El escritor Lorenzo Silva (Carabanchel, Madrid, 1966) estrena esta semana una nueva entrega de la pareja de guardias civiles más famosa, el subteniente de Rubén Bevilacqua y la brigada Virginia Chamorro, dos personajes ficticios a los que ha ido incorporando tantas experiencias, similares a las que viven día a día los miembros de la UCO, -la policía judicial de la Benemérita, dedicada a investigar asesinatos y delincuencia organizada, entre otras cosas-, que parecen cada vez más reales. 'Las fuerzas contrarias' (Destino) es una novela más especial si cabe, ya que coincide con el 30 aniversario de la saga y sitúa la acción en los tiempos oscuros de la pandemia del coronavirus, recordándonos a todos cómo fueron aquellos momentos tan distópicos que marcaron un antes y un después en nuestras vidas, por mucho que hayamos querido borrarlos.

Bevilacqua y Chamorro se enfrentan en esta novela a una doble investigación. Por un lado la de la desaparición de una mujer, presuntamente asesinada por un vecino de un pueblo de Badajoz, pero sin pruebas para detenerlo. El segundo caso les llevará a Illescas, un pueblo de Toledo a apenas 35 kilómetros de Madrid, en la comarca de La Sagra, para esclarecer qué le pudo ocurrir a Caridad Ajofrín, una mujer de más de 70 años, que apareció muerta en su casa en pleno confinamiento, un momento perfecto para camuflar un asesinato como muerte natural.

Un crimen en tiempos de pandemia

¿En qué se basó para idear un crimen así? Todo parte de un comentario que le hizo un amigo guardia civil, quien le contó que se estaban certificando defunciones desde los portales de las casas. "Era una ocasión perfecta para quien tuviera una mala inclinación, eso que el novelista checo Pavel Kohouot relató en 'La hora estelar de los asesinos'. Qué mejor momento para cometer un crimen, cuando la muerte camina desbocada por las calles", no explica a un grupo de periodistas en el cuartel de la Guardia Civil de Illescas, en una antigua sala de tiro, que apenas se utilizó una o dos veces y que se ha reconvertido en sala de reuniones. 

Lorenzo Silva, Guardia Civil Honorario

Allí Lorenzo Silva entra por la puerta grande. No es un compañero en el sentido estricto de la palabra, pero luce galones muy valiosos para él: fue reconocido en 2010 como Guardia Civil Honorario por su contribución a fomentar la imagen del Cuerpo, un título que se complementa con la Cruz de Plata de la Orden del Mérito de la Guardia Civil. El anfitrión es Matías Martínez, jefe de la Comandancia de Illescas y de la Policía Judicial e Información de Toledo, que ha leído todas las novelas de la saga. Para él, son un reflejo fiel de su forma de trabajar, la estructura y los aspectos técnicos de las investigaciones.

La admiración es de ida y vuelta. En contra de lo que muchos piensan Silva no tenía ningún tipo de relación con la Guardia Civil más allá de cuando trabajaba como abogado de una empresa eléctrica. Aunque no era penalista, sí acudió a algún juicio por lo que tuvo cierta relación con ellos. Simplemente consideró que, para dar realismo a sus investigadores, era el Cuerpo perfecto. Su pareja de picoletos, un término que, según nos asegura el comandante jefe, no los sienten como peyorativo, ha evolucionado a lo largo de estos 30 años y son el reflejo también de la profunda transformación de la sociedad española.

El 40% de los guardias de la escala básica tienen titulación superior e incluso doctorado

"La Guardia Civil se acompasó al Estado de Derecho más rápido que otros estamentos de la administración pública española", sostiene. A medida que va pasando el tiempo, las nuevas promociones están cada vez mejor preparadas y ya no responden al tópico de persona con poca formación. "El 40% de los guardias de la escala básica tienen titulación superior e incluso doctorado", comenta. 

Mujeres pioneras en la Guardia Civil

Se siente especialmente orgulloso de la brigada Chamorro, que representa a esas mujeres pioneras que se incorporaron a las fuerzas de seguridad hace 30 años. En la vida real, 20 de las mujeres que formaron parte de la primera promoción de guardias civiles acabaron destinadas a la lucha antiterrorista. "Algunas de ellas acabaron siguiendo al comando Araba, a tíos con pistola y hubo quien estuvo entre los responsables de su caída. Nunca se ha contado y su historia es tan buena como la de 'La inflitrada' o mejor".

En las novelas de Silva nada está elegido al azar. Uno de los personajes se llama Víctor Caballero, que es el nombre real de un guardia fallecido en Teruel durante un enfrentamiento con un delincuente armado muy peligroso. Se lo pidió su hermano, que consideró que sería un bonito homenaje para él. "A día de hoy los guardias civiles, como los policías, como los militares, siguen sin estar considerados como profesión de riesgo en nuestro país, que está siendo muy generoso con otros, pero no con quienes se la juegan cada día", dijo, para denunciar lo que considera una "asignatura pendiente" de nuestra sociedad.

También detrás del nombre de Caridad, la anciana asesinada en 'Las fuerzas contrarias', hay un importante mensaje. "Caridad significa cuidar. Quizá una de las cosas que también descubrimos en la pandemia es que no estábamos cuidando bien los unos de los otros. Por circunstancias personales he descubierto en los últimos tiempos el valor de cuidar, no necesariamente siempre a los mayores", reflexiona el autor para enfatizar que la salud se puede perder de un segundo para otro, también los jóvenes. 

¿Cree que la pandemia nos ha hecho mejores, como tanto se repitió en aquellos momentos en los que se paró el mundo? Para responder nos cuenta que durante el confinamiento se dedicó a leer a los clásicos y el testimonio que dieron de las grandes pestes de la Antigüedad, a Tucídides, sobre la de Atenas, hace 2.500 años, y a Procopio de Cesarea, sobre la de Bizancio, en el siglo VI. "Los dos dicen lo mismo, que mientras duró el miedo, todo el mundo tenía propósito de ser virtuoso. Cuando el miedo desapareció, todos volvieron a los vicios de antes", enfatiza. Ya lo avanzó en el diario que mantuvo durante el confinamiento y ahora, cinco años después, se ratifica: "Los grandes vicios de nuestra sociedad no se han corregido". Eso sí, matiza que, de forma individual, son muchos los que han intentado mejorar. "No sé hasta qué punto lo hemos conseguido y empiezo por mí mismo, pero es, quizá, uno de los pequeños motores de esperanza que podemos tener en tiempos tan tenebrosos como estos".

¿Ha llegado el momento de jubilar a Bevilacqua?

Lorenzo Silva no tiene duda de que a Bevilacqua le queda mucha cuerda por delante. "En la ficción le quedan ocho años y en ese tiempo tengo para unos cuantos libros más. Con Chamorro son 12 más".

De hecho, ya está perfilando nuevas historias de esta pareja de "caballeros andantes" que, por primera vez en su vida de ficción, se movían por las calles de Illescas. Se trata de una elección buscada por varios motivos. En este pueblo toledano Lorenzo Silva tiene su segunda residencia, a la que se desplaza a diario para trabajar desde Getafe, y allí pasó la pandemia. "Muy cerca de aquí está Esquivias, donde la mujer de Miguel de Cervantes tenía su casa, que fue en la que se inspiró para describir la de Alonso Quijano. Recordarlo, para mí es casi obligado, porque hace 30 años yo tenía en la cabeza a la hora de crear estos personajes muchas cosas, pero una de ellas era que iba a escribir una historia de caballeros andantes del siglo XX. Hay algo de ese quijotismo y de caballería andante en la en la labor de los guardias civiles, no hay más que leerse la cartilla de Guardia Civil que escribió el Duque de Ahumada en el año 1845, que dice, entre otras cosas, que el guardia civil será un pronóstico feliz para el afligido. Con esa idea también construí a esta pareja, que vive una dinámica muy parecida a la Don Quijote y Sancho Panza. Son dos compañeros de fatigas, pero también son dos inspiradores recíprocos, el uno para el otro".