De esto trata este libro (…), de las derivas y mutaciones de cierto arte aparentemente crítico pero esencialmente consensual que se desarrolla en el cambio de siglo. Una forma de hacer que presupone un horizonte neoliberal dentro del cual realizarse. ¿Será el neoliberalismo la “obra de arte” dentro de la cual habitamos? ¿Se ha convertido en nuestra segunda piel?

La cita anterior resume, en esencia, Alta cultura descafeinada, ensayo de Alberto Santamaría que complementa, aunque escrito antes, su anterior En los límites de lo posible. Política, cultura y capitalismo afectivo (2018, Siglo XXI), en el cual elaboraba una magnífica aproximación y exploración de la gestión lucrativa de las emociones y los afectos por parte del neoliberalismo desde una premisa de apropiación del gesto cultural como parte de una (invisible) estrategia de anulación de todo marco crítico de lo cultural y la conformación de un espacio de consenso y, por extensión, de celebración del capitalismo. En Alta cultura descafeinada, se centra en la escena artística contemporánea para explorar cómo el arte actual, relegado en gran medida de lo popular por diferentes motivos, ha sido absorbido, incluso en sus expresiones más aparentemente radicales, por un neoliberalismo que ha creado un “modo en el que el arte se despolitiza a favor de una pose crítica dentro del proceso institucional. Esta alta cultura descafeinada tiene la forma de la paradoja. Se toman formas críticas del pasado, se las vacía por completo de pulso transformador, al tiempo que dichas formas disensuales u oposicionales nos son devueltas como modelos críticos altamente sofisticados en el interior de la institución neoliberal”.

Santamaría arranca con una experiencia personal, tan reveladora como casi aterradora, en el marco de un congreso sobre coleccionismo de arte que sirve al autor para componer un contexto que desarrollará a lo largo de cinco ensayos. En ellos, aborda el acto artístico desde un análisis que abarca tanto el hecho artístico como el crítico, en su confluencia para conformar un espacio propicio en el mercado mediante una actividad más basada en un consenso que anula toda postura realmente crítica y/o política, ya sea mediante la creación o a través de la teoría que, después, establece un diálogo con ella. En este sentido, Santamaría aborda la escena artística actual a partir de una tendencia basada en una nostalgia de la posmodernidad que tiene diferentes direcciones, desde esa nostalgia meramente formalista, que puede ser extendida a otros parámetros culturales y sociales, hacia un pasado que se quiere recuperar para vaciarlo de contenido y convertirlo en mero producto; pasando por el gesto de la apropiación y la copia a través de la figura del sampleador artístico, liberada de toda constricción y capaz de jugar con todo tipo de objetos, discursos y hechos artísticos sin más objetivo que el mero juego que plantea, y que cotiza a la alza; hasta la idea, conveniente para el neoliberalismo a nivel de mercado artístico, de una creación sin fronteras fácilmente extrapolable allí donde se quiere invertir. Por ejemplo, de la copia, Santamaría nos dice, “es el retorno pasional (y apasionado) de la copia no un cuestionamiento de la originalidad ni de la autoría. Utilizando el lenguaje típicamente benjaminiano: ahora el “artista Herron” cree en lo aurático dentro de una comunidad que ya no cree en el aura de la obra de arte porque el aura se ha trasladado de la obra a las relaciones sociales, instalándose entre las políticas del arte y, por tanto, el aura ahora -y no solo ahora- están en las posibilidades del mercado, de los medios de comunicación y de la institución”. Cabe destacar que Santamaría se esfuerza a lo largo del libro en mostrar la gran diferencia entre política artística y política de las instituciones en lo referente al arte.

De este modo, nos habla de una recuperación de modos posmodernos desde un cinismo, básicamente mediático y de mercado, que usa el pasado, y lo que interesa recuperar de él, a modo de mercancía, básicamente emocional, con la que alimentar un consumo artístico bajo una falsaria idea cultural: “lo que se pretende en la alta cultura descafeinada, bajo el disfraz de una vanguardia blanda, no es tanto fomentar críticamente el arte o la literatura, sino que mediante un extraño movimiento hacia abajo y hacia arriba, tratar de fomentar el mercado en beneficio propio”.

Una apropiación y reescritura, como la que muestra Santamaría del “Situacionismo”, que anula todo conato político y contestario para conformar un espacio autocomplaciente y de consenso anestesiado, en el que todo comentario crítico, en cuanto a cuestionamiento de lo real y lo experiencial en la vida, no solo en el marco creativo, queda supeditado a las variables y fluctuaciones del mercado. El neoliberalismo se apropia de lo cultural para, de este modo, no solo usarlo como mercancía, también para evitar que tenga algún tipo de incisión en lo social. Obras de apariencia contestaria son absorbidas, incluso compradas, por quienes en teoría eran el objetivo de su crítica en un proceso perverso de reactivación de todo contenido político.

En las últimas páginas de su libro, Santamaría, recuperando las bases del “Situacionismo” y las tesis de Guy Debord, nos habla de un espacio en el que debería confluir el arte, el de la vida cotidiana. “El momento del arte no ha pasado, pero el arte, en tanto que modo a través del cual se puede ordenar/narrar la vida, se ha convertido en mercancía y difusión de predicados capitalistas”. Y, “en ese espacio, quizá, late alguna posibilidad; esto es, la interrupción de la lógica temporal y espacial desde la que experimentamos la vida cotidiana. El arte como cortocircuito, es decir, el arte como brecha a través de la cual escuchamos como discurso lo que “nos dicen” que es solo ruido”. Una manera de romper una situación creada en la que el arte, y todo hecho cultural, así como sus derivas críticas desde medios de comunicación y su organización política desde las instituciones, han quedado sujetas a un espacio continuo de mera promoción mercantil. Para Santamaría, entonces, todavía puede haber un espacio o un marco de acción. Una cierta esperanza para contravenir una situación complicada, insertada en lo social en toda su amplitud, porque, como exponía en En los límites de lo posible, el neoliberalismo ha creado un sistema afectivo en el que todos, de una manera u otra, nos vemos inmersos, convertido el neoliberalismo en esa segunda piel a la que hacía referencia la cita inicial.