Coinciden dos películas en la cartelera que son dos corrosivas miradas sobre las bambalinas del sueño americano. Una, El fundador, con carácter de biopic, pero alejada de las pautas tradicionales del género, sobre el dueño de la cadena de hamburgueserías McDonald’s; y la otra, Gold, aunque una ficción, pero inspirada en hechos reales tal como reza un crédito al principio de la misma. Dos frescos que en apariencia y por ser producciones que navegan dentro de las tesituras del cine comercial, pueden dar la sensación inicial de que sus tramas van a desarrollarse siguiendo el clásico cliché, tan propias del cine americano, como el del ciudadano corriente quien, de la nada, con gran esfuerzo y enfrentándose a un sinfín de obstáculos, acabará consiguiendo materializar su gran sueño. Uno es Ray Kroc, a quien encarna un excelente Michael Keaton, un viajante comercial ya entrado en la cincuentena que recorre los restaurantes de carretera tratando de vender una máquina para hacer batidos; el otro, Kenny Wells, también de mediana edad e interpretado por el camaleónico Matthew McConaughey, es el continuador de la empresa familiar dedicada a la prospección minera. Los dos son de clase media y sus respectivos negocios tampoco atraviesan un momento boyante, pero ambos están empeñados en tener esa idea innovadora en el caso del primero o en hallar ese filón de oro en el del segundo que haga realidad precisamente su tan ansiado sueño y que no es más que ganar mucho dinero. Dos films que si bien transitan por tesituras conceptuales diferentes, se transforman en dos bombas de relojería que hacen saltar por los aires la tan amable como hipnótica fachada del espíritu del American Way of Life.

Bien es cierto que, tanto por la apariencia del cartel como por el propio tema en sí, El fundador puede generar reticencias a la hora de su visionado por esa impresión inicial de que se trata de la típica historia bigger tan life sobre el americano medio quien con arrojo y firmeza consigue levantar un gran imperio. Y en cierta manera la primera parte del film, que dicho sea de paso posee un buen pulso narrativo, juega con esa ambigüedad. De ahí la afirmación de que el film de John Lee Hancock no es en realidad un biopic al uso, porque poco a poco esa imagen preliminar que exhala Kroc de hombre tenaz y perseverante durante sus denodados esfuerzos por vender sus máquinas, en sus noches de hotel cuando pone un vinilo que siempre lleva consigo y que es una versión sonora de un libro de autoayuda sobre el poder del pensamiento positivo o llamando cada día a su mujer, a quien pone rostro Laura Dern, para ponerla al día sobre sus visicitudes, comenzará a transfigurarse cuando, intrigado por un pedido de varias máquinas de batidos por parte de una pequeña hamburguesería en la ciudad californiana de San Bernardino, decide atravesar medio país y presentarse allí, descubriendo con asombro un innovador modelo de negocio que ofrece un menú reducido cocinado en cadena, sin necesidad de utilizar platos y cubiertos, sin mesas y con un servicio rápido, ya que el tiempo de espera del cliente se reduce a medio minuto. Los artífices son los hermanos Dick y Mac McDonald (magníficos Nick Offerman y John Carroll Lynch), también creadores de los arcos dorados que caracterizan a la marca.

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Y es en ese momento, tras proponerles a los hermanos McDonald su colaboración para crear una franquicia y extenderla a lo largo y ancho de la nación, cuando Kroc empezará a revelar su verdadero rostro. El del ambicioso tiburón de los negocios que se autoproclamará “fundador” de McDonald’s, cuando en realidad fue tan solo el impulsor de una idea propiedad de otros y que, por medio de artimañas legales, acabó adueñándose de la marca, dejando fuera de juego a sus propios creadores quienes incluso, a pesar de que nunca le cedieron su establecimiento de San Bernardino, tuvieron, por imperativo legal, que quitar del mismo el letrero con su apellido.

Sin embargo, aunque el barrigudo y alopécico Wells de Gold, dirigida por Stephan Gaghanexhala un aire de perdedor subrayado además por su afición al alcohol, es, al igual que Kroc, otro ser codicioso que tampoco duda en recurrir al ardid con tal de conseguir sus fines. Incluso le roba las joyas a su mujer (Brice Dallas Howard) para comprar un billete de avión y viajar hasta Indonesia para contactar con un geólogo (Edgar Ramirez), intuyendo que en la selva de aquel país existe un filón de oro. Y cuando creen descubrirlo y corre la voz, el valor de la compañía del protagonista comienza a crecer entre las especulaciones, las intrigas y los tejemanejes de unos y otros, desde las grandes corporaciones cuando la sociedad de Wells entra en el mundo de Wall Street a las propias manipulaciones gubernamentales tras instaurarse un nuevo régimen en el país asiático. Hasta que en un momento dado la burbuja dorada estalla en mil pedazos descubriéndose que era tan solo puro humo.

Sea como fuere, dos sólidos films que, más allá de sus pros y sus contras, de sus virtudes y sus debilidades, se erigen en dos mordaces críticas que sacan a la luz las falsedades del estilo de vida americano. Un eslogan que en realidad siempre se ha sustentado en una fórmula tan simple como que, independientemente del estrato social al que se pertenezca, la clave es trabajar duro para hacerse rico. Lo demás, no importa. 

Y fórmula que prosigue manteniendo su vigencia con la administración Trump.