Adentrarse en la obra de Gata Cattana es enfrentarse a una complejidad que desafía cualquier intento de clasificación sencilla. Su poesía y música no se limitan a transmitir ideas o emociones; son universos interconectados donde la mitología clásica convive con la crítica social, y lo cotidiano se eleva a lo sublime. En sus versos, la cordobesa amalgama referencias a Unamuno, Lorca y Góngora con imágenes de los barrios populares, y transforma elementos culturales como el flamenco o el rap en vehículos de denuncia y reflexión. Entenderla es, al mismo tiempo, sumergirse en una sensibilidad profundamente analítica y en un corazón que late al ritmo de las luchas del presente.
Lo más desafiante de Gata Cattana es su capacidad para moverse entre mundos que a menudo parecen irreconciliables. Era una poeta clásica y, al mismo tiempo, una activista de las calles; una estudiosa de la historia y una rapera que daba voz a los márgenes. Sus textos oscilan entre metáforas profundamente literarias y afirmaciones que se sienten como verdades universales. En ellos, se manifiesta una tensión constante entre su introspección personal y su compromiso colectivo, lo que hace que descifrarla implique tanto un ejercicio intelectual como emocional. Gata no escribió para complacer ni para adoctrinar; escribió para sacudir las estructuras establecidas y para cuestionar incluso las verdades más cómodas. En los poemas seleccionados encontramos pistas que revelan su visión del mundo y la profundidad de su pensamiento. Cada uno de ellos funciona como un espejo en el que se reflejan las muchas caras de su arte.
El legado de Gata Cattana no se agota en su obra publicada; al contrario, crece y se transforma con cada lectura, con cada interpretación. Su poesía tiene múltiples capas, desde la denuncia política y social hasta una espiritualidad implícita que conecta con los dilemas más íntimos de la existencia. Su obra no se deja descifrar fácilmente porque está diseñada para ser vivida, para golpearte primero y permitirte comprender después. Por ello, hemos seleccionado tres de sus poesías más representativas para intentar acercarnos, aunque sea un poco, a su enigma. Los poemas seleccionados son una muestra de su capacidad para sintetizar lo atemporal y lo urgente, lo personal y lo colectivo.
Tres poemas para adentrarse en el universo de Gata Cattana
LA ESCALA DE MOHOS
Todo el mundo se vende.
Al final..., todo el mundo.
Yo me vendí por tres milímetros
de iris azul tanzanita
en cada ojo,
lo que hace un total de seis
por dos de ancho
milímetros de iris azul radiactivo,
azul heisenberg.
No sé si al diablo o a quién…
Porque en Cupidos no creo,
pero cambié mis veredas livianas
y el jardín de trofeos
y mis cuevas de ego sin fondo,
sin tregua ni amparo,
y esta mala fe de augurio
y el mañana, y el ahora...
por seis por dos milímetros de iris
de topacio azul
de dureza ocho
en la escala de Mohs,
Y cambié mis sonrisas infalibles,
hábilmente conseguidas,
y las ganas de los otros,
y el discurso de Gomorra
y de Artemisas en Arcadias...
En resumidas cuentas,
la heroicidad de la independencia,
la certeza de no ir viendo fantasmas
como Béequer
y, he aquí la paradoja:
por seis por dos de pupila azul turmalina,
con algo de cobalto y de polonio,
y lo de polonio no lo digo por el color.
Al final todo el mundo…
Todo el mundo tiene un precio.
Y quiền me iba a decir a mí
que después de tanto principio,
tanta ley y tanto código,
tanto juez y tanta ética,
tanto farol bien tirao...,
que el mío iba a ser tan minúsculo.
Yo siempre lo supe:
Cuando me dieron a elegir
entre la gloria o la paz,
yo ya lo sabía,
hubiera elegido lo segundo.
No soy de cantares de gesta.
Y siempre releía la historia
advirtiéndole desde mis adentros,
a ver si no cometía el mismo error.
Pero nada.
Y claro, directa al talón.
Yo hubiera elegido lo otro,
siempre se lo dije.
Hubiera muerto a los setenta
en una islita griega mirando el mar.
Al fin y al cabo la gloria no es tanto…
La gloria debe ser morirse
en una islita griega mirando el mar.
Al fin y al cabo...
¿Quién se acuerda hoy de Aquiles?
Si no es esta loca rumiante mascullando
te lo dijes.
Para eso has quedado,
para lo que quedó Troya,
para que venga ahora esta loca
rumiante mascullando te lo dijes
a altas horas.
Otras noches te comprendo.
Y te compadezco.
Y nos compadezco.
En cierto modo algo de razón tenías:
todo el mundo tiene un precio.
Y quién me iba a decir a mí,
quién nos iba a decir,
que el mío fuera un total de
seis por dos milímetros cuadrados
de iris tapiz de hilo persa,
azul egipcio,
Bombay Sapphire
de dureza ocho
en la escala de Mohs.
Yo hubiera elegido lo otro,
siempre te lo dije.
Aunque, en cierto modo,
puede que tuvieras razón.
Quién sabe si tenías razón.
MALDITOS SEAN
Malditos sean los mapas,
las coordenadas, las carreteras
y las vías de la Renfe.
Malditas las unidades de medida:
las horas, los kilómetros, los números.
Malditas sean las comunidades autónomas,
el tendido eléctrico,
las líneas telefónicas,
las conexiones automáticas
y la red virtual.
¡Malditos los poetas!
¡Maldito Salinas, maldito Machado!
Y Gustavo.
Y Federico.
Malditas las tostadas
con el café por las mañanas.
Malditas las canciones
que me arrancó, los testigos.
Malditas las camas de uno cuarenta,
la prisa, el alcohol y los planes a la larga.
Malditos los pensamientos impuros,
las ideas lujuriosas y la líbido.
Malditas sean también las conspiraciones
y los dólares, y la ley del suelo
y la burbuja inmobiliaria.
Malditas las parejas de la mano,
malditos los besos sin tapujos,
maldito el camino de vuelta.
Y tus ojos.
Y todas las cosas que me recuerdan que tú no estás.
NO VOY A MENTIRTE
No voy a mentirte:
yo no soy de la calle,
yo vengo del campo,
canto por la sierra como mis ancestros.
Estoy sembrando una semilla
que ahora no ves,
se verá mañana,
cuando estemos todos muertos
y sólo queden mis hijitos
devorándose a los vuestros,
y solo queden mis escritos
tatuaos por algún cuerpo.