

Tal y como recoge el propio Abascal en su libro No me rindo – el nombre sirve como metáfora perfecta del aire épico que desprende-, su juventud esconde tras de sí capítulos esperpénticos. Eso sí, por España. “No me quedó sino agarrarle de los pelos y acertarle un rodillazo en pleno rostro. Ya frente a frente, encadené contra él un puñetazo tras otro con toda la rabia de la que era capaz, que debía ser mucha, pues el sonido de los golpes se sobreponía al de la música del local”, cuenta el dirigente evocando una pelea con un simpatizante de ETA en un bar de Llodio (Álava).

Solo un episodio más de un político de barra de bar que presume, ante los ojos incrédulos de los que pensaban que la política era otra cosa y los vítores de los que celebran que le plantase cara, de vivir la política como la vida: con valentía y hacia adelante. “Voy siempre armado con una Smith & Weeson. Al principio para proteger a mi padre de ETA; ahora, a mis hijos”, dijo sin reparo en una entrevista personal concedida a El Español.

Pero no es el único. Su íntimo amigo y asesor, Kiko Méndez Monasterio, también se ha visto envuelto en peleas. Cuando ejercía como encargado de las juventudes de Alianza por la Unidad Nacional (AUN), tal y como contó Ricardo Sáenz de Ynestrillas a ElPlural.com, formó parte de una trifulca en la universidad, llegando a agredir a Pablo Iglesias, actual número uno de Podemos.

Un aire marcial que acompaña a muchos de los pesos pesados de la formación ultra. Envueltos en la rojigualda al son marcado por acordes de corneta, el mensaje buscado es claro: valentía y ningún reparo ante los traidores de la patria.