Leñador, un libro inclasificable y absorbente de casi 500 páginas, fue publicado en 2013 por Orjikh Editores en Chile y por Fiordo Editorial en Argentina. Pronto creció a su alrededor una especie de culto. A España llegaron los ecos de su éxito, pero el libro era muy difícil de encontrar (o al menos yo no lo logré). Tres años después, Errata Naturae nos lo trae dentro de su colección "Libros salvajes".

Leñador atrae incluso antes de abrirlo. Primero por su temática, después por el atractivo de las diferentes cubiertas de cada país, y tercero por la biografía de su autor: Mike Wilson. Porque nació en Missouri (Estados Unidos) y, según nos cuentan en la solapa del volumen, "se educó en Argentina y Chile, y es autor de cuatro libros anteriores a Leñador". Wilson escribe en castellano y vive en Chile, circunstancia doble que ya lo aleja de los narradores con sangre latina nacidos en USA. Un hombre que habita en varios países a lo largo de unos cuantos años siempre suele ser un tanto misterioso o al menos da apariencia de ello. Y su libro lo es. Misterioso, muy técnico, con largos bloques de prosa, sin diálogos… pero su lectura nunca se hace aburrida o pesada: Wilson ha logrado amenidad allí donde no suele haberla (en las guías y almanaques).

Quien crea que va a encontrar en estas páginas una especie de novela de aventuras y peligros, un entretenimiento de tardes de sofá o piscina, se equivoca. Cuenta la historia de un hombre (un narrador que podría ser Wilson, pero que sabemos o sospechamos que no lo es) que se va a vivir a los bosques: Me fui del país, buscando alejarme de todo, de la oscuridad, del pasado, de la claustrofobia, necesitaba respirar. Veía cosas que me hacían mal, escuchaba voces, me estaba perdiendo, extraviando en mi cabeza. Varios leñadores lo acogen, le entregan un hacha, y dice: Aprendí cosas. Eso que aprende en el bosque es lo que nos va a ir contando, como si fuera un manual de supervivencia o una enciclopedia sobre la naturaleza.

El narrador va introduciendo entradas a la manera de un diccionario (Hacha, Pesca, Lesiones, Ciénaga, Rastreo, Dieta, Bosque…), y mediante una o dos páginas nos explica todo lo que sabe o todo lo que ha encontrado sobre el tema, ofreciéndonos un conocimiento exhaustivo, apabullante, como si Wilson conociera todas las palabras que se requieren para, por ejemplo, instruirnos sobre cómo se prepara cerveza en los bosques, o cómo se fabrica jabón casero, o cómo se colocan cepos en el campo… Incluso para hablarnos del afeitado o del pulido de las espesas barbas de los leñadores, no se ahorra un detalle, añadiéndole así el valor enciclopédico. Cada dos o tres de estas entradas, muy técnicas y muy bien escritas, Wilson introduce párrafos cortos de narrativa con un toque poético: narraciones breves donde nos cuenta lo que va haciendo, lo que sueña, lo que come, lo que dibuja, lo que observa, lo que le ocurre en esa estancia extraña en los parajes del Yukón.

Veamos un ejemplo de una entrada, Escoplo: El escoplo de bosque es una herramienta utilizada por los leñadores para descortezar troncos que han sido podados y seccionados. El descortezamiento se efectúa por una serie de razones, pero el objetivo fundamental de la práctica es la manutención de la madera; la corteza alberga insectos y acumula humedad, ambas cosas contribuyen al deterioro del tronco. […] Y ahora veamos un fragmento de esa especie de diario que va introduciendo cada pocas páginas: Cada lugar en el que estoy se ve configurado según mi presencia, así como a su vez el lugar me modifica, me transforma. Me desplazo y cambio, y el bosque cambia porque yo he estado en él y yo me transfiguro porque el bosque ha estado en mí.

Leñador es un libro muy diferente a cuanto uno haya leído antes. Y, no obstante, no renuncia a sus anclajes en la tradición literaria: contiene algo de la obsesión recopiladora de Georges Perec, algo del naturalismo de Henry David Thoreau y cierto poso de Cormac McCarthy. Es una obra que pervive en nuestra cabeza días después de haberla cerrado.