Irene Domínguez, nacida en Toledo en 1996, es una autora que une la poesía con las raíces más profundas del cante flamenco y la música popular. Graduada en Filología Hispánica, con dos másteres que profundizan en la literatura y la enseñanza, dio un salto significativo en 2022 al obtener el Accésit del Premio Adonáis de Poesía con Pureza (Rialp 2023), una obra que explora la búsqueda de la autenticidad y el peso de las herencias familiares.

En esta entrevista, Domínguez nos invita a viajar por los caminos de la memoria, la música y las palabras que la han formado. A través de su obra, la autora confronta a la niña que fue con la mujer que es hoy, explorando conflictos, reconciliaciones y aprendizajes. En sus afirmaciones coexisten por igual Manuel Machado, Federico García Lorca, Lola Flores, Camarón de la Isla, Enrique Morente y el rap.

Edgar Borges: - ¿Qué vínculo hay entre Pureza de Juan Ramón Jiménez y Pureza de Irene Domínguez?
Irene Domínguez: - Es curioso, puesto que yo concebí el título basándome primeramente en la frase que dijo Camarón de la Isla: «La pureza no se puede perder nunca cuando uno la lleva dentro de verdad». Quería ahondar en lo que es buscar la autenticidad de uno mismo paralelamente a ese camino de buscar una «voz propia» dentro de la poesía. En medio del proceso creativo descubrí que Juan Ramón tenía una obra con el mismo nombre. Es un poeta al que admiro profundamente y por tanto también leí su Pureza e incorporé guiños y referencias a él, dentro de una de las muchas inspiraciones que conforman el libro. Ya publicado, un crítico literario me contactó por redes tras leerlo: «¿Sabías que JRJ escribió su Pureza en unos años de retiro a su Moguer natal? Le sirvió para encontrarse consigo mismo y rehacerse del sufrimiento que le causaba la muerte de su padre desde 1900». Este vínculo empezó a cobrar mucho más sentido, puesto que por distintas circunstancias de la vida yo lo escribí en un momento muy parecido. Compartía el tener que colocar muchas cosas en su sitio, estar un poco renegada en mi pueblo porque no me quedaba otra, tras una época intensa en Madrid a todos los niveles, y además la muerte del padre. Es bonita esa idea de pensar en haber experimentado algo similar en épocas distintas, ¿sabes? Como espíritus que están en sintonía.

E.B: - ¿Esta obra es un viaje al interior de la autora?
I.D: - Sin duda. Son unos poemas bastante personales que en su momento me sirvieron para reconciliarme con muchas cosas. Si algo me reconforta de escribir es poder tomar distancia de lo vivido entremezclándolo con la «ficción», no sé si me explico. Una vez escrito, ya es ficción y es de todos y tiene muchas lecturas, no solo la mía.

E.B: - ¿Por qué el libro se divide en cinco sesiones?
I.D: - La idea era dividirlo en distintas matrioskas, como estas muñecas rusas que se van abriendo, para así ir descubriendo las distintas facetas que tengo o que tenía en ese momento. Me obsesioné con ese símbolo y estuve leyendo mucho sobre ellas, además de que empecé a encontrármelas por todas partes. Por lo visto, se suelen fabricar con número impar porque representan la continuidad familiar, y además así permiten que siempre haya una muñeca «central» que tenga más importancia que el resto. Curiosamente, descubrí que hasta se utilizan en terapias psicológicas para trabajar problemas relacionados con la identidad. Al final, en el poemario simbolizan cinco partes de mi vida: la herencia familiar -con sus valores y conflictos-, el amor desde el punto de vista de la infancia, el amor de juventud, el desamor posterior y la crisis de vocación por la que entonces pasaba.

E.B: - ¿Crear es un intento de conversación con la niña que dejaste?
I.D: - No sé si es una conversación, pero sí estuve ahondando mucho en la niña que recordaba que fui mientras trabajaba en esa parte relacionada con la infancia. Al final se acaba descubriendo cierta relación conflictiva entre la adulta y la niña, acabando, creo, con la idea general de que todas las piezas se han terminado colocando y que hay cierta paz entre tanto caos. Fue una experiencia muy profunda el dedicar tiempo a recordar quien fui para añadir detallitos de esa niña al libro.

E.B: - ¿Qué siente la mujer cuando el ruido le imposibilita la comunicación con su infancia?
I.D: - Al final en Pureza la infancia entra en conflicto con la madurez porque el mundo embrutece a la niña y le lleva a la pérdida de la inocencia. La niña es libre, se permite ser masculina, no entiende de estereotipos y ama de una manera incondicional. Pensé mucho en que cuando somos niños o adolescentes nos emparejamos de una manera más genuina, pero al crecer ya entra en juego lo racional, si esta persona me conviene, si compartimos los mismos valores…  visto así, el amor más «puro» sería ese primer amor. En la época madura del libro la mujer acaba sintiendo el cansancio y el peso de toda la presión que lo externo ha puesto sobre ella, aunque se acaba rebelando un poco y eso en cierto modo le da mucha fuerza.

E.B: - ¿Qué puede la poesía ante el ruido?
I.D: - La poesía de normal no importa mucho a la gente y tampoco creo que haya que ser condescendiente con quien no le echa cuentas. Es cierto que estamos todo el día expuestos a miles de estímulos rápidos y para mí la poesía es un momento de calma, de pensar y concentrarme solo en la lectura o escritura. Si me especialicé en Literatura creo que es en parte por la concentración plena que requiere, esa soledad de estar frente al texto, ya que difícilmente uno puede leer de otra manera. Se necesita paz, silencio y soledad para que el acto de leer y crear sea fructífero.

E.B: - Poe en su ensayo “Filosofía de la composición” compara la creación literaria con la creación musical. Buscar las palabras exactas que, como una sinfonía, den forma a lo invisible. ¿Estás de acuerdo?
I.D: - Sí, sin duda. Al final la poesía y la música nacen juntas, y al igual que la música tiene una vocación poética en las letras, la poesía no puede serlo sin musicalidad, es una cualidad intrínseca a ella independientemente de la época y las modas. Un cuadro podemos tocarlo, un edificio lo vemos y paseamos por él, pero la poesía y la música son «invisibles» en ese sentido que me dices, y por tanto dedicarse a ellas es comenzar creando desde un vacío inmenso. Alguna vez he escuchado que la poesía es la madre de todas las artes y no sé si será verdad del todo, pero sí que siento que toda obra artística buena aspira a «lo poético» en cierto modo.

E.B: - Además de escritora, también investigas la relación entre música y literatura. ¿Qué dicen en común ambas expresiones a la sociedad?
I.D: - Lo de investigar sobre la relación entre poesía y música para mí es una pasión que de verdad da mucho sentido a mi vida. Me estimula mucho -siempre he sido muy melómana- escuchar música y encontrarme referencias a la poesía y viceversa. Me hace muchísima ilusión darme cuenta de que ese diálogo existe. Es muy común que una persona pueda vivir sin contacto con la literatura, pero ¿quién puede vivir sin música? La música está mucho más presente en nuestras relaciones sociales y nos evoca recuerdos, y ese es su gran poder frente al resto de disciplinas artísticas. Lo memorable que extraemos de un poema siempre tiene más que ver con uno mismo y su intimidad.

E.B: - ¿El canto popular es literatura?
I.D: - ¡Permíteme llamarlo cante popular! Concibo el arte como un todo, y por supuesto que lo considero literatura. Para mí, el cante flamenco -y el folclore en general- es de lo más grande que tiene mi país y la música que da voz al pueblo. No hay que profundizar mucho en el flamenco para ver la cantidad de cantaores que han cantado a poetas, y la cantidad de poetas que se han metido de lleno en el folclore estudiando su métrica y creando y recopilando nuevas letras. Manuel Machado, Enrique Morente, Lorca, Rafael de León, Camarón de la Isla. La grandísima Lola Flores en sus espectáculos era una poeta recitando casi sin saberlo. ¡Por cierto! Fue ella quien inventó el rap, otro género musical que tiene que mucho que ver con la poesía (risas).

E.B: - ¿Bailarías algún poema?
I.D: - Ahora mismo, por el ritmo y el tema, se me viene a la cabeza «Quédate» de Marcela Duque. Dejo unos versos que me encantan:

Nuestra conversación no ha terminado.

Ya se estaba poniendo interesante.

Tenemos un buen vino en la bodega.

Aún tienes que probar el pan que he hecho.

¿No ves lo que ha supuesto tu llegada?
Arde mi corazón al escucharte.

Te quiero para siempre aquí en mi casa.
Ya no sabré qué hacer cuando te marches.

E.B: - ¿Nos podrías decir alguna canción que aprecias como si fuera un texto literario?
I.D: - Tengo infinitas, pero la primera que se me ocurre es un fragmento de «Tienes la cara» de Enrique Morente, unos tangos que escucho bastante. Es una letra popular que han cantado otros muchos. Dice así:

Te comiste los pimientos
y ahora te pican los labios,

que ole ole, anda, ay,
¡muérete de sentimiento!