El 24 y 25 de enero sube al escenario del Corral de Comedias de Alcalá de Henares un premiado texto de Pablo Remón y Roberto Martín Maiztegui que dirige Raquel Alarcón, y retrata, en clave cómica y con rigor documental, el supuesto milagro económico español de los años 90, a partir de un repaso algo ficcionado de la vida de Rodrigo Rato. Hablamos con Raquel Alarcón.

Habías trabajado ya como ayudante de dirección de Pablo Remón, uno de los dramaturgos españoles del momento, pero aquí debutas como directora. ¿Qué atrajo de la historia y el proyecto?

En realidad fue una invitación suya. El texto, escrito por Remón y Roberto Martín Maiztegui, ganó el Jardiel Poncela de 2017 y la Sgae organizó un ciclo de lecturas en la Sala Berlanga. Pablo me propuso dirigir la lectura dramatizada y dije que sí de inmediato. Es un texto muy ágil que refleja parte de nuestra historia reciente, hay un pulso con la realidad que te atrapa, te plantea muchas preguntas. Además, me sentía muy cercana a su escritura, esto me daba mucha seguridad a la hora de abordar el trabajo. Después, vino Jordi Buxó a la lectura y al acabar nos propuso montarla.

Existe una corriente en el teatro español que, como Sueños y visiones de Rodrigo Rato, reflejan episodios o personajes recientes de nuestra actualidad. ¿A qué crees que responde esa corriente?

En esta obra se mezclan realidad y ficción. Hay una parte documentada, hay declaraciones, hechos y personajes que son reales, pero hay otra parte en la que los autores jugaron a imaginar, a responder inventando qué pasó por la mente de este señor para tomar las decisiones que tomó, por qué lo hizo. Para mí es algo bastante similar al ejercicio consciente o no que uno puede hacer en la intimidad de su casa cuando enciende la televisión y escucha las noticias. Solo que en esta obra además se trata desde un punto de vista muy español, el humor. Creo que cuando nos enfrentamos a hechos que han marcado el transcurso de nuestra sociedad, el milagro español como lo llamaron los medios, y la crisis que hemos vivido, uno tiene que abrir un espacio de diálogo con ello para poder entenderlo, fagocitarlo al menos, y el humor te permite esa distancia mínima. Es algo que no estamos acostumbrados a hacer, o eso creo, que históricamente tendemos a tapar y enterrar el pasado. Pero me parece que la sociedad está cambiando en este sentido, cada vez más necesitamos dialogar con el pasado para entender dónde estamos. Y el teatro documental o documentado refleja o responde de alguna manera a esa necesidad.

¿Habéis tenido noticias de Rodrigo Rato?

Bueno, este es otro buen ejercicio de inventiva que hemos puesto en práctica alguna vez. No hemos tenido noticias suyas, además de las que han ido saliendo en los medios en estos meses. Teníamos que estar muy atentos porque la obra podía quedarse obsoleta, de hecho hemos tenido que añadir alguna frase para recoger las últimas declaraciones de la fiscalía. Pero no sabemos si él ha tenido noticias de la obra. Nos encantaría que la viera y después hablar con él. Pero dudo mucho que él estuviera dispuesto, si es que pudiera hacerlo. Sí ha venido por ejemplo Miguel Herrero, una figura reconocida del PP, que aparece en una escena de la obra. Un señor con un gran sentido del humor que salió encantado.

En un gran ejercicio escenográfico, dos actores encarnan a varios personajes. ¿Por qué esa decisión?

Está escrito para dos actores, pero hemos tenido mucha libertad para ajustar el texto en el proceso de ensayo, los actores han propuesto mucho y los autores han sido muy generosos a la hora de adaptar el texto cerrado al hecho escénico. Pero siempre hemos querido mantener esa tensión que se genera a la hora de montar un texto así, donde un solo actor tiene que asumir tantos personajes frente al otro, tenía coherencia con lo que se contaba. Ese pulso es el motor del montaje, la acción está en la palabra y había que proteger eso. Hemos probado a introducir más elementos, escenografía, pero el propio material expulsaba cualquier propuesta de diluir esa tensión. Estaba claro y había que escuchar eso.

¿Todos tenemos un Rodrigo Rato interior?

En alguna ocasión hemos dicho esto en ensayos, que de alguna manera todos hemos sido alguna vez un Rodrigo Rato, porque esto nos ayudaba a no condenar al personaje por un lado, a ponerlo en tela de juicio dejando espacio al espectador para sacar sus propias conclusiones. Esto era fundamental. No queríamos dar respuestas, sino en todo caso lanzar preguntas. Y por otro lado, es cierto que en una escala cotidiana, es muy frecuente encontrarnos en situaciones en las que tenemos que decidir, y no siempre tomamos la mejor de las decisiones, muchas veces los intereses personales están por encima del interés común.

Al margen de ese punto individual, ¿qué podemos aprender de la época de nuestra historia que refleja esta pieza?

En realidad  no creo que se pueda aprender nada. Considero que el teatro es un espacio de encuentro, y el aprendizaje tiene otros terrenos en los que darse más apropiados. En todo caso, poner en práctica algo fundamental que creo que nos vendría muy bien: reírnos un poco más de nosotros mismos. Creo que nos falta mucho de eso. Pero no buscábamos enseñar nada. Esta obra es un reflejo de una época que aún estamos viviendo y cuyas consecuencias aún no conocemos. Y cuando uno se enfrenta a un reflejo, le guste o no, esté de acuerdo o no, inevitablemente se posiciona. Nuestra intención era abrir un diálogo con la historia reciente de nuestro país. Una época en la que la clase política vivió en fiesta continua, en auge permanente, y a la vez se estaban dando otras realidades como la Ruta del Bacalao, que estaba en lo más alto, hasta que aquello explotó. Ojalá hayamos conseguido despertar curiosidad, generar inquietud, abrir alguna pregunta, o provocar alguna risa.