Entre las interrogantes ¿Cómo soy? y ¿Por qué hice eso? se derrama el desconcierto y la volubilidad. En particular, en la juventud, ese proceso de formación que implica, de modo más definido, el afianzamiento de una actitud, ¿cómo soy?, por qué dirección se opta, qué inclinaciones o impulsos se priorizan en los actos y las reacciones (el cultivo de la templanza, o el arte de contar hasta diez antes de reaccionar, o la intemperancia). El desconcierto se incrementará si se arrastran heridas o culpas, emociones taponadas, quizá no por voluntad, sino por injerencia ajena (aun con buena voluntad). Y el desconcierto, que se ha tornado en un no sé quién soy puede derivar en la furia que abrasa la realidad alrededor, incluidos a los que se aprecia o ama, aunque esa no sea la intención, porque las emociones se desbordan, como una supuración que abrasa con llamas: ¿Por qué hice eso?. En el principio, el accidente, la herida. En la primera secuencia de X-Men: Fénix oscura, de Simon Kinberg, las emociones superan a una niña, Jean, como si su mente fuera una vorágine de voces que no controla (la intemperancia que tanto nos domina) y, aunque no sea su intención, provoca que se estrelle el coche en el que viaje con sus padres. En el principio, la injerencia de la buena voluntad: el profesor X (James McAvoy) la adopta, será su guía con tres concepciones fundamentales: No es rara, en un sentido peyorativo, sino singular, por sus cualidades excepcionales. El uso de su singularidad, qué actitud adopte, es lo que la definirá: si será armónica o destructiva. No hay en ella nada que ajustar, porque no está rota. En el principio, la negación de la herida. En el principio, el error de la buena voluntad. Las heridas permanecen larvadas, y pueden brotar cualquier día de modo virulento. Y se pueden tornar furia, simplemente por la mentira de una ocultación. Se puede tornar resentimiento, desconcierto que no sabe cómo articularse, porque lo calibra de acuerdo a lo que le han hecho, sin lograr comprender las razones ajenas, aunque no fueran las más acertadas. Se siente engañada, se siente decepcionada y abandonada. Por eso se expresa con la arrolladora furia del despecho.

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Un fenómeno cósmico servirá de catalizador. En una misión estelar, para salvar a unos astronautas, Jean (Sophie Turner) se verá expuesta a una energía cósmica de la que brotó la vida, pero también capaz de destruir planetas, un reflejo de las opciones por las que se puede decantar Jean. Unas criaturas alienígenas, comandadas por Vuk (Jessica Chastain), representarán la vertiente agraviada: su planeta fue destruido y necesitan esa fuerza cósmica para regenerarlo. Son el reflejo de su furia, la faceta siniestra de su desconcierto, las llamas belicosas con las que encubre su sentimiento de abandono, su intemperie vital. Raven (Jennifer Lawrence) también cuestiona la decisión del profesor Xavier, también evidenciada en su obcecado deseo de vivir en conciliación con los no mutantes. Una obcecación que supone negación de lo que son, ya que implica una subordinación a la vida de los no mutantes. No es nuestra vida, es su vida, como le señala Raven. El profesor Xavier, tanto en relación a Jean como en general con su relación conciliadora, más bien cosmética, con los no mutantes, ha adoptado la opción que quiere actuar como si todo estuviera adecuadamente ensamblado, aunque más bien sea una realidad protésica.

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¿Somos lo que los demás quieren que seamos? ¿Estamos marcados por un destino? ¿Somos capaces de evolucionar?, se pregunta Jean. Y la razón es que en este mundo las cosas son tan inconsistentes, y cambian de tal modo, que lo que vemos con nuestros ojos jamás se mantiene en una esencia inmutable; lo que comienza no sabemos si llegará a su madurez; no podemos conseguir lo que nos proponemos; los deseos de nuestro corazón se van sucediendo unos a otros, y todo lo que nos rodea está integrado por fenómenos cuya existencia es transitoria. (Pensamientos al vuelo, Yoshida Kenko, Errata naturae). Jean es el fénix oscuro, es el ave fénix que es capaz de regenerarse, retornar a la vida, sus llamas son las la alquimia, la inmersión en la depresión, nuestra oscuridad, para retornar y alzar el vuelo, como ave fenix. Cambiamos, y a veces en esos procesos de cambio, sentimos que la realidad se tambalea, y ya no parece la misma, como tampoco nos sentimos lo mismo. Aún más, ya miramos la realidad como si fuera un entorno hostil. La realidad se fuga, la realidad se modifica, y también nosotros, mutables. Los ojos de Jean arden cuando se torna en esa furia que podría destruir ese universo con el que ya no siente que conecta, y aún más siente como agresión, pero su mirada se modifica, se recupera, cuando siente que si existe un vínculo, cuando comprende las razones de los otros, aunque no fueran las más acertadas. Y ese tren de emociones que se había desbocado, y que había acorazado con la furia para protegerse del dolor de su desconcierto, se torna perspectiva de conjunto. La realidad no se urde, ni acontece, en función suya. No es ella el centro del universo. Regenera su mirada, su actitud, y llega a la madurez que mira desde las alturas, la perspectiva no superior sino amplia, desde las que se pueden discernir todas las perspectivas.

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Postdata: En el guión se consideraba que el tercer acto aconteciera en el espacio estelar. Parece que las reacciones de los espectadores en pases previos determinaron que se modificara, por lo que el director de la segunda unidad rodó meses después la secuencia del espectacular climax en un tren. Como en algún otro caso reciente que sufrió la misma circunstancia, Predator, de Shane Black, se percibe en demasía el recosido. una espectacularidad injertada, como si se desmembrara un brazo y se le añadiera una prótesis robótica. Se interrumpe y trunca la continuidad dramática, emocional. Kinberg se había planteado que esta obra siguiera la senda de la espléndida Logan, de James Mangold. La falibilidad, la decepción y las contradicciones parecen definir las emociones y conductas, pero da la sensación de que ciertas imposiciones determinaron, desafortunadamente, superada la mitad de trayecto, un cambio de dirección. No es que descarrile, pero estaciona en la indiferencia.