Entre el relato y la novela el escritor madrileño publica El raro vicio de escribir la vida, una obra surgida desde la observación de un creador que, como todos, de pronto se encuentra en “un mundo en paréntesis”. Marzo, abril, mayo, junio. Año 2021, nada será igual y la mirada del escritor lo percibe.

Edgar Borges: - En recuerdo al gran escritor que perdimos hace poco, ¿qué representó José Manuel Caballero Bonald para su obra?
Manuel Rico: - Fue una lectura preferente en los ochenta, en mis primeros años como escritor: su novela Ágata ojo de gato y los poemas de Las adivinaciones y Pliegos de cordel, me marcaron de manera muy especial. Curiosamente, unos versos suyos abrieron, como cita, mi libro El vuelo liberado (1986), y quince años después presidió el jurado que otorgó el premio Andalucía a mi novela Los días de Eisenhower (2002). Aquel mismo año presentó, con un texto lleno de lucidez, mi poemario Donde nunca hubo ángeles. La combinación entre un lenguaje preciso e iluminador, y una preocupación social, cívica, de disección del mundo y de la realidad, creo que ayudó mucho a conformar mi opción estética, mi estilo. Por otro lado, fue un escritor polifacético. Cultivó, además de la poesía y la narrativa, el ensayo, el memorialismo, la crítica… Desde esa perspectiva, comparto hasta cierto punto esa atención casi simultánea a géneros distintos.

E.B: - ¿Por qué “El raro vicio de escribir la vida”? ¿La vida se escribe?
M.R: - Siempre va conmigo una libreta de bolsillo. Escribo notas al hilo de lo que observo y después eso se traduce en reflexiones más extensas, en relatos o acercamientos, entre el ensayo y la evocación, a esas experiencias. La vida discurre y te muestra ventanas a las que asomarte. Dar testimonio de lo que uno ve tras esas ventanas y meditar sobre ello es escribir la vida. Un vicio como otro cualquiera, pero vicio, al fin y al cabo.  En este libro enlazo esas meditaciones y testimonios (escritos en paralelo a mi último libro de poemas) con incursiones en la memoria colectiva, con viajes, con paseos por tierras misteriosas y con lecturas que se clavan en el alma y en la conciencia: Jelinek, Gelman, Blas de Otero… Eso es escribir la vida. 

Cubierta El raro vicio de escribir la vida.

E.B: - Este es un libro surgido en tiempos de pandemia; ¿qué ofrece la literatura cuando el mundo se detiene?
M.R: - Aunque el libro surge en tiempos de pandemia, en el otoño de 2020, los materiales, dispersos, guardados en diversas carpetas digitales (y algunos publicados años atrás en uno de mis blogs) y agrupados temáticamente, parecían esperarme en aquellos días negros de la segunda ola de la Covid 19. El interés de Mayda, la directora de Huso, por contar con un libro inédito tras la reedición de El lento adiós de los tranvías, me ayudó a ver en el agrupamiento de esos materiales algo parecido a una “novela de la vida”. Y el encierro me permitió dedicar mucho tiempo a revisar los textos, a integrarlos en un imaginario que tiene algo de habitación de espejos en los que contemplar los diversos ámbitos visitados o convertidos en texto en el tiempo anterior a la pandemia, entre 2007 y 2014. Esa labor fue el refugio que la literatura propia me ofreció mientras el mundo estaba detenido. Los libros fueron un refugio para millones de personas.

E.B: - Se dice que esta es su obra más poliédrica, ¿por qué?
M.R: - Bueno, la estructura viene a explicarlo y confirmarlo: el libro se abre con el recuerdo de mi lectura de un libro poético de Handke, Poema a la duración, a principios de los 90 y sobre su devoción por lo cotidiano como esencia de la vida. Esa es la puerta a las siete “habitaciones” que lo conforman: cito, por ejemplo la titulada “Vida”, reflejo de experiencias íntimas, muy personales, que van de la memoria de una tormenta del final del verano al simbolismo de las endrinas en octubre o de la memoria infantil; o “Taller”, el espacio de reflexión sobre los vínculos entre mi labor como escritor y los otros, sobre los fantasmas y obsesiones de escritor vividos en primera persona, mis novelas, el primer libro…; o “Memoria heredada”, sobre los vestigios de la humillación vivida en la posguerra en lugares poco conocidos y, sin embargo muy próximos… El cine y su huella, la vida de barrio y las heridas de la crisis económica en la ciudad, la escritura ajena y mi mirada sobre ella…  Una suerte de novela fragmentaria de la existencia-

E.B: - Elfried Jelinek, Juan Gelman, Antonio Machado, Peter Handke o Hans Lebert. ¿Qué tienen que ver estos autores en su libro?
M.R: - Todos guardamos en nuestra memoria experiencias de lecturas deslumbrantes, que nos cambiaron la vida o determinaron una nueva forma de escribir o de contemplar el hecho literario. A Handke ya me he referido, de Gelman recobro en el libro unas horas de confesión en Frankfurt, solos en el viejo restaurante de la Ópera hablando de lo que le arrebató la dictadura argentina (a su hijo y a su nuera, desaparecidos), de poesía, de Blas de Otero o de César Valljo, de la Jelinek o Lebert, su literatura irreverente, novelas como La pianista o La piel del lobo que son auténticas bombas emocionales y verbales… Y Machado, que en el libro asoma en Soria y asoma en Collioure… es el poeta que compartió con Juan Ramón mis devociones poéticas de adolescencia….

E.B: - ¿La suya es una obra de detalles, de pequeños acontecimientos?
M.R: - Creo que en buena medida es así. Eso se pone de relieve en todos los capítulos del libro, aunque yo destacaría el titulado “Barrio”, donde el recorrido por aspectos de la realidad que casi siempre nos pasan inadvertidos o que acuden desde los lugares menos esperados de la memoria, harán que el lector se reconozca con mucha intensidad. Los objetos y olores de una papelería próxima a un colegio, el abanico de evocaciones que despliega la visión de un rascacielos vacío, como una carcasa de cemento… O la evocación de los detalles que rodearon mi contacto físico con el primer libro de poemas recién salido de imprenta en el remoto 1980, o con un ejemplar de la primera novela publicada en 1989… Escribir la vida es sumar pequeños acontecimientos y enlazar detalles.

E.B: - ¿Se imagina la realidad del mundo después de la pandemia?
M.R: - Bueno… Intento hacer un ejercicio de utopía: más solidario, con más atención a los servicios públicos, con la cultura como hilo conductor de nuestra relación con la gente, con las personas, con un empeño colectivo por erradicar las grandes desigualdades que ha mostrado la pandemia sin limitar la libertad individual y colectiva.  Todo eso como vía de salvación ante una realidad inevitable: habrá, durante un tiempo, más parados y una situación económica y social muy difícil. Pero el mundo ha vivido otras grandes crisis y de ellas se ha salido. En ello debemos comprometernos todos. Los escritores también.