Hay estilos que se enroscan entre las palabras, como esa difusa naturaleza del sentimiento que no logramos definir, atrapar con los conceptos, ni siquiera con nuestros actos. Nos empapan, pero nos superan. La narrativa de April Ayers Lawson se enrosca en los cinco relatos que componen Virgen y otros relatos (Anagrama), y capta esa difusa naturaleza. Esa difusa inquietud. Comprendí que no nos íbamos a enamorar locamente el uno del otro, que había sido una fantasía, y que volvería a casa, con mi marido, y entendería que lo que fuese que me había poseído no era amor, sino una inquietud más difusa que me había empujado a obsesionarme con él, un hombre al que apenas conocía, como objeto amoroso (Vulnerabilidad). El otro representa, más que es. Proyectamos, nos supera una necesidad, una sombra difusa, no articulada por nuestra consciencia, nuestros pensamientos, un impulso sordo que se sedimenta en nuestros emociones e incuba, y nuestro pensamiento, nuestro traductor en conceptos e ideas, lo nombra o bautiza como amor, como una conexión efectiva, real, con ese otro. El otro es una representación, un objeto amoroso, una pantalla. No es la misma perspectiva durante el presente en que nos zarandean las mareas de los sentimientos (¿Qué es esto que siento que me arrastra aunque no lo entienda o incluso no quiera dejarme llevar, o por qué no me dejo llevar cuando sí lo deseo?) que la retrospectiva que enfoca del futuro hacia el pasado. El escenario puede parecer otro. ¿Cómo pude sentir aquello?.

 

Ahí estoy yo con la mujer de mis sueños una noche de verano, y simplemente no me interesa, sólo quiere largarme; lo que decía ni siquiera tenía mucho sentido para mí; ni siquiera tengo claro si me gustaba su voz, en realidad...Y al mismo tiempo, como me señaló una vez una novia con la que estuve a punto de casarme, de lo que yo estaba enamorado era de su imagen, y eso lo había tenido aquel año en la biblioteca. Todo ese tiempo había creído que me estaba perdiendo algo, que me estaba perdiendo 'más', pero lo que me interesaba estaba ahí desde el primer día. Todavía recuerdo la ropa que llevaba. Recuerdo cómo le quedaba el pelo cuando llegaba un día de lluvia. Una vez se puso una camiseta amarilla horrenda y me sentía menos atraído por ella, como si me hubiese equivocado. Al día siguiente, cuando me volvió a parecer bien, fue como si nos hubiésemos reconciliado. Ahora que he tenido varias relaciones, he entendido que no son mucho más que eso, en esencia, solo que uno habla y se acuesta con la otra persona (Vulnerabilidad). ¿En qué medida conectamos?¿En qué medida la circunstancia, o una necesidad, condicionan la atracción concreta que creemos conexión, sintonía, con el otro? No sabía decir si dos personas habían llegado a amarse 'de verdad' si luego eran capaces de dejar de amarse. No sabía decir si el amor era una cosa o algo real que nunca podía quedar probado del todo, como Dios, y que sólo podía experimentarse en el acto de alcanzarlo, de modo que, al mirar atrás, siempre quedaba en entredicho. No sabía yo si era capaz de amar y de ser amada en la práctica. En cierto momento de mi vida las palabras Te quiero me habían parecido una revelación, no la señal de que debía prepararme para cuando las retiraran (Tres amigas en una hamaca).

 

La potencia narrativa de Lawson reside en la conjugación de la interrogante y la captación de esa naturaleza difusa. Esa inquietud difusa. La sutilidad (escurridiza) de su compleja construcción se evidencia, por ejemplo, en la introducción del relato Los efectos negativos de la educación en casa: A mi madre le había regalado aquel visón una mujer que era antes un hombre. Era un abrigo largo y grueso que le llegaba casi por las rodillas y cuando lo llevaba puesto parecía la mitad de lo que era, y no de su edad, como una niña pequeña a la que sus padres le dicen que la vendrá bien cuando crezca. La piel era blanca y estaba jaspeada de vetas parduzcas. Las vetas se aclaraban en los bordes, se dispersaban en el blanco como pinceladas de acuarela seca. Por aquel entonces yo lo sabía todo de la técnica de la acuarela seca porque me encantaba Andrew Wyeth, Había cometido actos de pasión mirando un libro de Los cuadros de Helga, que tuve que robar de la biblioteca porque tenía dieciseis años y estaba solo, y todo aquel deseo y aquella vergüenza y las capas de deseo, de las que no fui consciente hasta hace poco -el deseo de Wyeth hacia Helga, mi deseo hacia Helga, mi deseo hacia el deseo de Wyeth hacia Helga-, me habían deformado el cerebro, por lo que mi imaginación intentaba convertir en un cuadro suyo la mitad de las cosas que veía. Pero eso no viene a cuento. El caso es que el abrigo sí lo parecía realmente. Las capas, el entramado (interconexión pero también maraña): La mirada del otro, mi mirada, la mirada a través de la mirada del otro. En el desarrollo narrativo de ese relato se conjuga la perspectiva, la voz, del adolescente protagonista con el reflejo en segundo plano de la relación de su madre con su marido o esa mujer que fue hombre. Se enroscan ambas vidas, una de modo esquinada, otra de modo directo, pero la que es perspectiva directa, es una perspectiva interrogante, tanteadora, la de quien está formando su mirada en la vida, y afinando su enfoque sobre la misma. Entre su mirada exploradora, y la capacidad narrativa de Lawson para empapar con los agujeros o las fisuras, de lo que el adolescente no logra comprender o articular, que insinúa el pálpito insuficiente de esas otras vidas (en la distancia, son otros que no es él, pero intenta establecer la conexión), se propulsa el soberano magisterio de esta extraordinaria escritora. Sus afiladas interrogantes (¿Qué es?¿Qué se siente?: la realidad, y por tanto el sujeto, siempre materia movediza, en construcción o definición) exploran con agudeza los reflejos que constituyen nuestra relación con la realidad, en los que se proyecta, o entre los que colisiona, esa inquietud difusa.