Los muertos no mueren centra su acción en Centerville, un pueblo que no cuenta ni con mil habitantes y que se encuentra en algún lugar del medio oeste norteamericano. Un lugar que se autodenomina a real nice place y que, sin embargo, es el usado por Jim Jarmusch para realizar una comedia de zombis -de terror no tiene apenas nada- como metáfora de una Norteamérica y, en algunos aspectos, del resto del mundo, sumida en el Apocalipsis. Una metáfora que se abre en varios sentidos, que ataca en varias direcciones, que habla, desde lo autorreferencial del propio agotamiento de un cine, el que viene representando Jarmusch, de ahí que cabe preguntarse, a tenor del resultado, si no estamos ante una película consciente de estar lindando, en verdad, con la nada.

'Los muertos no mueren', de Jim Jarmusch2

Los muertos no mueren puede obligar al espectador a realizarse algunas cuestiones tras verla. ¿Estamos ante una broma o chiste, algo grueso, perpetrado por una panda de amigos y poco más? O, en efecto, ¿es una película de amigos, pero con una conciencia crítica detrás a la hora de llevar a cabo una mirada hacia la realidad de su país y, por extensión, de la sociedad en general? ¿Es una manera oportunista por parte de Jarmusch de subirse al carro anti-Trump y contra el cambio climático? ¿Es un ataque hacia cierto cine indie ya caduco? ¿O es un acercamiento al cine de género desde una postura altiva, usando sus tropos y referencias? O, por el contrario, todas esas referencias a autores y a películas que pululan por pantalla, ¿son un homenaje?

Y, finalmente, ¿era necesario que Jarmusch se metiese en semejante proyecto tras una carrera, con algún que otro altibajo, pero con bastante coherencia, para entregar una obra no solo menor, sino posiblemente la más inferior de toda su filmografía?

Aunque no se puede negar que, en términos generales, Los muertos no mueren posee una buena factura visual y, en determinados momentos, soluciones visuales ingeniosas y una cierta atmósfera en conjunto, tampoco se puede obviar que estamos ante una película de grandes carencias dramáticas, con grupos de personajes que aparecen y desaparecen sin importar demasiado ni lo que han hecho ni lo que han dejado de hacer. Tampoco que hay algo perezoso y rutinario en sus imágenes, puestas al servicio de un discurso que se hace demasiado evidente y que tiene su colofón en un final que es ejemplo del modo de operar de Jarmusch durante todo el metraje: sobre las imágenes, incesantes comentarios sobre lo que estamos viendo, subrayando el discurso hasta extremos grotescos. Algo que pone de relieve que estamos, es posible, ante una película que persigue, ante todo, hablar de algunos temas y usar la figura del zombi como metáfora de una sociedad adormecida, pero a modo de simple excusa. Lástima que para mostrarlo Jarmusch lo haga a partir de una enorme simpleza: ejemplo es cuando los zombis, tras volver a la vida, buscan aquellas cosas que hacía en vida, idea que el director usa para unas secuencias que, como decíamos, no hacen más que reiterar lo que ya había mostrado de otro modo, y que sirve para mostrar a una sociedad infantilizada e idiotizada. Razón, por supuesto, no le falta. Pero no basta con mostrarlo de cualquier manera.

'Los muertos no mueren', de Jim Jarmusch3

Los muertos no mueren, se mueve entre la comedia desinhibida, que pretende ser liviana, autorreferencial y chistosa, y unas intenciones políticas claras de denuncia. También, como decíamos al comienzo, se alza como lacónico comentario por parte de Jarmusch hacia un cine que está muriendo o está a punto de hacerlo. Demuestra inteligencia en muchos aspectos, pero en otros una tosquedad -voluntaria o no- impropia de un cineasta como él. De nuevo, cabría llevar a cabo una lectura basada en la ironía, en el pastiche como vehículo para la reconsideración de un subgénero y su uso para elaborar una crítica. Pero a estas alturas, una propuesta como Los muertos no mueren resulta anacrónica y, en ciertas cuestiones, incluso irritante, porque al final, permanece la sensación de haber estado ante un simple juego en el que, más que elaborar un comentario con hondura sobre la realidad, aunque algo quede, todo ha sido una gran broma que desde ciertos postulados teóricos es posible dotar de consistencia para justificarla. Pero era de esperar bastante más por parte de Jarmusch a la hora de dar forma a un Apocalipsis que en un compendio de citas pop y propias llamadas a alimentar, precisamente, a parte de quienes pretende cuestionar.